Momentos Favoritos del Cine: ¡Ciao Marcello!
Ahí tiene que andaba yo con ganas de recordar a mi abuelo (cinéfilo empedernido) y aquel estilo tan único para hacer algo que a nadie más le permito, contarme una película; Él lo hacía estupendamente, nunca hizo distinciones serias entre el cine de “arte” o el palomero, le bastaba una buena trama y una tremenda actuación de las figuras que sus ojos pudieron ver convertirse en grandes; Paul Newman, Marlon Brando, Bogart, Gary Cooper… Marcello Mastroianni.
Tenía unas gafas de sol muy parecidas a las que usa Marcello en La Dolce Vita. Se las ponía, encendía un cigarro y fingía hablar italiano.
Pues sí, me puse a ver otra vez La Dolce Vita y cuando pensé en escribir mi momento favorito me empecé a preocupar. ¿Qué decir sin caer en los clichés? ¿Qué elegir entre el mundo infinito de posibilidades que Fellini ofrece en este clásico?
La fontana bañando la figura celestial de carnes jugosas y frondosas de es sin duda, el eterno suvenir de la película y no es para menos. Pero hoy quiero irme por otro lado, el que define y suscribe el papel de Marcello en la cinta y, me atrevo a decir, en su vida real. Donde los excesos, distan mucho de ser el paraíso prometido y se convierten en una especie de condena agridulce que cargará la humanidad entera por el resto de sus días, días llenos de vacío y champaña escupiéndole a los amaneceres.
Lo siento, no sé si llamar a esto un spoiler, pero si no han visto La Dolce Vita, dejen de leer y hagan lo propio, porque mi momento favorito es precisamente el final de la cinta. El mismo en donde en ese espacio lleno de metáforas religiosas; los pescadores, el pez extraño que nos mira aún después de muerto y sobre todo, Marcello en su encuentro con la exquisita adolescente cara de ángel, Paola, marcan el destino del personaje para bien o para mal.
Marcello no puede escuchar a Paola, una pequeña división de mar y arena los divide por unos cuantos metros; sin embargo, él es incapaz de interpretar lo que ella le grita, la ve borrosa, cual aparición. Sí, podría acercarse pero eso lo cambiaría absolutamente todo. Hay incluso un momento en que parece que lo duda y quiere hacerlo, pero la voz de una de las mujeres de la fiesta resacosa lo llama, lo arrastra de nuevo a su condena, le recuerda quién es y a dónde pertenece, no hay escapatoria. Su condena es seguir vagando de falda en falda, de fiesta en fiesta… la pureza, la bondad, el matrimonio y la vida de un periodista convencional (si es que eso existe) no son opción para él.
¿Es realmente consciente de su mísera vida, de la ausencia de sentido moral que sus actos conllevan, de lo que le espera? Sí, no solo eso, lo disfruta y aunque tiene sus momentos de flaqueza y parece buscar la redención de sus pecados, en la Roma de Fellini todos somos habitantes del lado oscuro, ahí pertenecemos.