13 Reasons Why (Segunda temporada): Soy Hanna Backer, y esto es Jackass
No hay duda de que Netflix ha cambiado para siempre la forma en que consumimos series y películas, pero como todo en la vida no está exento de altibajos. Y es que entre verdaderas joyas adictivas que obligan a maratones televisivos hay mucha, pero mucha paja que revela una descarada intención mercantil.
Por 13 Razones, serie basada en la novela homónima, representó un hito para el servicio de Streaming por el abordaje de delicados y dolorosos temas como el bullying, el acoso sexual y el suicidio en una trama decantada más por el misterio que por el drama. Sin embargo, no se salvó de críticas pues se le acusó de romantizar el suicidio y, por otro lado, el inverosímil y errático actuar de la protagonista sembró dudas sobre la coherencia del relato.
A pesar de sus fallas, la serie resultó correctamente entretenida y su leve matiz de “thriller” alejándose del drama adolescente preparatoriano le dieron un impulso definitivo. Pero, desde luego, al tratarse de una serie era menester concluir los trece episodios de manera que una siguiente temporada pudiese realizarse, aunque no hubiese demasiado material del cual partir. Los siguientes episodios se notan claramente forzados, buscando continuar una historia que debió concluir en una sola temporada y, para colmo, haciendo más cuestionable al personaje principal.
¿De Qué Va?
Después de que las trece cintas de audio mediante las cuales Hanna Baker (la preciosa Katherine Langdford) dio a conocer los motivos de su suicidio salieran a la luz pública, los ahora divorciados padres de la joven han entablado una querella contra la Preparatoria Liberty por fallar al deber de velar por la seguridad de su hija.
A través de las declaraciones de los testigos, los antiguos amigos de Hanna, se dan a conocer los hechos narrados desde su punto de vista, además de nuevos detalles sobre la vida de la joven suicida y el cómo su muerte ha afectado profundamente los destinos de los estudiantes de aquella preparatoria.
Historia Desgastada y Absurda
No había mucho más que contar. Gran parte del encanto de la primera temporada era precisamente la narrativa basada en las cintas y con la viva voz de Hanna Baker. Si bien ahora vemos los hechos desde la perspectiva de aquellos a quienes la chica responsabilizó de su suicidio, la historia es completamente redundante, con pocos detalles añadidos a lo ya conocido. Ni hablar de lo lento y aburrido del desarrollo del guion, que llega a ser soporífero.
Los estereotipos adolescentes parecen sacados de libro: Nerds marginales, chicas plásticas, deportistas malvados y opresores de los débiles, gays incomprendidos, nuevos suicidas, nerds preparándose para disparar a sus compañeros de clase, drogadictos tatuados, chicas ingenuas y virginales que se dejan engatusar por los maleantes, profesores bobalicones, padres desorientados… Clichés repetidos hasta el cansancio.
Hanna Baker: La máxima gilipollas de la ficción
Ya hace unos ayeres redactamos un post sobre los más grandes idiotas del cine: Grizzly man, que se buscó ser devorado por un oso pardo; Pippa Bacca, que se arriesgó absurdamente a ser violada y asesinada durante un “road trip”; Christopher McCandless, que abandonó una promisoria carrera para internarse en la naturaleza para “encontrarse a sí mismo” y murió de hambre en la tundra de Alaska… Todos ellos fueron personas reales. Hanna Baker, por su parte, se ha ganado un lugar entre los más idiotas personajes ficticios.
A lo desgastado de la fórmula y lo poco creíble de ciertos eventos hay que añadir que ahora Hanna se aparece cual fantasma de las navidades en la mente de su infeliz enamorado Clay Jenssen (un súper teto Dylan Minnette), recurso narrativo forzado y risible.
En la primera temporada nos enteramos de que Hanna, francamente, hizo todo cuanto pudo para meterse en problemas: Se involucró con los peores maleantes de la escuela, mandó a la “friendzone” a quien en verdad quería y que le amaba sinceramente, no buscó ayuda o consuelo de sus padres cuando pudo… y habiendo sido testigo presencial de las fechorías del psicopático depredador sexual Bryce Walker (un detestable Justin Prentice), en el punto más álgido de su depresión tuvo la fantástica idea de meterse semidesnuda a un jacuzzi con él. Y cuando pudo denunciar el hecho ante el consejero escolar, optó por insinuaciones y acertijos dejando al pobre tipo con un signo de interrogación en el rostro.
Y es que seamos honestos. Es detestable e inadmisible responsabilizar a una víctima de violación por lo ocurrido a su persona, pero Hanna Baker es un personaje de ficción cuyo accionar fue equivalente a meterse en la jaula de los leones en el zoológico y sorprenderse de que éstos le hayan arrancado una pierna. Era de esperarse que verdaderas víctimas de este abominable crimen se hayan mostrado indignadas ante este relato que inadvertidamente da la razón a los imbéciles que culpan a las mujeres de haber sido violadas por “usar minifaldas” o idioteces por el estilo.
Flaco favor, pues, hace esta serie a quienes han sufrido acoso sexual. Y para generar todavía menos empatía por el personaje, en esta segunda temporada nos enteramos de que cometió aún más estupideces, prácticamente pidiendo a gritos ser victimizada por los maleantes de la preparatoria.
Bueno, pero… ¿al menos entretiene?
Lenta, aburrida y redundante. Una segunda temporada metida con calzador. Lejos del tono misterioso de la primera temporada, ahora se abusa de la contemplación. Verla es un sacrificio.
¿Hay que verla?
Quédense con la primera temporada e ignoren que existió una segunda.
Si desean entretenerse, no la vean.
Si buscan un documento sobre el bullying, el acoso sexual o el suicidio, no la vean. Mil veces mejor Después de Lucía (Michel Franco, 2012).
Si fueron víctimas de acoso, violación, sufren depresión o perdieron a algún ser querido por suicidio… ¡Evítenla a toda costa! Es una burla, un insulto para quienes sufren en verdad.