Ciclo Ghibli: “Mi Vecino Totoro” y la pureza de ser niño.

La niñez en su expresión más libre y pura, es lo que Hayao Miyazaki nos muestra con la tercera película hecha por el estudio, dirigiendo y escribiendo esta historia donde nos presenta a la familia Kusakabe; Satsuki la hermana mayor, Mei la menor y a Tatsuo como el padre y profesor en la universidad, que recién se mudan a una pequeña cabaña en el Japón rural. Ahí nos enteramos que su madre está internada en el hospital, y que continuamente visitan.

Hasta aquí la realidad, donde vemos a un par de niñas emocionadas por su casa “nueva” en la que dicen está embrujada, corriendo y descubriendo cada habitación, ayudando a limpiar y a instalarse. Pero como uno de los escenarios más visitados por Miyazaki, este mundo de realidad se topa de frente con la fantasía. Un día, la pequeña Mei jugando sola por las afueras de su casa se encuentra con un Chibi-Totoro (Pequeño Totoro) de color blanco, que sigue hasta el gran árbol alcanforero plantado a lado de su casa. Dentro del árbol, cae en la panza de un gigante peludo de color gris, un Dai-Totoro (Gran Totoro), un espíritu del bosque.

Al resultar ser vecinos, con estos detalles es donde nos adentramos de lleno con las ya características formas del cine de Miyazaki; con Nausicäa y luego con el Castillo en el cielo, el director ya había deja en claro su postura hacia la naturaleza y el ser humano como invasor, pero en Mi vecino Totoro nos da otra forma de verla.

Si bien estamos acostumbrados a ver el bosque de forma atemorizante, en donde un niño se puede perder y vivir un sin fin de horrores o peligros, aquí se nos muestra como algo vital, como un personaje más y que se encuentra más vivo que nunca, un bosque que respira, un árbol milenario digno de mostrar nuestros respetos, un bosque que se debe de explorar, como en la secuencia donde Mei entra por ese túnel de ramas persiguiendo a un Ch?-Totoro (Mediano Totoro) de color azul.

Pero regresando a aquella criatura mágica, Totoro representa un ser guardián del bosque que se presenta en momentos donde la figura del padre no está presente (ya que como toda criatura mágica, una de las reglas de estos seres es el de presentarse solo a niños), y donde también representa esa conexión que el ser humano tiene con la naturaleza. Una donde los dos pueden habitar sin hacer daño el uno del otro.

Mi momento preferido es donde Satsuki tiene su primer encuentro con Totoro, en una escena mágica y conmovedora, donde ella junto a su hermana se encurtan en la parada del autobús, cubriéndose con un paraguas de la fuerte lluvia, después de esperar y de múltiples autobuses que pasan y sin señales del padre, Mei se queda dormida sobre la espalda de su hermana.

Con la vista en el suelo Satsuki oye el pesado movimiento de algo, primero ve sus patas, luego ve cómo se rasca su profundo pelaje, así ella le presta el paraguas de su padre, le enseña cómo usarlo y con extrañeza Totoro lo pone sobre el, así descubre el sonido de las gotas de agua sobre el paraguas, algo que le causa una gran satisfacción, así que pega un gran salto, haciendo que las gotas de los árboles sobre de ellos caigan para luego dar un fuerte rugido, y presentarnos al personaje más fantástico de todo el universo Ghibli: el Gatobus, un enorme gato transformado en autobús con doce patas en lugar de ruedas, y donde pequeñas ratas son los faros, y de frente, la gran cara de un gato con una enorme sonrisa y donde de los ojos salen luz, Totoro se sube a él y se marcha. Sin duda uno de los mejores momentos de toda la película.

Pero así como la vida misma donde tenemos momentos mágicos como el que acabo de relatar, la película nos muestra otro un tanto triste y desesperanzador. Satsuki y su hermana se encuentran preparando la llegada de su madre del hospital, un telegrama urgente llega con la noticia de que su padre se debe de comunicar al hospital.

Dicha noticia cae como balde de agua para las hermanas, que inmediato corren al primer y único teléfono del pueblo para comunicarse con su padre, ahí Satsuki y Mei tienen una discusión que termina con la pequeña Mei perdida intentando llegar al hospital para poder ver a su madre. Satsuki, desesperada corre en su búsqueda y luego pide ayuda a Totoro, quien con otro gran rugido hace llamar al Gatobus, y así dentro de él, parten en busca de la pequeña.

Dicha secuencia sirve para mostrarnos otro tópico en el cine de Miyazaki, los campos y escenarios de un Japón rural y agricultor, lejos de las grandes ciudades con tintes Europeos.

Así es como Mi vecino Totoro, es una película especial, ya que solo nos muestra pequeños secuencias casi al azar de la vida de dos niñas que tienen que juegan y exploran, pero que también tienen que aprender de la soledad y de la posible pérdida de uno de sus padres.

Citando a David Jenkins, “Mi vecino Totoro es una película sin trama, sin personaje central, sin protagonista, donde no hay amenaza, sin algún propósito definido para los personajes secundarios, donde no hay tres actos, sin referencias internas, sin principio o final palpables, Totoro es una de las mejores películas jamás hechas.”

Y con eso no hay más que decir, solo el de escuchar el gran soundtrack de Joe Hisaishi, y la pegajosa canción del final de créditos, Tonari No Totoro.

La próxima semana regresaremos con una película particular de aviación, donde el piloto es un singular cerdo.

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1 Comment

  • Aun recuerdo un chiste…

    Mei… – Mama, que tan enferma te encuentras?
    Mama – Mei, las tragedias son en la otra pelicula…

    Mi Vecino Totoro y La Tumba de las Luciernagas se exhibian una tras otra en su estreno en Japon… sin duda algo muy incomodo en lo emocional

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