Septiembre inicia aquí: Mecánica Nacional

 

La década de los setenta es por demás interesante en lo que se refiere al cine nacional, un puñado de productores y directores apoyados en un ejército de actores y actrices hambrientos de enfrentar nuevos retos en sus carreras se dan a la tarea de llevar a la pantalla lo que consideran la nueva realidad del México moderno donde ya no hay cabida para mujeres abnegadas y hombres bravíos dispuestos a jugarse hasta la vida por el amor de una mujer, esta idea romántica que encuentra sus cimientos en un viejo sueño ruso ya huele a rancio y sus colores se han desgastado hasta mostrar una realidad que no se reconoce en grandes fiestas celebradas en orgullosas haciendas vestidas de gala.

La realidad del México moderno pega como una bofetada en la cara al mostrarse cada vez más como una mezcla de razas que no se reconoce como una orgullosa raza de bronce pero que tampoco encuentra su reflejo en una Europa que la mira de soslayo, el nuevo mexicano es un barco al garete que mientras busca una identidad que lo proyecte al mundo debe lidiar con una crisis de identidad enmarcada por una crisis económica que nadie parece saber cuándo ni dónde apareció, envuelta en un torbellino de desinformación, aislada bajo las alas de un padre tirano que con una mano le saquea y con otra le infunde un orgullo infundado que no hace sino alimentar la confusión en que se encuentra inmersa esta nueva raza de mexicanos, siempre orgullosos, siempre festivos… siempre perdidos.

Mecánica Nacional es una joya entre este coro de voces cinematográficas que busca crear conciencia en el mexicano  a través de un sentido del humor exclusivo que oscila entre una especie de parodia cruel y descarnada y un subtexto lúgubre que busca desesperadamente alcanzar el subconsciente colectivo.

Mucho se ha escrito sobre los originales aspectos técnicos, planos y secuencias, fotografía, simbolismo y humor de la cinta, sin embargo creo que el mayor logro del director Luís Alcorizar (La Sombra del  Ciprés es Alargada, 1990) es la incomodidad que provoca el frenético baile de nuevos arquetipos mexicanos que lo mismo ridiculizan que ejemplifican fielmente la formación de una generación perdida en su propia historia a la cual se siente ajena mientras se aferra a ella, y que representa el lastre que en buena medida habría de frenar el progreso constante y sistemático de esta nación. Generosa en sus excesos, esta bacanal de desdichas advierte y subraya los peligros ya enraizados en nuestra sociedad que nos ha de sumergir en un largo letargo.

Al caer la noche, este puñado de “alegres compadres (y comadres)” quienes inicialmente sólo buscan (voluntaria o

involuntariamente) presenciar una carrera de autos, se abren de capa y dejan de lado toda hipócrita moralidad para, aprovechando el anonimato que supone un encuentro casual en la mayoría de los casos, mostrar los excesos que ofrecen una nada cómoda válvula de escape a la presión de saberse orgullosos pobladores de una ciudad donde el hacinamiento es producto de un país incapaz de organizar su propia federación y administrar eficientemente sus recursos, una válvula de escape para minar el vértigo que produce saberse conduciendo por el carril de alta hacia la modernidad, sin cinturón de seguridad, sin frenos y con los ojos vendados. Niños jugando a ser adultos, inconscientes de su presente, confiados de la grandeza a la que están destinados por derecho propio, o lo que creen derecho propia.

Con todo, Mecánica Nacional es un ejemplo de cómo dirigir un ejército de monstruos del cine y el teatro, el elenco encabezado por el magistral Manolo Fábregas, una siempre perfecta Lucha Villa, Sarah García y Héctor Suárez es una oportunidad perfecta para celebrar estas fiestas patrias, reconocernos, contrastar nuestro pasado y presente, dejarnos de congojas y ver la enorme distancia que hemos puesto entre nuestro pasado y nuestro presente, en el que hemos aprendido a conducir este país que no sólo transita por la carretera una cada vez más palpable modernidad, sino que además nos movemos orgullosos en el mundo, sabiendo que ese pasado que a muchos avergüenza es también parte del aprendizaje.

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