A Rainy Day in New York: ¿Y ahora?

Sin duda, una de las figuras más controvertidas en el cine estadounidense es Woody Allen. El director neoyorquino ha pasado casi 30 años enfrascado bajo la lupa por la acusación, descartada por jueces en 1993, de haber abusado sexualmente de Dylan Farrow, hija adoptiva de la actriz Mia Farrow. Asimismo, durante ese período Allen dejó a Farrow por su hija adoptiva, Soon-Yi Previn, a quien conoció cuando era adolescente y con quien se casó unos años después. La turbia vida privada de Allen sale a relucir, con mayor o menor fuerza, cada que saca una película nueva.

Durante el movimiento #MeToo en el cine, el nombre de Allen (y el del director polaco Roman Polanski, acusado y encontrado culpable por violación de una menor de edad y que, de hecho, huyó a Europa y sólo hace películas allá) volvió a salir. En este contexto de búsqueda de justicia -y la rápida respuesta para acallar a quienes protestan, aún si de fondo no cambia nada-, las acusaciones contra Allen resurgieron con fuerza, al grado de que Amazon Video, por ejemplo, rompió el contrato que tenía con el director para hacer cuatro películas exclusivas para esta plataforma de streaming; Allen, quien les hizo la miniserie exclusiva Crisis in Six Scenes (2016), les demandó por $68 millones de dólares.

Saco todo esto porque, para bien o para mal, actores y productores siguen buscando trabajar con Allen. Él sigue siendo una figura respetable, con una filmografía reconocida y canónica dentro del cine estadounidense; trabajar con él significa, para alguien como Cate Blanchett (Blue Jasmine), ganar el Oscar; para alguien como Justin Timberlake (Wonder Wheel), es validar su cambio de carrera. Para actores y todo el equipo de producción, la oportunidad de trabajar con Allen abre las puertas a más trabajo y consolidarse en sus profesiones. Con su prestigio y método de producción -hace por lo menos una película al año-, es probable que la única forma en que deje de trabajar será hasta que le llegue su hora.

Como crítica de cine, es parte de mi trabajo ver de todo y, si quiero, analizarlo en un texto y al final de cuentas, presentar una opinión sobre por qué deberían (o no) ver una película. Asimismo, utilizo criterio para decidir a cuáles películas darles difusión o no. De Allen, disfruté mucho Annie Hall, The Purple Rose of Cairo, Match Point, Vicky Cristina Barcelona, Midnight in Paris Blue Jasmine; con el paso del tiempo me he dado cuenta que es prácticamente imposible separar al autor de su obra (y menos en el cine, donde cada decisión cuenta y requiere el trabajo y colaboración entre muchísimas personas), y es clarísimo que el sistema judicial no favorece a las víctimas de abuso y violencia sexual. Son cuestiones complejas de las que podríamos hablar por horas, y llevo 500 palabras escribiendo sobre contexto y no sobre la película que fui a ver, A Rainy Day in New York, la última película de Allen que, por cierto, estuvo enlatada por un año.

Los novios Gatsby y Ashleigh (Timothée Chalamet y Elle Fanning) viajan un fin de semana a Nueva York para planean divertirse. Sin embargo, la lluvia y una serie de eventos derivados de una entrevista con el atormentado director Roland Pollard (Liev Schreiber) complican la visita. La historia es sencilla, sin complicaciones y predecible, al grado que pareciera que Allen se ha quedado sin ideas y está reciclando historias y características de otras películas suyas. Por otro lado, quizás ese es su objetivo: hacer algo tranquilo, para pasar el rato, y que deje un sabor dulce. La estructura de los eventos funciona para desarrollar al personaje de Gatsby, una mezcla extraña entre el clásico hombre ansioso protagonista en películas de Allen y el hombre joven pretencioso que abunda en universidades privadas. Ashleigh no corre tanta suerte: aunque es quien lleva la mayor parte de la acción en la historia -gracias a ella conocemos la escena neoyorquina del cine-, su personaje no tiene profundidad alguna ni experimenta grandes cambios. Aunque Allen ha dicho que ha escrito personajes femeninos fuertes y complejos, se nota que lleva mucho tiempo sin hacerlo; el segundo personaje femenino, Chan (Selena Gómez), pareciera ser más inteligente sólo porque simpatiza con Gatsby y puede seguirle la conversación, pero no demuestra ser más que un papel secundario para dar apoyo al protagonista.

Quizás el punto de esta historia es acercarse a las generaciones más jóvenes que, quizás, no estén familiarizados con sus obras; no por nada sus protagonistas son Chalamet, el joven guapo de moda, la talentosa Fanning y Gomez, retomando su faceta como actriz. Fanning es una brillante actriz que puede darle ingenio, chispa y realismo a cualquier personaje, y brilla sin esfuerzo. Chalamet, por su parte, es entretenido, carismático, y hace disfrutable la película. Fuera de ellos, el nutrido reparto -que incluye a Schreiber, Jude Law, Rebecca Hall, Diego Luna y Cherry Jones- hacen breves intervenciones memorables, pero pasan sin pena ni gloria. La música y cinematografía embellecen a la ciudad titular, añadiendo la nostalgia por una época que desapareció hace décadas y se lamenta que haya desaparecido.

Un día lluvioso en Nueva York está bien, a secas. No cambiará la historia del cine contemporáneo ni moverá los discursos ni conversaciones hacia ningún lado, pero podrían llenar un par de horas frías.

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