Cafarnaúm: Perra vida
Creo que para Nadine Labaki la frase “el fin justifica los medios” aplica de manera perfecta, y es que para llevar a cabo Cafarnaúm, la talentosa y bella productora, directora y actriz ha sobrepasado las líneas del neorrealismo para convertirlo sencillamente en “realismo” ¿pero bajo qué costo? En su búsqueda por la concientización mundial por la situación social y de refugiados del medio oriente ¿hasta dónde se permite al lenguaje artístico servir cómo un vehículo de promoción y defensa para las ONG’s? ¿Existe un beneficio real en esto o la plataforma del celuloide diluye todo como si se tratase de una simple ficción?
Las consecuencias me gustaría analizarlas a continuación desde dos vertientes: la fílmica y la emocional (o la humana), y es que en su objetivo por estremecer a la audiencia con un panorama brutal, usando a los mismos refugiados como actores de su relato y a la ciudad que nombra su cinta como un entorno devorador de los más básicos derechos humanos, la libanesa sale avante llevándose por delante el quehacer fílmico y a su propia audiencia, que dividiría en dos grandes estratos, la desprevenida (que viene siendo su mercado meta) y la indiferente (mercado accidental originado del mero espectador).
Comencemos por la fílmica, la cual funciona a pesar de un desarrollo que manipula todos sus elementos hacía la lágrima y el sufrimiento excesivo; construida como un thriller y a manera de un gran flashback, la cineasta empieza a diseccionar el caso de un niño de 12 años que demanda a sus padres por haber nacido, todo esto en un jurado y a partir de que el mismo infante fuera encarcelado por un crimen. Labaki no solo luce cómoda, sino como toda experta de su atmósfera al ir sumergiendo al espectador en la vida de este trágico héroe, el cual comenzará una odisea que progresivamente irá evolucionando en una espiral de sufrimiento constante e interminable.
Muy pronto todos los infortunios comienzan a entretejerse y los elementos de esta caída a reflejarse, donde Labaki y su real refugiado serán testigos de la hambruna, las irracionales costumbres, la pobreza, la falta de educación, el trabajo y explotación de los niños, propios hijos de un matrimonio indocumentado en su propia tierra y finalmente el arrebato familiar y el abandono ¿se termina ahí? En lo absoluto, pues la libanesa apenas comienza cuando una segunda historia se adhiere al destino del héroe, una refugiada que esconde a su bebé de la separación y deportación, que mientas esta es arrestada, su criatura de un año quedará a cargo de aquel niño de 12 que lucha por la redención, la salvación, la supervivencia y la imporbable alegría en aquel paraje desolado y deshumanizado, mientras busca el alimento para él y el ahora hermano accidental que carga en una patineta con ollas a través de aquella “ciudad olvidada”
¿Pero se termina esto ahí? No. Labaki insiste en la indiferencia social, en el secuestro y trata de personas, en las cárceles repletas de jóvenes y mujeres embarazadas y/o abandonadas, en el pobre sistema legal y finalmente en la poca respuesta de una ciudad a la que parece no importarle todo esto un carajo. Todo terminará con la inclusión de su ONG (y de manera forzadamente esperanzadora), no sin antes darnos cuenta que su cinta de una manera extraña y manipuladora ha cumplido su(s) objetivo(s) hacia con las dos audiencias: estremecer y concientizar, todo envuelto en un ágil e intenso montaje que la convierten en una prodigio del ritmo narrativo y del manejo de sus inexperto actores, más reales y naturales que cualquiera en Hollywood, y es que ¿quién más puede exhibir esa desesperanzadora mirada que los propios afectados de esta plena y actual tragedia mundial?
Vamos ahora a la parte emocional y subjetiva de esta reseña, en la que analizaré las consecuencias de esta cinta desde el método exploratorio y observacional, basado en la real respuesta a la tragedia de varios de los que presenciamos su función de prensa. El objeto de prueba será “Yonas”, el bebé protagonista, abandonado accidentalmente por su deportada madre y al cuidado de nuestro héroe de 12 años. Su servidor como un mercado desprevenido, recién inaugurado como padre de una bebé de un año, solo podía reaccionar de una manera ante las acciones de “Yonas”, los lloriqueos, juegos, risas y “monadas” o trucos propias de una personita que aprende y absorbe todo de su entorno, y eso es el sufrimiento, al grado de parecerme excesivo el planteamiento de Labaki al exponer a un bebé (o a varios) a este deshumanizante panorama durante todo su metraje para exprimir una sobrecogedora reacción de este tipo de público, como si se buscase una respuesta inmediata a manera de donación o intervención (aunque en mi caso puedo mencionar que me encuentro ya suscrito a un plan de este tipo de donaciones).
¿Seré entonces el público objetivo de este metraje y/o promoción de organizaciones no gubernamentales? Quizá así sea, porque pasando al otro público, al indiferente, las mismas acciones de “Yonas” causaban risas o incluso los típicos sonidos que tímidamente denotan ternura ante la presencia y/o monerías del “bebé”. Me pregunto y sin afán de tachar a este público de insensible (creo que nadie podrá ser insensible ante esta situación) ¿El mensaje se diluye o pierde fuerza si no se encuentra el espectador en un estado empático?
Me queda claro que el impacto de Cafarnaúm nunca será el mismo entre estas dos audiencias, y creo que al final eso es lo bello del cine y en particular de lo hecho aquí por la manipuladora pero aun así catedrática narradora Nadine Labaki, pues mientras yo no pude dormir pensando en los miles de “Yonas” en este maldito y “perro” mundo, otros quizá solo hayan comentado lo cruento y realista de esta odisea, lo bellamente fotografiada y musicalizada, la impresionista y loable dirección de sus “no” actores y finalmente todos aquellos elementos que hacen de Cafarnaúm una de las mejores películas del 2018, una justa ganadora de Cannes y una olvidable competidora por el Oscar (pero créanme, yo nunca la olvidaré, y por ello no sé si agradecerle o reclamarle a la directora libanesa).