Septiembre inicia aquí: Mientras Me Muero

 

Mucho se habla del cine nacional mexicano, que si es espantoso, que siempre los mismos actores, que si sólo aborda temas nacionales, que si pasamos del cine costumbrista al de ficheras y directo al de denuncia social, que si el nuevo Régimen Jurídico del Cine Mexicano apesta, que si el cine nacional no debe ser tratado como minusválido o como un género en sí mismo.

Todas las razones válidas, algunas superficiales y desinformadas, fanáticas y viscerales y otras francamente sólidas y objetivas. Lo cierto es que durante la administración del presidente Felipe Calderón la partida económica para subsidiar el cine se ha triplicado, y se han hecho reformas fiscales importantes que permiten una inyección extra de dinero a la industria nacional amén de que, se quiera o no, la calidad de la producción ha mejorado, a traspiés si se desea,  pero lo ha hecho, supongo que sólo se trata de mirar el vaso medio lleno o medio vacío.

Otro hecho innegable es que lejos quedó ya la época del secuestro cinematográfico en el que una Margarita López Portillo en la expresión máxima de nepotismo durante la administración de su hermano, el presidente José López-Portillo tuvo como consigna indiscutible terminar con el cine nacional, secuestrándolo económica e ideológicamente y concediendo y apoyando producciones  de muy dudosa calidad, lo que casi orilló a la desaparición casi absoluta de las salas cinematográficas. Comparado con esos tiempos,  actualmente el cine mexicano se encuentra en la gloria… pero aún queda mucho por hacer.

Un signo inequívoco del nuevo aire que insufla nueva vida al entretenimiento nacional por antonomasia es la constante apertura de salas para proyección de cintas comerciales, el desenfrenado y a veces hostigante surgimiento de festivales cinematográficos que buscan captar la atención internacional (no siempre con intenciones honestas), el surgimiento y comercialización en estas salas de directores que cada vez adquieren más reconocimiento internacional y su pose o postura puede o no agradarnos, pero cuya obra adquiere cada vez más relevancia, ya no en circos mediáticos como los Oscar, sino en plataformas de mucha más seriedad y probada calidad como Cannes, Venecia o la misma Berlinale, y que subidos en su ego como herramienta (aparentemente necesaria) contra el hirviente y tumultuoso malinchismo luchan día a día por “levantar proyectos” y ya consciente o inconscientemente dan forma a esta tan golpeada industria nacional.

Apertura de salas, apoyo al cine mexicano, reformas fiscales, así como el renacimiento de una industria que literalmente da luz a la voz de cientos de voces inquietas, aunado a generaciones desbordantes de ideas frescas (no todas buenas, no todas interesantes)  informadas e inquietas dan una nueva visión de un México que se estira para alcanzar su tajada de modernidad y defender su siempre justo estatus de país (¿capital federal?) cosmopolita.

Así, mientras viscerales improvisados y desinformados buscan motivos para alimentar un odio mal dirigido y enfrascarse en discusiones estériles disfrazadas de un nacionalismos rancio que hiede a irresponsabilidad y frustración personal,  propongo darnos una oportunidad para observar, criticar y proponer sobre temas de importancia nacional. De ninguna manera propongo ser paternalistas y decir defender lo indefendible, siempre habrá advenedizos (Suave Patria, El Infierno, De Panzazo, Morgana, y un largo etcétera) que deseen subirse al tren para obtener beneficio propio, buscar notoriedad o tan solo posar con cara de erudito cinematográfico que defiende su obra con con un débil “es una película hecha con mucho amor”, (¿y el rigor, y el carácter y el trabajo?) bodrios que existen desde la “Meca del cine” (jamás entenderé a quienes se dejan deslumbrar por la lentejuela) hasta el cine más “culto”, el mundo está lleno de charlatanes y nos guste o no México es parte del ése mundo, por lo que no está exento de basura, está en nosotros fiscalizar un buen uso del dinero público sin olvidar que hay público para todos y que el cine es, en buena medida perenne, porque siempre será reflejo de la sociedad.

Mientras Me Muero

Paradójicamente, entre los nichos más explotados y por los que los realizadores mexicanos han adquirido mayor notoriedad en el mundo son el cortometraje y el documental, categorías inexplicablemente ignoradas en nuestro país. En esta noble cuna nace uno de los cortos más conmovedores que me ha tocado ver en años recientes: Mientras Me Muero, dirigida por Mario Muñoz (Bajo La Sal,2003).

El director pone sobre la mesa una serie de elementos que nos conectan de inmediato con la cotidianidad mexicana, niños alistándose para la escuela (no, no para el colegio, ni para el cole, la escuela que nada de vergonzoso hay en llamarle así) el trajine mañanero de una típica familia, la naturalidad de las escenas es apabullante cuando el corazón de esta madre mexicana presiente el peligro que corren sus retoños gracias a ese lazo invisible e indivisible que teje diariamente el sufrido amor materno, el hijo mayor que, independiente de su edad, está obligado a actuar como modelo protector, sustituto improvisado de la figura paterna, y el amigo de la infancia.

Caminando entre un realismo moderado y la fantasía, Mientras Me Muero tiene la fuerza suficiente para anclarse en el corazón del espectador a través  de esta realidad harto conocida y rajarlo de un tirón durante el desenlace del drama. Porque ser mexicano también aceptar los roles que impone la gran familia mexicana, es jugar al protector y al protegido, es darse en un suspiro por los seres amados y prolongar la despedida que antecede la ausencia, es invertir los roles y erigirse como mujer estoica y hombre destrozado, amar a la mexicana es dejar la vida por un idealismo que no claudica, es inmolarse para trascender, es mostrar nobleza mientras me muero.

Etiquetas:  

Acerca del autor

Cinescopia   @Cinescopia   cinescopia.com

Equipo editorial de Cinescopia.


Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

*

*

*