Anora: Todos somos Ani
En 1990, J.F. Lawton escribió y Gary Marshall dirigió una de las comedias románticas más icónicas: Pretty Woman. Aunque fue innovadora para su época al abordar de manera directa el hecho de que su protagonista era una prostituta, mantenía esa aura melosa, fantasiosa y esa moral americana típica de su tiempo y de una comedia romántica. Treinta años antes, Blake Edwards presentó una propuesta más sutil en Breakfast at Tiffany’s, adaptándose a las restricciones de la época. Aunque esta película cuenta con valores cinematográficos superiores a Pretty Woman, también mantiene ese tono positivo y mágico.
¿Cuál es entonces la diferencia con Anora? Una prostituta que vive su propio cuento de Cenicienta al casarse con el hijo de un oligarca ruso. Más allá de la diferencia obvia —la época—, lo que destaca es el filtro de amoralidad con el que Sean Baker impregna sus historias, dándole a Anora un sello distinto.
Anora comienza con una declaración de intenciones: un primer plano que desplaza la cámara mientras muestra el trabajo de una meretriz moderna al ritmo de Greatest Days. La fotografía juega un papel clave. No idealiza el entorno de manera extravagante, pero tampoco lo presenta como completamente decadente o miserable. Este equilibrio es característico de Sean Baker, quien aporta cierto color a lugares que, en teoría, son sumamente turbios, mostrando este sitio como lo que es: un espacio de intercambio mercantil donde el principal activo es el cuerpo.
Ani, nuestra protagonista, también está lejos de ser un modelo a seguir: es impulsiva, superficial, pero conserva un aire de inocencia que logra que el espectador empatice con ella. Aunque no vive en la indigencia ni en la miseria y hasta cierto punto gana buen dinero, el matrimonio con Iván le brinda la oportunidad de ascender de la clase media de Brooklyn a la oligarquía rusa. Lo que distingue a Anora es la forma en que Ani entiende las relaciones (especialmente con los hombres) desde un enfoque mercantilista, y en donde bajo la óptica de Sean Baker ese filtro amoral e íntimo es el que le quita cualquier tabú a Ani, presentándola como una trabajadora común dentro de un sistema global donde las clases medias y bajas utilizan su fuerza laboral para sobrevivir.
Bajo esta óptica, la relación de Ani e Iván (que también está lejos de ser el galán promedio, un rico estereotipado con el que se crea una rara empatía y agrado) nunca se muestra como una idealización de amor perfecto y/o accidental, sino como un cambio de trabajo más lucrativo para nuestra protagonista que conlleva un ascenso social. Especialmente porque parte del acuerdo de este matrimonio implica que Iván le dará una vida de lujos a Ani a cambio de que él pueda obtener la residencia permanente en Estados Unidos.
Cabe destacar que, de forma natural, este tono libre de prejuicios incluye escenas relacionadas con el tema del sexo. No obstante, Baker sabe cuándo usarlas y en qué momento, evitando que este recurso sea gratuito en Anora.
Lo que comienza como una historia de amor alegre y hedonista celebrada por el ascenso económico y social de Ani, se interrumpe cuando los cuidadores de Iván intentan anular el matrimonio. Aquí, Anora da un giro inesperado, convirtiéndose en una screwball comedy al estilo de Frank Capra, combinada con el ritmo frenético de After Hours y la intensidad de los Hermanos Safdie. Para un público acostumbrado a los estándares de Hollywood, quizás se esperaría un “Romeo y Julieta”, pero Baker es consecuente en su amoralidad.
En este acto se presentan a dos personajes: Toros e Igor. Toros es presentado como un tipo rudo, pero torpe y cuyo único objetivo es conservar su empleo. Por otro lado, Igor, aporta calma en medio de la esquizofrenia narrativa. Este contraste es esencial en Anora, ya que tanto Ani como Toros están en la delgada línea de perder su estilo de vida en un abrir y cerrar de ojos. Es a través de este individuo que la película llega a su puerto final, estableciendo que, en este proceso mercantil, las clases más altas siempre tendrán el poder sobre la fuerza de sus empleados, exprimiéndolos al máximo para satisfacer sus propias necesidades.
A pesar de que estos cuatro personajes clave parecen no poseer tanta complejidad, son consecuentes y cumplen un propósito perfectamente estructurado en la trama, lo cual convierte a Anora en algo más redondo que no intenta hacer más de lo que debe, una cualidad que, en la búsqueda de profundidad, muchas veces se pierde.
El montaje es otro punto fuerte en Anora. Como en una montaña rusa, Baker lleva al espectador de la alegría a la tristeza, de la fantasía a la realidad, culminando con un final típico de su estilo, que dice mucho sobre la protagonista y cierra el viaje de manera impactante. Se nota demasiado que la edición corría a cargo del mismo director, especialmente por esa habilidad de manejar tonos y la comedia como el modo para poder cambiar de velocidad. Hay escenas con pocos diálogos en las que la fotografía por sí sola explica relaciones, contextos y personajes, demostrando el balance y la practicidad de Baker, un cineasta que no teme a la dialéctica, pero tampoco al silencio, sabiendo cuándo y dónde utilizar cada elemento para contar la historia.
En cuanto a las actuaciones, todos cumplen su papel de manera destacada. Sobresalen Karren Karagulian (Toros), Yuri Borisov (Igor) y, por supuesto, Mikey Madison, quien entrega una interpretación excepcional. Su personaje muestra múltiples matices: alegría, picardía, sensualidad, ternura, tristeza y carisma. Madison ES Ani, y su actuación quedará en la memoria colectiva.
Añadir que Anora transpira cine por todos lados. Sean Baker homenajea a la comedia romántica, a la screwball comedy gangsteril, al cine mudo, a Buster Keaton, Capra, Scorsese, Wilder, Kaurismaki, los Safdie y muchos otros; pero, aunque Anora parece un homenaje al cine, nunca deja de tener una identidad propia, característica del estilo de Baker. Es como si dijera: “No estoy contando nada que no se haya visto en otras películas, pero lo estoy contando a mi manera, como dice Sinatra”.
Calificación
Guion: 3.1
Dirección: 3.5
Actuaciones: 1.7
Extras: 0.5
Calificación final: 8.8
Anora deconstruye un cuento de hadas, convirtiéndolo en la antítesis de las clásicas “hooker comedies”. Con su mirada amoral, íntima humana, con perspectiva de clase retrata a los trabajadores sexuales como una labor común dentro de este sistema global y capitalista al servicio de quienes poseen más dinero.
Sean Baker vuelve a darle un contexto de integración a la prostitución, y es que de cierta manera todos somos como Ani: empleados que se levantan cada día en busca del sustento y del sueño de ascender un peldaño en la escala social. Quizás todos hayamos encontrado a un “Iván” metafórico y luchemos por aferrarnos a él, no por egoísmo ni capricho, sino por supervivencia. Quizás por eso nos enganchamos con esta aventura, donde reímos, nos alegramos y lloramos junto a Ani. Porque, en el fondo, tal vez todos somos Anora en este mundo salvajemente mercantilista, en un proceso de compra y venta que bajo la mirada cínica pero realista de Baker estamos atrapados y lejos de poder cambiar.