Loving Vincent: Brochazos de humanidad

Tendría yo unos 10 años cuando conocí a Van Gogh. Mi madre había visto que disfrutaba dibujar y decidió inscribirme a clases de pintura, aunque tal vez fue porque sentía que tenerme deambulando por la casa iba a matar a sus plantas. Tras las clases básicas, la maestra me dio un montón de libros de arte y me pidió elegir una pintura, la que yo quisiera, para reproducirla con lo que había aprendido. No tardé en hallar a la ganadora, era una simple habitación pero con colores que jamás había visto en una recámara, con dimensiones y perspectivas que no eran perfectas. Algo en ella me atrajo más que las otras 100 pinturas que había hojeado. Tenía que hacerla. De a rápido porque había otros 10 escuincles como yo, la maestra me explicó la historia del autor y el nombre de la obra: Vincent Van Gogh y “El dormitorio en Arlés”. No le di más importancia y sólo me dediqué a pintar. Tras ese cuadro vino otro y otro y otro más, hasta que me pidieron cambiarle y no hacer más de Van Gogh. Pero ¿yo qué? Eran los que me llamaban y ni me fijaba de quien fueran.

Es probable que en este momento estés pensado, amable lector, “¿Por qué carajos ando leyendo lo que a este güey lo puso a hacer su mamá hace 20 años? ¡¿Dónde está la reseña?!”  La respuesta es simple: sentí que lo más adecuado era empezar con una anécdota acerca de Vincent Van Gogh para poder hablar de una película que nos habla del pintor precisamente mediante anécdotas y chisme, bastante chisme, de personajes que tuvieron la fortuna o la desgracia de conocerlo.

Loving Vincent (Dorota Kobiela, Hugh Welchman) es un film que rompe paradigmas ya que, en primer lugar, relega al que uno imagina será el personaje principal a un papel más bien secundario. La historia comienza un año después de la muerte deVan Gogh, cuando el cartero del pintor le pide a su hijo Armand ir al último pueblo donde residió Vincent para hacer entrega de la carta final a su hermano Theo. Armand conocerá a distintas personas que rodearon al artista durante sus últimos días y comenzará a indagar en lo que llevó a Vincent a tomar su propia vida. Al más puro estilo de “Cumbres Borrascosas”, pero con un argumento y trasfondo mucho más sencillos, iremos descubriendo su historia a través de anécdotas y flashbacks para finalmente hacernos ver a Van Gogh como un ser humano.

A pesar de que su obra se ve actualmente en todos lados en cosas tan banales como playeras y platos, por lo que tristemente la mayoría ubica a Vincent es como el “loquito” que pintaba girasoles y se cortó una oreja. Armand y el pueblo de Arlés tenían ese prejuicio. Para ellos, el pintor era el “loco del pueblo” y acabaron corriéndolo de ahí porque no aceptaban su forma de ser. Sólo el cartero Roulin lo entendía y quería que su hijo pudiera ver lo mismo que él. A través del viaje de Armand, los espectadores lograremos quitarnos esa burda concepción de Van Gogh. Loving Vincent no pretende vendernos nuevamente esa noción del artista/genio que debe estar en un pedestal por su talento, ni tampoco nos involucra en su proceso creativo. La película humaniza al artista, nos muestra lo que lo llevó a tener esa vida y ese desenlace. Lo pone a nuestro nivel como un ser imperfecto, herido y con presiones por todos lados. ¿Quién tiene una existencia sin eso?

Si algo caracteriza a sus pinturas es el uso del color. Explosiones con detalles casi infinitos donde cada mancha brilla por si misma, ya sea en paisajes, bodegones o retratos. Irónicamente, durante la película veremos a Vincent exclusivamente en blanco y negro. Aún no lo entendemos del todo y estamos en ese viaje para arrojar luz sobre su vida. No es sino hasta que Armand comienza a desarrollar empatía hacia él y a lo que vivió, que los grises se desvanecen para dejarnos ver al verdadero Vincent, lleno de esos intensos y apasionados colores. Lograremos verlo por lo que es hasta que entendamos quién es.

La película no tiene que ir al lugar usual de enseñarnos al pintor en un estudio dando cada brochazo para mostrarnos su ingenio artístico. Hacer esto hubiera sido redundante porque su creatividad se encuentra implícita de principio a fin y es el método con el que está construido el filme. Cada frame de la animación fue pintado al óleo a mano por más de 100 artistas, emulando el más puro estilo y método de Van Gogh. Este es el segundo paradigma que Loving Vincent rompió. La animación menos tradicional y a su vez la más hermosa que he visto. El equipo de pintores dio vida a sus obras más famosas convirtiéndolas en los escenarios donde se desarrolla la acción, locaciones que no serán tan desconocidas porque casi todos las hemos visto en cuadros.

Las personas tampoco fueron diseñados al azar, Van Gogh pintaba a la gente que conocía y quedaron plasmados con su visión para siempre. Por ello, Armand ni ningún otro personaje cambiarán de atuendo ya que así fueron concebidos en el universo de Vincent. Tal y como los pintó, es como los recordamos y recordarán las siguientes generaciones.

Aunque no lo pudo ver en vida, Van Gogh logró lo que deseaba: conmover a quien viera su obra y que esta perdurase. Hallar almas como la suya, que no tuvieran miedo de sentir cada emoción y pudieran apreciar hasta el más pequeño detalle del mundo. Personalmente, admiro que no usó su sufrimiento como inspiración para crear, sino que a pesar de su dolor continuó plasmando la verdadera belleza de la vida. El título Loving Vincent es real, entras a la función apreciando al artista, pero sales amando al ser humano detrás.

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Acerca del autor

El Markovich   @ChocolateBono  

Observador de la escena humana dentro y fuera de la pantalla. El cine y el chisme son de mis cosas favoritas, así que heme aquí. Yo sólo doy mi opinión, al final tú decides.


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