Ciclo Ghibli: “El Cuento de la Princesa Kaguya” y la tragedia de ser una princesa.

Cada visionado de alguna película de Ghibli es todo un recorrido lleno de emociones, y esta vez no podría no ser igual, y debo decir que “El cuento de la princesa Kaguya” es poesía hecha cine. Si la vemos como un todo me atrevería a decir que es la mejor película que el estudio ha hecho, y esas ya son palabras mayores.

El amor y la dedicación que se le imprimió a cada fotograma y a cada boceto de esta historia, denota cómo el director Isao Takahata hacía cine, y más sabiendo que con este film hacia su despedida no solo del mundo de la animación, si no también del plano terrenal, ya que el cineasta falleció en 2018, marcando esta como la última película que haría dentro del estudio que ayudó a fundar de la mano de su gran amigo Hayao Miyazaki. Además que esta también cerraría un ciclo dentro de Ghibli, siendo la última película producida por el estudio en el 2013, (aunque en 2014 y 2016, se estrenarán “El recuerdo de Marnie” y “La tortuga roja” respectivamente, pero sin la participación de Miyazaki o Takahata).

Así que con esta información en mente ahora podemos poner en perspectiva lo que el cineasta quería contar; la película está basada en una antigua fábula del folclore Japonés llamado “El cuento del cortador de bambú”, en la que se cuenta cómo un anciano al cortar un bambú, encontró a una diminuta niña dentro de él. Y cada vez que el anciano cortaba un bambú, de este salía oro. Después, la llevó a su casa para mostrarle a su esposa a la niña, y en cuanto la anciana la tomó en brazos, la diminuta niña que cabía en la palma de su mano se convirtió en una bebe casi recién nacida que crecía de forma muy rápida. Así los ancianos deciden criarla como si fuera una princesa.

El desarrollo de la princesa y el ver cómo crece, y lo qué pasa después ya estando en su etapa adolescente, quisiera dejarlo de lado, ya que es una película que el propio espectador tiene que ir descubriendo. “El Cuento de la Princesa Kaguya” no es una película para todo público, por un lado se nos está contando una historia alejada de la cultura occidental, y por otro, tanto la narrativa como su estilo visual se aleja de los cánones del cine actual de animación y de lo propio hecho por Ghibli anteriormente.

 

Aun así, estamos frente a una obra maestra que se toma su tiempo, y Takahata siendo la mano maestra detrás de todo, como buen director de orquesta va dirigiendo a su paso cada elemento del que está compuesta su historia; y el primero y el más llamativo es el dibujo mismo, uno que se aleja de las grandes secuencias de acción animadas digitalmente, o el uso del 3D para dar una mayor profundidad de campo en sus escenas de transición mostrándonos esos hermosos paisajes. En esta película no lo hay, y descubrimos que tampoco es muy necesario, ya que Takahata toma técnicas de dibujo de su película anterior (Mis vecinos los Yamada), pero esta vez reduce aún más la paleta de colores, dejando en los bordes el color blanco, como si se tratase de una hoja de papel, con líneas y trazos inacabados dentro del encuadre haciendo parecer como un libro para colorear, además del uso de acuarelas para dotar con color, que se siente que por momentos se desvanecerá, como si fuera un sueño. Y es a través de este tipo de animación como Takahata nos muestra los sentimientos de la princesa. Cada vez que la princesa siente miedo o enojo, el trazo se vuelve más grueso y agresivo, además de que el uso de lápices en color negro resaltan más dentro del encuadre.

Sumado a lo anterior, al principio de la película, el uso de los colores se intensifica más, ya que cubren por completo la pantalla, pero una vez que la princesa y su familia se mudan a la ciudad estos cambian, el borde se vuelve más blanco, y los colores a pesar de que todavía están presentes, pareciera como si se desvanecieran, para así llegar al final, donde vemos trazos muy finos y colores pasteles casi deslavados por un color blanco que se apodera de la pantalla.

Takahata como ya es costumbre no solo en su cine, si no también como característica y marca personal del propio estudio, además de tener a una protagonista en su adolescencia, también muestra ese amor por la naturaleza y la comparación de campo con ciudad, y más cuando la princesa lo verbaliza ya hacia al final de la película, cuando se da cuanta de qué todo hubiera sido diferente si se hubiera quedado viviendo en el campo. Otro aspecto es la vida costumbrista que Takahata nos muestra, ya que la historia está ambientada en el Japón feudal, mostrándonos la vida de los campesinos y de cómo es la niñez en un ambiente tan natural y libre como ese.

En comparación a la ciudad, llena y abarrotada de gente, y donde también nos muestra cómo el anciano padre de la princesa, por satisfacer sus gustos personales con riquezas en pos de “la felicidad” de su hija, la priva de su libertad al tenerla encerrada en su mansión, llena de lujos que ella no pidió y de personal de servicio que siempre está vigilándola, además de incluir las típicas clases machistas que toda princesa debe de saber, como lo es el bordado, la forma correcta de presentarse en sociedad, como pararse de forma educada, clases de caligrafía, y de música, entre otras; y sobretodo, el tener que aguantar la insufrible procesión de pretendientes de la alta sociedad que la cortejan, ofreciéndole regalos tan lujosos como absurdos para poder casarse con ella. Aun cuando ella en repetidas ocasiones dice que no va a permitir que nadie la posea. Estas situaciones hagan que la felicidad de la princesa decaiga, hasta el punto de que ya no vuelva a sonreír. Si bien la historia empieza de forma muy colorida y alegre, conforme los padres adoptivos de la princesa van tomando decisiones en contra de su voluntad, va marcando lo trágico de su estancia en la tierra.

“El cuento de la Princesa Kaguya” es en esencia la película más intimista, onírica y contemplativa de todo el estudio, llena de nostalgia y hecha con todo el amor posible, y que lejos de su estilo visual, pone en su protagonista el peso necesario para homenajear a todas las protagonistas de las películas Ghibli, ya que con esta historia, se considera como la última hecha enteramente por el estudio.

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