Blanquita: Las buenas mentiras se arman con verdades.
Los cómicos de Les Luthiers tenían una frase que siempre se quedó conmigo: “La verdad absoluta no existe… y esto es absolutamente cierto”. El cineasta chileno Fernando Guzzoni juega con esta idea en su cuarto largometraje, que cuenta la historia de los menores de edad víctimas de secuestro y abuso sexual en Chile, teniendo como base el caso Spiniak y el proceso judicial que se siguió a miembros de la cúpula política por su involucramiento en el abuso a menores de edad.
La historia gira alrededor de Blanquita, una chica que vive con su hija recién nacida en una casa albergue que acoge a menores de edad en situación de calle y entre los cuales se encuentran varias víctimas de secuestro y abuso sexual. Uno de ellos, un joven con fuertes daños psicológicos ha sido desestimado como testigo en el juicio contra la red de pederastia que involucra a un Senador, a pesar de que los peritajes demuestran que el abuso es real. Blanquita (quien también ha sido víctima de abusos) decide entonces testificar por él, narrando su historia como si hubiese sido vivida por ella misma y confrontando a los responsables, eligiendo propugnar una verdad que no puede ser defendida por su amigo.
El doble riesgo que corre la protagonista es palpable, por un lado, sufre ataques y persecuciones por parte de los proxenetas inculpados y por otro, su pasado la acecha amenazando con develar la verdad. Su protector: el cura Manuel, quien es el responsable de la casa de acogida en la que se recibe a los jóvenes que han sido desechados por la sociedad, es quien la acompaña durante el proceso judicial y quien se ve envuelto en este juego de mendacidad en el que una mentira sirve para evidenciar las asimetrías sociales y las alineaciones políticas del poder fáctico.
Los cuestionamientos que se formulan en consecuencia tienen una resonancia fuerte en el espectador: ¿hasta qué punto es justificable una mentira? ¿Es válida una perjura cuando se trata de un recurso desesperado para enjuiciar a alguien que sabemos que es culpable? “Blanquita” juega con esta doble moral y brinda de voz a los excluidos sociales, interpela a las cúpulas de poder y a las instituciones judiciales, dejando al público la responsabilidad del juicio moral.
Guzzoni opta por el recurso del thriller para llevar su narrativa, alejándola del melodrama fácil, pero anclada en el drama social. Toma licencias sobre la historia real para no ubicarla en su contexto histórico, sino dándole una atemporalidad, cambiando los nombres de los verdaderos protagonistas, pero permitiendo una identificación fácil de los mismos.
Se elige una narrativa sobria, alejada de los artilugios propios del género y sin dar cabida al morbo o a la violencia gratuita, prefiriendo una fotografía oscura, estilizada, y una banda sonora minimalista, pero hipnótica. A partir de su primera secuencia mantiene un ritmo cadencioso que funciona como vínculo con la audiencia y que mantiene hasta su desenlace, en el que con una mirada inquietante, a manera de ruptura de la cuarta pared, profundiza el reto a los esquemas morales del espectador.
A la luz de la polémica actualmente generada por el estreno de “Sound of Freedom”, película que ha generado una polémica artificial que, sin embargo, ha sido suficiente para atraer audiencias en masa a los cines en Estados Unidos, extraña que una película latinoamericana con un tema idéntico y que pone el dedo en la llaga sobre el tema del abuso infantil, las redes de protección a los poderosos y los problemas estructurales de fondo entre las instituciones dedicadas a defender a los menores, no obtenga ninguna mención entre aquellos que defienden fervientemente a la producción estadounidense. Haciendo un llamado a la congruencia, deberíamos dar el mismo nivel de publicidad a esta producción, que funciona también para dotar de luz a una oscura realidad.
1 Comment
Se lee buena la cinta, pero como no hay cosas de Qanon o cosas gringas, pues… se quedara en America Latina esperando mas atencion 🙁 , mientras los Qanon seguiran chillando de que les tiran bombas fetidas, les apagan los generadores del cine y esas cosas para que siga vendiendo su bodrio