Blood Father: Ultraderechista Furioso
Lo confieso: me emocioné de sobremanera al saber que Mel Gibson, talentosísimo actor víctima de sus propias obsesiones, volvería a los escenarios ni más ni menos que a romperle la crisma a mi archienemigo Diego Luna. ¿Cómo hacer una crítica imparcial al respecto? Vamos, incluso para un católico fundamentalista pre conciliar como su servidor fue fácil decir que Risen y Ben-Hur (ambas de 2016) fueron un asco, pero teniendo la oportunidad de ver a uno de los despreciables charolastras sufrir la ira de Braveheart ¡pues así no se pinches puede!
Bueno, espero haberlo logrado…
¿De qué va?
Basada en la novela del mismo nombre y adaptada por su mismo autor, Peter Craig, y dirigida por Jean-Francois Richet, Blood Father nos narra la historia de John Link (Gibson), ex convicto, alcohólico en rehabilitación que mal vive como artista del tatuaje, y su lucha por proteger a su descarrilada hija Lydia (La bella Erin Moriarty) cuando los errores juveniles de esta la llevan a ser perseguida por peligrosos criminales pertenecientes a un poderoso cártel de la droga mexicano.
¿Corrección política? ¿Qué es eso?
Al igual que con Atentado en París (2016), se tocan temas sensibles para la sociedad actual, en este caso la violencia generada por el narcotráfico mexicano, los conflictos ideológicos en el sur estadounidense y la inmigración ilegal al país con la economía más poderosa del mundo.
Se nos muestra sin tapujos que hasta en la llamada “Land of Awesome” hay pobres, y muchos, además de serias tensiones raciales y violencia callejera que nos sitúan muy, pero muy lejos de Disneylandia. Aquí no hay espacio para el “buenísimo” y temas como el racismo, la xenofobia y el resentimiento de las clases sociales desfavorecidas hacia las “princesas de los suburbios” salen a flote. Y es que no todos los anglosajones o afroamericanos se sienten cómodos con miles de “latinos” pululando, aunque eso no nos guste.
Pero ¿y la película es buena?
Prescindiendo de escenas de acción imposibles y hazañas físicas irreales para un hombre de su edad, Gibson ofrece una excelente actuación como el malhablado ex convicto que tras haberse reencontrado con su hija perdida hará todo por protegerla, aun cuando a esta le falta un tornillo y por sus rebeldías y amores de adolescente deschavetada termina hasta el cuello con inhumanos delincuentes. Sin dramas grandilocuentes ni aspavientos innecesarios, se nos ofrece el dolor de un padre al ver a su hija caer al abismo y los sacrificios que está dispuesto a hacer para mantenerla a salvo.
Balas y persecuciones al por mayor al mejor estilo de un Mad Max avejentado pero sitiado en el mundo real, con diálogos precisos y un guion incisivo sobre la ideología sueña norteamericana es lo que está producción tiene para dar. Lejos de ser una concatenación de explosiones y autos voladores en la que la anécdota es solo una excusa, esta es una película más bien dramática que casualmente requiere de disparos para narrar su historia, y eso se agradece.
Erin Moriarty se muestra efectiva como la hija desparpajada que busca redención y Diego Luna logra hacerse odiar como el villano prescindiendo de estereotipos caricaturizados, demostrando fehacientemente el talento que le ha llevado a Hollywood. Complementan el reparto William H. Macy y Michael Parks como un par de “gringos” sueños estereotipados pero auténticos.
¿Hay que verla?
Definitivamente sí. Se trata de un buen ejercicio narrativo que retrata efectivamente el drama que se vive actualmente por la violencia del crimen organizado y del como dicha violencia y las adicciones destruyen vidas y familias como una plaga. Todo aderezado con acción correcta y diálogos efectivos. Bienvenido de vuelta, Mel Gibson, te extrañábamos.
Desde luego, hay material para hacer rabiar a los Social Justice Warriors pero a la luz de eventos recientes (y no tanto), los “narcos” no son precisamente merecedores de “justicia social” ¿no me creen? Pregúntense entonces por qué nos faltan 43 y muchos miles más…
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