El Aro 3: Todo por servir se acaba
Pasan los años y simplemente la industria cinematográfica no entiende que la necedad de pegarle a la burra hasta que reviente nunca da buenos resultados. Y es que cuando un concepto es exitoso es imitado, explotado y repetido hasta el cansancio, dando lugar a desastres de proporciones épicas.
The Ring (Gore Verbisnki , 2002) es la importación a occidente de la franquicia Ringu, novela del japonés Koji Suzuki y llevada al cine por primera vez por Hideo Nakata en 1998. La historia de un videocassete maldito que causa la muerte a quien vea su contenido inauguró el nicho de terror conocido como j-horror, es decir, terror japonés adaptado al público angloparlante . The Ring marcó un antes y después en la concepción de lo que un fantasma o un espíritu maligno ha de ser: terrorífico y sin piedad.
Su trascendencia es incluso evidente en Km. 31 (2007), cinta mexicana que, aceptémoslo, si logro buenos y genuinos sustos. Las secuelas, numerosas en Japón, eran inevitables en Hollywood. El mismo Nakata dirigió, con no tan buenos resultados, The Ring 2 (2005), demostrando que la infalibilidad oriental es un mito.
Doce años después llega Rings (2017), dirigida por el español F. Javier Gutiérrez, sin rastros del elenco original y con lo que parecía un interesante giro argumental. Sin embargo, tales conceptos nuevos no terminaron de cuajar, lo que resultó en una obra indecisa, difusa, sin gran factor de entretenimiento.
¿De que va?
Samara Morgan, espíritu maligno concebido en el pecado, continúa su racha asesina difundiendo su video maldito, ahora con mayor eficacia gracias a la tecnología actual. Julia y Holt, dos jóvenes enamorados, y Gabriel, profesor universitario, se embarcan en una misión para descubrir los secretos de Samara y lograr que su espíritu finalmente abandone este mundo y así detener su maldición.
De chile, mole y pozole, la película apuesta por el thriller y por el misterio al mismo tiempo que por el terror. Tal ambición del guión (a cargo del devaluado Akiva Goldsman) resultó en una película que aborda dichos géneros de forma superficial, siendo un producto ambiguo y poco propositivo.
El giro argumental al que hicimos referencia al principio es aquel en el que se toca la ética en la investigación científica y la misma ciencia como forma de abordar los fenómenos paranormales. De ambos solo tenemos pequeños retazos, y es que la película salta sin sentido de tópico en tópico sin ser conclusivo con alguno.
Para no dejar a nadie insatisfecho, por ahí ahí menciones al fanatismo religioso, al abuso sexual y a la nueva adición a los medios tecnológicos. Todo formando un collage sin demasiado sentido en el cual lo menos importante, créanlo o no, es la propia Samara.
Bájense de ese tren
Desde luego, no falta el buenísimo progresista de estos días, con la heroína guapa pero empoderada (la bellísima italiana Matilda Lutz) y su inútil noviecillo carilindo (Alex Roe). A eso sumémosle, sin abundar en detalles para no caer en spoilers, la estereotipada presencia de la Iglesia Católica . ¿Se les agotaron las ideas?
Y es que como lo geek es chido, Johnny Galecki, (el mismísimo Leonard de The Big Bang Theory) aparece como el inescrupuloso pero a la postre heroico profesor Gabriel. Buena actuación pero desperdiciada por los devanes del guión
Bueno ¿y asusta?
Con sustos de pastelazo clásicos, apariciones repentinas, silencios y gritos súbitos, la película causa uno o dos sobresaltos nada más. Más exitosa es su función como un thriller de investigación, pero sin lograr mantenernos al filo de la butaca. Se desperdició la oportunidad de abundar sobre el origen y motivaciones de Samara para al menos dar coherencia al relato, pero de nuevo se cayeron en ambigüedades a fin de garantizar una secuela hipotética, dejándonos con un sabor simple en la boca.
¿Hay que verla?
Definitivamente no. Mil veces mejor recordar la maestría terrorífica de la primera cinta y tal vez explorar las versiones japonesas. Algo salió muy mal aquí.
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