Bodies Bodies Bodies: Cuando el Wi-Fi se muere, los Centennials se matan
Como profesor universitario desde hace más de 12 años, he sido testigo del cambio generacional de los últimos vestigios del estudiante “millennial”, a la llegada de los primeros modelos del estudiante “centennial”. De “Y” a “Z”, y como profesional dentro del estudio del mercado, puedo asegurar que entre ambos los cambios de comportamiento de consumo, cultura e idiosincrasia, entre muchos otros factores, son abismales (tanto para bien, como para mal); dicha brecha de hábitos se ha manifestado más propiamente dentro de la educación y el entretenimiento, incluso siendo aún poco relevante su manera de “comprar”, (y es que siendo niños y adolescentes de 11 a 26 años, pocos cuentan con dinero o decisión propia al menos en lo que el mercado latino se refiere). Por ende, el cine ha sido una de las plataformas más “afectadas” por esta turbulencia, y de ahí la cierta resistencia que otras generaciones muestran ante su contenido o narrativas, repletas en muchas ocasiones de tendencias que “de construyen” los argumentos para imponer esa búsqueda de equidad, empoderamiento y representación que responden a sus tiempos (así como todas las pasadas generaciones tuvieron su oportunidad, tono y estilo).
Como crítico de cine, es bien sabido que esta “inclusión” forzada de tendencias me parece una rotunda mierda (la calidad de la narrativa no está en debate), pero hay ocasiones muy contadas, en las que esta generación “fílmicamente” aún nos puede sorprender de la mano de historias frescas, arriesgadas, críticas y sobre todo, nada indulgentes. La directora holandesa, Halina Rejin, hizo este año un excelente manifiesto, y es que quizá solo sea la falta de auto sátira de esta generación, la que haga falta dentro del entretenimiento para crear un balance y mejores argumentos.
Bodies Bodies Bodies es una de las sorpresas del año. Una cinta que arranca como cualquier otra comedia “teenager” de la actualidad, pero que conforme pasan los minutos y de la mano de una excelente dirección de actores y precisos diálogos, va encaminando al espectador a una oscura y mortal odisea donde su terror no se desprende del supuesto “slasher” que propone su sinopsis y cartel (meras armas promocionales), sino de su misma subcultura y convivencia como grupo, uno que desprende toxicidad y que se muestra totalmente inadaptable cuando el “wifi” desaparece y la interacción humana retoma su natural poder.
El primer valor de la cinta es el guion de la debutante Sarah DeLappe, el cual obedece no solo a un buen estudio, sino a una tremenda adaptación al dialecto y cultura social de la Generación Z. La directora respeta dicha comuna, adaptándose a su entorno y compenetrándose de manera idónea con su correcto cast, que con los diálogos no solo va estructurando a cada uno de sus personajes, sino también construyendo los conflictos pasados, presentes y futuros entre ellos ¡pero no solo eso! Pues además se da a la tarea de crear una relevancia certera hacía ciertos elementos u objetos que servirán como detonantes y/o giros de tuerca a través de toda su trama.
Si bien es cierto que el uso de los clichés relacionales está a la orden del día, estos se muestran inclusos frescos al obedecer a las necesidades de un guion que comprende comportamiento, lenguaje, ansiedades, depresiones y choques emocionales de los “jóvenes de hoy en día” (recuérdese o insértese aquí el famoso meme de la “amsiedad”), por lo cual los conflictos que se desprenden si bien no son tan impactantes en lo visual (no esperen sangre o violencia vistosa), si son lo suficientemente interesantes para crear una tensión creciente en esta depravación y degradación social, en donde básicamente la Generación Z se pone salvaje al no contar con sus barreas de comunicación y “salvamentos” tecnológicos del día a día.
Otro aspecto interesante de la cinta es como ciertos elementos habituales dentro del consumo de dicha generación, aquí juegan un rol “traicionero”, en específico las redes sociales, los podcast, lo celulares, los influencers, conceptos que se convierten en un revés y hasta en enemigos mortales cuando se vuelven inservibles ante la realidad humana. Esta crítica y sátira hacía su comportamiento da a lugar a un humor negro muy bien llevado, natural, y que incluso rodea a todas los mortales eventos que se desprenderán del dichoso “jueguito” que engalana el título. Las carcajadas “incorrectas” de otras generaciones adultas no se harán esperar, así como el reflejo cómico de ciertos aspectos dentro de la hiper conectividad que simboliza a los “Z”.
A resaltar el cast, pues entre Maria Bakalova (Borat 2), Amandla Stenberg (The Darkest Minds), Pete Davidson y la notoria Rachel Sennott (Shiva Baby), se conjuga un caldo de toxicidad que no guarda ni un minuto de silencio; entre improvisación, talento juvenil actoral y la guía directiva, Bodies Bodies Bodies construye mucha de su tensión gracias al disparo constante de diálogos y que literalmente ¡nunca se callan!, pudiendo promover esa ansiedad, terror, inseguridades y problemas emocionales que sus personajes padecen.
Un elemento del reparto a resaltar es el personaje de Lee Pace, más un símbolo que una actuación, un extraño, un millennial entre centennials, y que sirve a la historia para hacer hincapié en la incompatibilidad social, quizá exagerada, pero precisa para los fines narrativos de la cinta.
Quizá lo mejor de Bodies Bodies Bodies sea su autenticidad, que con la suficiente calidad pudiera llegar a ser una de las referentes fílmicas de la Generación Z. Aunque en su lado malo puede padecer de algunos clichés y de un muy predecible giro de tuerca, sus valores actorales, directivos y esa excelente creación de tensión a raíz del diálogo, son factores que la catapultan para ser una muy interesante comedia negra, una sátira de terror, que como repito, no nace de las situaciones, de la sangre o de los cuerpos, cuerpos, cuerpos, sino del comportamiento artificial de los centennials.
Por cierto, es una película de A24.