38 Momentos de Cinefilia

Cuando en mis primeros años de vida veía una y otra vez (1) “Pie Pequeño en Busca del Valle Encantado”, llorando inconsolablemente una vez sí y la otra también, poco sabía que esas emociones estaban siendo provocadas por una forma de arte y narrativa audiovisual que, a través de los años, se convertiría en una cinefilia en el sentido estricto de la palabra.

Quizás, el primer reconocimiento del medio en sí fue la impresión inigualable que produjo en mí ir a ese templo que llamamos Cine a ver en su estreno (2) “La Bella y la Bestia”. Fue uno de esos momentos de epifanía en el que, inmediatamente al salir, rogué a mi papá me llevara nuevamente a verla, cosa que no logré, pero afortunadamente mi mamá resultó más accesible al respecto, comprándome incluso material promocional (las ventajas de ser un hijo de padres divorciados), con un cuadro de madera con relieve que reproducía el póster del film en cuestión.

Y así, al ir creciendo, nunca dejaron de fascinarme las posibilidades que el cine podía ofrecer. Cierto es que muchas películas las podíamos ver en televisión o rentar en el Videocentro más cercano, pero la impresión que causaba, por ejemplo, ver a los dinosaurios de (3) “Jurassic Park” en las dimensiones colosales de la pantalla de cine, no lo podía igualar mi pantalla pequeña.

Con el paso del tiempo, me permití explorar los alrededores, encontrándome con el imponente Palacio Chino, que se convertiría en mi refugio. Claro está que, a mi corta edad, las opciones atractivas eran pocas, pero no decepcionantes. Desde poder ver el reestreno de la saga de (4) “Star Wars”, hasta un film trascendental en mi apreciación de las posibilidades de la animación: (5) “El Jorobado de Notre Dame”. Poco a poco, me convertí en un asiduo, uno de esos personajes que hacen de los pasillos y las salas del complejo cinematográfico su hábitat.

La primera vez que salí sorprendido de la sala fue al ver una “de adultos”: (6) “El Paciente Inglés”, misma que días después ganaría la friolera de 9 Oscares, incluyendo el de Mejor Película. Estos premios se convertirían en el eje rector de aquellos años formativos. Imaginen la cara de los responsables de recibir los boletos en las salas al ver entrar a un Niño de 10 años completamente emocionado a ver (7) “Secretos y Mentiras”. Algo raro había en mí, en eso seguramente tenían la razón.

A partir de ahí, el presupuesto de mi madre se desvió a adquirir VHS. Las amistades que hice en esos momentos con mis “dealers” (porque no hay que dejarnos engañar, el cine llega a ser un vicio), las mantengo hasta ahora. Y fue gracias a ellos que logré ver obras, para mí impresionantes, como (? “Casablanca”, (9) “The Silence of the Lambs” o (10) “Amadeus”. Esta última debí comprarla tres veces porque me empeñaba en prestársela a mis amigos y hacer que la vieran. Pobres criaturas que debían tolerarme y hacerme segunda, pero para mí, lo verdaderamente intolerable era ir por la vida sin conocer la existencia de esa joya.  Tras ver mi obsesión, alguien me recomendó ver (11) “One Flew over the Cuckoo’s Nest”, argumentando que era una obra del mismo director y que también tenía los mismos laureles académicos. Ahí fue donde aprendí la valía del papel del director y también donde busqué su (palabra nueva) filmografía, cayendo por ejemplo en (12) “Hair”, que inspiraría varias de mis actitudes adolescentes.

El buscar filmografías me llevó a  conocer y hablar de Directores y ya no sólo de actores, mis encuentros con Billy Wilder tras descubrir (13) “Sunset Blvrd.” o con Woody Allen tras ver (14)”Hannah and her Sisters” terminaron por moldear mis gustos, mientras que mis dealers terminaron por presentarme las drogas duras que resultaron los filmes en blanco y negro, arruinando mi convivencia externa, mis tiempos libres, el presupuesto familiar y el espacio en la recámara donde ya no cabían los muchos videocasetes.

En la escuela todos sabían de mi obsesión con el cine, hasta veían con agrado o curiosidad que mis cuadernos tuviesen al margen frases de algunas películas o estuvieran forrados con recortes de pósters o fotogramas, lo mismo de clásicos como (15) “Breakfast at Tiffany’s” o (16) The Night of the Hunter, que de filmes recientes como (17) “Good Will Hunting”. Mis maestros favoritos eran los que nos dejaban de tarea ver (18) “Shakespeare in Love” para aprender de teatro o, en el mejor de los casos, me dejaban armar Cineclubs en la escuela, donde proyectábamos desde (19) “L.A. Confidential” hasta (20) “Singin’ in the Rain”; la única vez que hubo más de cinco incautos fue cuando logramos poner la prohibidísima (21) “Y tu mamá también”.

El cine me ha acercado a gente muy valiosa y alejado de otra que no lo era tanto. A mi mejor amigo lo conocí discutiendo a Almodóvar y descubriendo la admiración común por (22) “Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios”, mientras que otros que se comenzaban a juntar conmigo, salieron huyendo después de acompañarme al cine a ver (23) “The Hours” y verme casi en estado de éxtasis mientras que ellos ni la entendieron.

Mi primer visita a la Cineteca y el primer acercamiento a los Festivales fue imborrable, pues una presentación a sala llena de (24) “La Lengua de las Mariposas” terminó por enseñarme que no era yo “único y divergente”, sino que había muchos como yo. Gente que lo mismo podíamos enamorarnos de (25) “Amélie”, que maravillarnos con (26) “2046”, (27) “The Barbarian Invasions” o (27) “Into the Wild”.

Lo importante es jamás dejar de sentirse sorprendido por el cine, e ir a ver cada película con ojos niños. Hay funciones que lo marcan a uno, (28) “El Tigre y el Dragón” fue una de ellas, (29) “Gladiator” fue otra. Y eso por no mencionar cuando la cabeza genuinamente eme ha explotado como con (30) “Eternal Sunshine of the Spotless Mind” o (31) “The Lobster”.

En estos 38 años de vida, he tenido la oportunidad de conocer a los creadores de muchas de mis películas favoritas, ver (32) “El Laberinto del Fauno” en la misma sala que Guillermo del Toro, o platicar con el guionista de (33) “El Secreto de sus Ojos” quizás sean de las más interesantes experiencias.

Poco a poco, la tribu se va atrayendo y ahora tengo el privilegio de colaborar con personas que aprecio y de las que aprendo día con día. Como en (34) “Freaks”, me han adoptado, y desde aquel Cineclub de (35) “Trois Couleurs: Bleu”, y mi primer crítica de (36) “Bardo”, hasta este instante, me he sentido cobijado y agradecido. No sé si aporto mucho, pero lo que sí sé es que de a poco, la semilla va germinando y mi mayor alegría ha sido ver a mi hijo seguir mis pasos en cuanto a esta pasión se refiere. Claro que él se maravilla con (37) “La La Land” o cosas más contemporáneas, pero nada borra mi sonrisa cuando, inesperadamente, cita frases de (38) “Ben-Hur”.

Gracias infinitamente a la vida, al cine y a este blog por tantas experiencias.

Acerca del autor

Jose Roberto Ortega    

El cine es mi adicción y las películas clásicas mi droga dura. Firme creyente de que (citando a Nadine Labaki) el cine no sólo debe hacer a la gente soñar, sino cambiar las cosas y hacer a la gente pensar mientras sueña.


1 Comment

  • Me recordó a Louis en “Interview with the vampire” cuando le agradece al cine porque le permitió ver de nuevo un amanecer, primero en blanco y negro con ‘Nosferatu’, pasando al color con ‘Gone woth the wind’ y ‘Superman’.

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