Chicuarotes: Un vistazo más del cine mexicano al desencanto social que nos aqueja.
Chicuarotes (Gael García Bernal, 2019) toma su nombre del gentilicio que reciben los habitantes de San Gregorio Atlapulco, poblado de la ahora alcaldía de Xochimilco en la Ciudad de México. Y precisamente aquí es donde se desarrolla esta historia. Han pasado 12 años desde el estreno de su primer largometraje como director (Déficit, 2007) y definitivamente las capacidades como director de Gael García Bernal han mejorado muchísimo. Éste su segundo largometraje como director, fue presentado fuera de competencia en la pasada 72° edición del Festival de cine de Cannes, y en cuya proyección al final hubo un emotivo aplauso. Quizá para el público de aquel recinto pudiera parecer una historia hasta exótica (como varias de las que han sido exhibidas en años anteriores en ese mismo festival) pero el desarrollo de la misma queda un poco a deber.
Y es que el problema de ésta su segunda película, es que pareciera que estamos ante dos cintas que en algún punto parecen ser la misma pero no. Al inicio abre con el “Cagalera” (Benny Emmanuel) y su compinche el “Moloteco” (Gabriel Carbajal) haciendo toda tranza posible a su paso, un par de jóvenes en pleno apogeo de su juventud, torpes, sin rumbo, pero siempre confiados y esperanzados en una vida mejor, aunque son al mismo tiempo también víctimas y presas de su entorno. Y es que lo que más anhelan, en especial “Cagalera”, es salir de ese desastre social en el que vive, de una familia completamente disfuncional y de una realidad que lo asfixia pues. Cueste lo que cueste. Y es en esta primera parte que vemos un tono de humor negro, donde se retrata perfectamente la convivencia del barrio, con el ingenio en la jerga y velocidad verbal con la que Benny Emmanuel se luce actoralmente como un auténtico “Rey de barrio” quien marca así el ritmo de esta primera parte (en realidad de toda la película) lo que la vuelve todavía en una película entretenida, a pesar de estar en uno de los peores escenarios posibles: un submundo dentro del círculo de miseria de una ciudad, la más grande del mundo que es brava ya de por sí, vulnerable y marginado, y en donde no hay ley; características que atrapan a sus habitantes y difícilmente los dejan escapar.
Hasta este punto la historia ya te atrapa y te deja con la expectativa de ver hacia dónde se mueven nuestros protagonistas y si serán capaces de lograr escapar de esa realidad que tanto anhelan abandonar. Pero tanto García Bernal como Augusto Mendoza (guion), se empeñan en colocarlos dentro de un sinfín de tragedias, en donde además la mayoría son villanos crueles sin sentido, como “Chillamil” (Daniel Giménez Cacho bien como siempre), personaje que solo aparece para generar más tragedias en donde ya abundan, nada más por el puro gusto, y es que en verdad quieren mostrarnos a como de lugar que nadie puede confiar en nadie, todos están para ponerse el pie, si acaso se escapan dos o tres personajes que aún conservan algo de nobleza, pero que nos quede claro que aquello es una total hostilidad. Para la segunda parte de la película esos dramones y la violencia que impera por todos lados se vuelven hasta exasperantes además de que nunca nos lleva a un desenlace digno, la historia se desdibuja por completo, dando paso solo a lo que pareciera un programa de nota roja. Aunque eso sí, a pesar de no ser el mejor escenario para ello, la buena fotografía a cargo de Juan Pablo Ramírez es un elemento que suma a favor de la película.
Como lo mencionaba al inicio, aún con solo dos largometrajes se nota una buena evolución como director de Gael García Bernal, su capacidad en la silla nadie la pone en duda, sabe rodearse de un buen equipo en todos los aspectos creativos, solo esperemos que en su siguiente propuesta elija algo menos escandaloso, si sátira o crítica social si gusta, pero más suavizado o al menos con mesura. Figuran también en el elenco Dolores Heredia, Leidi Gutiérrez y Enoc Leaño, entre otros. Diego Luna figura como productor.