Youth: Cuando llega la hora de voltear hacia atrás

Fred y Mick, dos amigos ambos de la tercera edad, vacacionan en un lujoso hotel de los Alpes, al cual acuden varias personalidades importantes o famosas. Mick, un director de cine, se encuentra allí con su equipo de guionistas escribiendo lo que será su película más importante, teniendo notables problemas para lograr las últimas líneas de dialogo que dirá el protagonista en su lecho de muerte, mientras que Fred, un compositor musical retirado, no tiene intenciones de volver a dirigir una orquesta ni de escribir un libro de sus memorias, ni de hablar sobre su esposa Melanie, aunque todo esto cambia por una petición del emisario de la reina de Inglaterra.

Hay muchas cosas que se pueden comentar de Youth, pero al mismo tiempo, creo que son más aquellas que no se pueden comentar, que se deben de sentir, como las emociones, y cómo la música siendo irónicamente un instrumento para comprenderlas, y las imágenes como una herramienta para discernirlas.

Paolo Sorrentino ha creado a través de su dirección, un mundo en el que la juventud y la vejez conviven en armonía. Con la musicalización de Mark Kozelek, ha logrado encontrar una belleza difícil de describir, una que utiliza la libertad de la naturaleza para hacer un reflejo de lo que realmente busca nuestro corazón, en donde las vacas y los arboles son parte de una orquesta organizada, los personajes femeninos cobran vida, los monjes budistas logran meditar y nuestras acciones toman un nuevo significado al recordar nuestras memorias, todo esto para despegar una oda a la contemplación al talento humano por medio de las emociones.

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La inclusión de la pieza músical ‘Storm’ de la composición Lift Your Skinny Fists Like Antennas to Heaven resultó ser uno de los momentos más legendarios que haya visto en una película de su categoría

Si bien no puedo decir todavía que ésta película sea mejor que La Grande Bellezza (2013), hay muchas similitudes en la opus magnum de su director que prevalecen en ésta obra, aunque esos mismos métodos sean muy distintos en un nivel fundamental. Aquí no se cuenta con excesos de cantidad, la mundanidad es vista con nostálgia en lugar de goce. Sí la película anterior de Sorrentino apuntaba al punto intermedio entre la vida y la trascendencia, ésta se posiciona en el mismo lugar solo para voltear hacia atrás.

Lo bello reside en como al voltear hacia atrás, la cámara apunta al cielo, y enfatiza en las ventanas, lentes, puertas hacia el aire libre como instrumento para la reflexión y la honestidad con uno mismo. La mayoría del metraje se desarrolla en el hotel,y las decisiones estéticas para los planos y los encuadres cuentan con una perspectiva postmoderna y romántica hacia la preservación de la vejez.

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Un Diego Armando Maradona retirado y con problemas de sobrepeso, al cual solo le funciona la pierna cuando está dando autógrafos, o cuando se muestra dominando una pelota de tenis a vista de nadie. Una pareja que nunca se comunica nada durante las cenas del hotel, sin embargo la mujer aún le da una bofetada al hombre. Un niño intentando aprender una de las canciones simples de Fred en violín. Un actor joven frustrado por haber aparecido en una película de robots, buscando inspiración para su próximo gran papel. Una chica que por los días se dedica a dar masajes a los inquilinos del hotel, y por las noches práctica apasionadamente una danza moderna frente a una pantalla. Un maestro de alpinismo que lleva una niña en su espalda mientras escala un obstáculo de práctica, con un efecto de luces y cámara que transmite esperanza en desolación.

Todo esto en manos de un director amateur hubiera derivado en una insensibilidad hacia su contenido, pero a manos de Sorrentino, es una glorificación de la humanidad, del talento y de la pasión. Quizás estémos ante el único comunicador audiovisual que sepa como emplear adecuadamente sencillos comerciales en sus películas.

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La vulgaridad formal de un espectáculo nocturno en contraste con la bella contemplación de las conversaciones y los diálogos, como un método habitual de su autor, se vuelven brutalmente honestos y desenvolventes para las intenciones de sus personajes hacia los dos últimos actos de la película.

Todos sus recursos sin embargo, están increiblemente contenidos en sí mismos, y el juego episódico y elípticamente emocional de su montaje sabe cuando ser poético e inspirador, y cuando regresar a la humildad de apreciar la despampanante belleza de una Miss Universo, o de un niño que aprende a andar en bicicleta.

El hecho de que una película tome como figura protagonista a algún artista, la convierte involuntariamente en una obra sobre las propias obras, sobre la sociedad, sobre la vida. En una primera instancia es una comunicación del autor con el mismo, una especie de testamento adelantado que aparece en el mejor momento de la vida de su autor, una ejemplificación del propio mensaje que se trata de comunicar, el valor de la libertad. Pero aquí la libertad no se define como una especie de restricción moral o filosófica, si no como la libertad a la que nos restringimos nosotros mismos.

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