Battleship, ¡tiene que ser broma!

Subirse a la montaña rusa una vez es muy divertido, pero repetir más de una vez el mismo día puede ser cansado y hasta aburrido. Así es Battleship, con un establecimiento de tema a mi parecer demasiado largo (30 minutos) sobre una historia que no sólo reconocemos a la primera, sino que además recordamos de memoria. Alex Hopper (Taylor Kitsch) es un joven rebelde sin causa que no encuentra su sitio en la vida hasta que ¡sí! encuentra a una súper sexi dama “Sam”  (Brooklyn Decker) en apuros a quien conquistará ¿por qué no? realizando una serie de sosas y bostezantes “hazañas” para conseguirle un… ¿burrito de pollo?

Desde el inicio se perfilan perfectamente los clichés y estereotipos que inundarán la pantalla hasta desbordarla de un ejercicio de mediocridad y, ¿por qué no? una incesante cadena de efectos especiales que más que para hacer gala de una avanzada tecnología (como por lo menos hizo en su momento Avatar) pareciera que se trata de una artimaña descarada para distraer al público o por lo menos adormecerlo lo suficiente para que ignore la carencia de subtramas, tramas y posiblemente hasta de guión. Las alucinantes batallas del heroico Alex Hopper (¿relacionado con la palabra “hope” ¿esperanza en inglés? ¡No! sería demasiado descarado) se suceden una tras otra sin descanso ya en el mar, ya en una nave o hasta en una acuamoto, aunque su mayor tragedia es perder a su hermano durante un embate del enemigo, aunque habrá que adivinar qué tanto le afecta pues la carencia de recursos de un deslucido Taylor no permite relacionar siquiera  sus sentimientos con sus expresiones que en otras circunstancias se podría jurar se debe a un exceso de bótox, difícil conclusión considerando su edad.

Lamentable ver a Hamish Linklater (The New Adventures of Old Christine) tan simpático haciendo de bufón de relleno en esta intentona de película de acción. La producción alcanza niveles tan inverosímiles histriónicamente hablando que inclusive actores de la talla de Liam Neeson y Peter MacNicol parecieran estar actuando en una comedia de humor involuntario cuando en sus escenas da la sensación que en cualquier momento estallarán a carcajadas.

Aunque la edición de imagen y de sonido son impecables sería buena idea recordar al director, Peter Berg sobre la necesidad de hacer rescatables este tipo de películas y dar al público un momento de reflexión, y sobre todo, descanso de tanta explosión. Necesario cuando en los escasos segundos que la flota americano-japonesa (un pobre guiño a la hermandad que une a estas dos naciones tras el ataque de Japón a los Estados Unidos en Pearl Harbor durante la 2ª guerra mundial) la película se va hasta el suelo (y más allá), recuperando el aliento con… otra batalla. Amén de los espectaculares efectos especiales, Battleship es lo que en su tiempo fue el famoso juego lanzado por Hasbro (que evidentemente presenta con bombo y platillo su “propuesta”) una idea creada para niños, niños con un altísimo y exacerbado nacionalismo, condescendiente con las demás naciones como debe ser, y nulo sentido del discurso cinematográfico.

Su nivel de simpleza sólo recuerda que si bien uno puede pasárselo increíble con un caro juego producido en serie, formar en fila una serie de soldaditos de plástico y derribarlos con una pelota es igual de satisfactorio, cuesta menos, y no asalta el bolsillo de nadie, objetivo evidente de esta cinta. Habrán notado que nada escribo sobre el enemigo que en esta ocasión embate la tierra, es porque tampoco lo hace el director, lo único que sabemos es que son extraterrestres, una mezcla de vampiro y lagartija.

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