1917: Desmenuzando “un plano secuencia”
Que no quede ninguna duda que Sam Mendes se va a ganar su segundo Oscar como director (el primero fue en 1999 por American Beuaty), confirmando lo que es una de las carreras artísticas más relevantes de la filmografía de las últimas dos décadas; pero aunque merecido gracias a una serie de factores alrededor de su sonado plano secuencia, la construcción del relato se ve afectada irónicamente por la solemnidad que el mismo director imprime a su historia, y es que el británico tiene claro el “qué”, pero el “cómo” nunca termina por convencer pese a la excelsa selección de su encuadre, el cual cumple como la función simbólica dentro de esta narrativa para crear una atmosfera no solo especial, sino única al menos en el género bélico.
Comencemos desmenuzando la razón de su victoria. 1917 dice estar filmada en un solo plano secuencia, pero ¿qué es un planos secuencia? Según la teoría más básica sobre el cine, este plano consiste en una toma sin cortes en la que el director, a base de variados movimientos de cámara, tipos de planos y ángulos, da el seguimiento a los personajes durante un tiempo dilatado. Normalmente se usa para introducir al espectador a un momento de tensión sobre el relato, y no es usual construir una película en un solo plano debido a las complicaciones en la realización, logística y actuación que la producción pocas veces podría solventar, sin embargo cineastas como Welles, Kubrick y en la actualidad Wright, Cuarón o Iñárritu lo han sabido explotar con mucha eficiencia dotando a sus relatos en cuestión de ese efecto deseado de suspenso que la mayoría de las veces resultan en obras relevantes o mayúsculas para el cine.
Ahora bien, pasemos a destruir sus aspiraciones diciéndoles que 1917 no es un solo plano secuencia, sino muchos planos secuencias perfectamente montados bajo un viejo truco que los hace parecer uno, y de ahí que tanto la productora como la audiencia lo vendan como tal y algunos crean en esta mentira o engaño “piadoso”
El creador de dicho truco fue Alfred Hitchcock, que en 1948 llevó a cabo La Soga, thriller de 80 minutos que transcurría en un solo set, la sala de un departamento, donde dos estudiantes asesinan a uno de sus compañeros durante la fiesta de su despedida, dejando el cuerpo dentro de un baúl en medio de todos los invitados con el mero objetivo de sentir la sensación de cometer un homicidio y demostrar a su profesor su inteligencia superior para salirse con la suya. La idea de Alfred era filmar esta cinta en un auténtico plano secuencia, una sola toma, sin embargo debido a que los rollos no permitían grabar esa longitud, Hitch decidió “truquear” su plano, llevando la toma a un punto fijo como el baúl, la ventana o la espalda de sus protagonistas, logrando que estos movimientos sugirieran un seguimiento de la toma, pero en realidad el Maestro del suspenso solo estaba realizando una serie de muy hábiles transiciones.
Así pues Mendes utiliza el viejo truco de Hitchcock de llevar la cámara hacía oscuros, a un punto fijo sobre el suelo, el cielo o incluso apagando la luz o hasta llevando al desmayo a uno de sus protagonistas en al menos 18 ocasiones (si, las estuve contando), lo que causa este efecto de seguimiento constante que debido al prodigio técnico y directivo, esconde de manera excelsa dichas transiciones hasta llegar a un poderoso clímax visual en donde el principal objetivo de Mendes es situar al espectador dentro de la batalla, del terror de las trincheras y la escalofriante “tierra de nadie”.
Sin embargo (y odio tener un “pero” en películas de este calibre), hay dos problemas muy marcados dentro de la narración adjudicados a la solemnidad que Mendes profesa hacía esta historia basada en narraciones de su propio abuelo. El primero, un guion que no profundiza en sus personajes y que por ende causa una falta de empatía, conexión e interés en ellos, relegando el protagonismo al propio factor del plano secuencia. Refiero a la fuente original como culpable no por su indiscutible valía histórica, sino porque Mendes parece que se tomó muy a pecho el hecho de que son “memorias” y en realidad no una historia en particular, reflejándose esto en un consecuente segundo problema: esa falta de emoción latente en toda la cinta, un suspenso artificial y hasta predecible donde por desgracia los protagónicos tampoco pueden brillar más allá del tremendo esfuerzo físico y de concentración que requiere el plano.
Los actores por su parte cumplen aunque el guion no les retribuye su dedicación, siendo George McKay la estrella en turno y quien tiene la misión del ser el elemento prescindible en la misión técnica de Mendes, la fastuosa banda sonora a cargo de Thomas Newman y por supuesto, la excelsa fotografía de Maestro Roger Deakins. El reparto es complementado por los cameos de Colin Firth, Andrew Scott, Mark Strong, Benedict Cumberbatch y Richard Madden (en ese orden)
Básicamente un “Salvando a Soldado Ryan” (solo que aquí son 1600 Ryan’s), superior visual y técnicamente, pero inferior en cuanto a emotividad y desarrollo de personajes, pese a las fragilidades Mendes pasará a la historia como una de las mejores películas bélicas al menos en cuanto a la forma de rodaje se refiere ¿Es justo su Oscar por dirección? Absolutamente, siendo de la misma manera un ejemplo claro (para aquellos que tengan dudas o no sepan un carajo) sobre qué es lo que se premia en este rubro.
4 Comments
Entiéndelo cabrón, el cine bélico hollywodense de lágrima fácil está muerto; déjalo ir bb, no seas tóxico.
Jajajaja vete Paths of Glory o ponte a escribir
Diablos Fett! Da la impresión de que te salía espuma por la boca cuando escribías ésta crítica. Pero en fin, todos tenemos nuestra opinión.
No estimado para nada, incluso la considero como una de las mejores 20 de este año… es muy bonita visualmente pero cojea mucho en su guion