Cine y Gastronomía: Momentos de pasión y vida
Iommazzo, autor de “The Cultural Flow of Food in Cinema” define a la comida como:
“elemento mágico de placer y conocimiento, poderoso catalizador de la unión de las personas y del despertar de las pasiones”
Yo, como una simple mortal no tengo nada más que agregar al respecto, porque justo así es para mí.
Más allá…pero mucho más allá de esa necesidad fisiológica vital que puede ser el alimentarse; la comida, o mejor dicho, el arte del buen comer y las reacciones que provoca, es un tema que me apasiona. Por fortuna no soy la única enamorada del tema, a lo largo de la historia del cine muchos realizadores han dado a la gastronomía un lugar como protagónico.
Todos, absolutamente todos los sentidos se educan. Las endorfinas son adictivas y dejan un registro del nivel de placer que provocan. Si usted se pregunta ¿por qué nunca ha probado mejores chilaquiles que los que le hacía su mamá?, bueno, pues eso se debe a que ese nivel de endorfinas no ha sido superado. Así pasa con los vinos, la música, la pintura, el cine (of course), la literatura y hasta el sexo. Así pasa con todo placer que viaje a través de nuestros sentidos de la base de nuestro cerebro primitivo hasta la evolución de la corteza cerebral.
El cine tiene el poder de concentrar los sentidos en uno solo; por medio de imágenes, y ahora del sonido, podemos conectar con nuestras emociones y despertar recuerdos que traen con ellos olores, sabores y sensaciones que nos excitan, erizan la piel y abren el apetito. ¿Cuál apetito? ¡Todos los apetitos!
Los mismísimos hermanos Lumiére, aquel glorioso 28 de diciembre de 1895 (fecha oficial del nacimiento del cine), proyectaron “Le Repas de bébé” (La comida del bebé), inmortalizando a su pequeño hijo comiendo ante las cámaras. Con este hecho dejaron la puerta abierta para mostrar, a través del cine, los sabores del mundo. Unos años después, en 1925 Charles Chaplin transforma un zapato viejo en un verdadero platillo gourmet en “La Quimera de Oro”. Aunque pasarían varios años antes de que la gastronomía se convirtiera en un tema esencial en el cine, la espera valió la pena, porque comenzaron a llegar películas como “La Grande Bouffe” (1973) y “El Festín de Babette” (1987).
En el cine, la gastronomía se ha expuesto como parte del amor, de un viaje, de un recuerdo, del desbordar de las pasiones. Muchas otras veces más ha servido para mostrar una identidad cultural o familiar. La comida libera llantos inconsolados o dispara carcajadas eternas con la misma facilidad que proyecta el hastío o la apatía. Si nos vamos a los extremos, también ha servido para dar una cara a la miseria y a la depravación, pero de esos extremos me mantendré alejada para enfocarme en el placer, en el puro, impuro y nunca vano placer del comer.
A partir de hoy y hasta que los niveles de glucosa y colesterol lo permitan, aprovecharé este espacio para compartir algunos momentos de placer desbordante que conjugan al cine con la gastronomía. No voy a hablar necesariamente de la calidad de la película, aunque muchas de ellas son extraordinarias por su calidad cinematográfica. No hay un orden, no van de la mejor a la peor, ni están en competencia. El único fin es celebrar el amor por la vida, la unión de las personas y el despertar de las pasiones.
¡Bon appétit!