Películas extranjeras al Oscar: ¿Por qué NO?

“No se estrena en cines”, “No logra captar al público”, “No triunfa en Cannes” y finalmente “No es nominada a los premios Oscar”, de frases como aquellas fuimos testigos durante este año en que No cautivó al mundo entero, entonces ¿por qué hablamos de ella?

Vamos a lo básico:

En 1973 el gobierno de Salvador Allende finalizó de golpe tras el intenso sabotaje maquinado por la CIA, la clase social acomodada y las fuerzas armadas del país (en ese orden), el cual se extendió por 17 años, periodo durante el cual fueron vulnerados los derechos fundamentales de miles de personas por parte de los uniformados y los organismos de “inteligencia” gubernamentales. Tras una serie de presiones internas (el populus) e internacionales, en 1988 el gobierno de la dictadura buscó legitimar su permanencia a través de un plebiscito, plebiscito que para ellos sería fácil de ganar pues tenían una clara ventaja al controlar todos los medios de comunicación a nivel nacional, por lo que se les presentó en un primer momento como un mero trámite para la continuidad en el poder.

Pero ellos no contaban con la astucia de Gael García Bernal y compañía (o al menos así nos cuenta esta historia de ficción).

NO está basada en hechos históricos (claro está) cuyo guión fue adaptado de la obra de Antonio Skármeta “El Plebiscito” por Pedro Peirano (Gatos viejos, Joven y alocada, La Nana, 31 Minutos, etc.), está centrada en la ficticia vida de un publicista chileno que por el exilio estuvo radicado muchos años en México y que se hace parte de una campaña de propaganda política destinada a derrocar el gobierno de Augusto Pinochet.

Dirigida por Pablo Larraín (Tony Manero, Post Mortem, etc.), NO relata el proceso creativo tras los 15 minutos de campaña televisiva diarios que antecedieron al plebiscito, desde la constitución del grupo creativo de personas a cargo, hasta los tensos momentos del día definitivo en un contexto caracterizado por las presiones y la censura, factores que son sorteados por los protagonistas que no exentos de miedo deben evaluar constantemente su compromiso con el proyecto o la integridad de sus vidas.

NO lleva al espectador a analizar la lógica publicitaria tras los sensacionalistas spots que con argumentos propios del marketing pretendían transmitir ideas de corte político, dejando un poco de lado las amarguras propias de un país dividido introduciendo un germen sentimental de cambio y progreso con el objeto de lograr el ánimo y el impulso necesario para que distintas personas con distintos intereses votaran en un plebiscito que se daba casi por perdido.  Con un reparto casi sin reparos, dentro del cual destacan actuaciones notables como la de Jaime Vadell en el papel de un distante Ministro del Interior, Alfredo Castro interpretando a Lucho Gúzman (un calculador publicista de la derecha política) y por supuesto, Gael García Bernal como el publicista protagonista y que logra convencer como chileno a pesar de su leve acento natal (justificado por el exilio como ya dije), NO es una autentica experiencia ochentera que sin dejar ni un detalle atrás atrapa al público con imágenes del recuerdo y llena de orgullo a un país que cada año se diluye más y deja de lado las divisiones del pasado por medio de la aceptación de su historia, no sin la ayuda de instrumentos como este filme que le suben la moral (y que dejan en evidencia a los pocos individuos que aferrándose a sus intolerantes creencias atacan las verdades cada vez más consolidadas).

Se agradece el constante y aplaudido humor negro de Peirano, la utilización de la tecnología de antaño por parte de Larraín que otorga momentos de encandilante nostalgia y realismo, así mismo el gran trabajo hecho con los archivos audiovisuales históricos al ser incluidos con apreciable precisión, y también la inclusión de los rostros originales de la campaña del No y que actualmente ya tienen varios años más pero que calzaron perfecto en tomas que confunden al espectador en buena forma.

Se extraña la participación política de la izquierda de la época, lo que se ve claramente opacado por la trama principal, dejando de lado la presencia de múltiples personalidades de los partidos involucrados y que posteriormente fueron el eje central de los gobiernos democráticos. Quizás lo único criticable es el exceso de esperanza de corte ciudadano, la idealización del proceso y la no mención a políticas que hoy nos quedan claro que existieron: los caudillismos partidistas, las disputas internas, las poco éticas negociaciones entre personeros y los oportunistas que se subieron al carro de la victoria y que hasta el día de hoy aumentan en número. Si bien se suele vincular este filme a los anteriores de los hermanos Larraín, la imagen proyectada me recuerda bastante a lo que fue Machuca, ambientada también en el periodo militar, pues el contexto y la sensación de entrañable pasado es un gusto que dejan en común (incluyendo para los que no vivieron aquella época).

Propaganda y publicidad, jefe y empleado, civiles y militares, dictadura y democracia …transición, etc. Un filme que entrega verdad y ficción no solo en pos de la entretención, sino que para dejarnos con una profunda duda: ¿la alegría llegó para todos?

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