1917: La Guerra como atracción de feria
A pesar de que ninguno de nosotros ha tenido que vivir la guerra en carne propia, el cine se ha encargado de mantenerla vigente en nuestras vidas y de hacernos espectadores de ella a través de la pantalla grande. Y en muchas ocasiones, más allá de solo hacernos espectadores de las vilezas que ocurren en batalla, el cine se ha ocupado igualmente de contar historias entrañables y dentro de ellas, también explorar los comportamientos humanos durante los conflictos bélicos desde ópticas y perspectivas diferentes.
En Platoon, de 1986, Oliver Stone se situaba en la guerra de Vietnam y exploraba los roces internos de un grupo de soldados americanos que aparte de enfrentarse a su enemigo en común, se enfrentaban constantemente entre ellos por temas de jerarquía y poder, haciendo una especie de mini-guerra dentro de la otra guerra, complicando todavía más su estancia en el combate. En Full Metal Jacket, de 1987, Stanley Kubrick mostraba las consecuencias de la deshumanización del individuo en pro de convertirlo en una especie de robot programado solo para matar, fruto de la masculinidad tóxica encarnada por el mítico Sargento Hartman. En Saving Private Ryan, de 1998, Steven Spielberg no solo mostraba lo visceral y descarnada que puede llegar a ser la guerra de una manera tan terrorífica como brillante, sino también indagaba en la fraternidad que existía entre los soldados y los sacrificios que conlleva participar en ella, dejando en claro que en una guerra siempre se va a perder más de lo que se gana.
En 1917, la nueva apuesta bélica hollywoodense dirigida por Sam Mendes, la premisa es simple: Dos soldados británicos son enviados a entregar un mensaje a un batallón que está a punto de realizar un ataque contra las tropas alemanas sin saber que en realidad están por caer en una emboscada. Y a partir de ahí, nos embarcamos en este viaje junto a esos dos soldados interpretados por George MacKay y Dean Charles-Chapman, a quienes el guion les favorece poco ya que Mendes no se esfuerza nada en construir personajes mínimamente interesantes que logren crear un vínculo con el espectador y se centra específicamente en hacer su película en un parque de diversiones donde vale más el “Órale, que bonito se ve todo” que el “Órale, que interesante historia me están contando”. Su trama termina siendo mero pretexto para dar pie a un despliegue de virtuosismo técnico visual cortesía del infalible y siempre brutal Roger Deakins, que termina enmascarando todas las carencias de la cinta con su brillante trabajo detrás de cámaras.
Al final, 1917 termina siendo una atracción de feria que si es muy divertida y se ve muy bonita, pero que no te dice nada en lo absoluto. Te regala un par de estímulos audiovisuales para que disfrutes el momento, pero que no te deja nada para el recuerdo, más que su propaganda donde se jacta de ser una película que simula haber sido rodada en una sola toma.