Corina: Está de moda ser pesimista
¡Qué gratificante es encontrar propuestas en cartelera tan valientes y genuinamente lindas como lo es Corina! Una película que, sin proponérselo, funciona incluso como una alegoría sobre la actualidad de la industria cinematográfica mexicana. Corina es discordante con la regularidad de historias que estamos acostumbrados a ver en pantalla. Con una historia sencilla, pero altamente efectiva, escapa de los lugares comunes del cine nacional: de la comedia forzada, del romance insulso y de lo sórdido de los temas sociales. Como acertadamente menciona en sus diálogos, “está de moda ser pesimista” y Corina sabe sortear esto de forma perfecta.
Corina, una joven de 28 años quien debido a un trauma de su infancia sufre de agorafobia, ve su mundo reducido a un perímetro de 4 calles, entre las que ha hecho su vida, trabajando en una pequeña editorial como correctora de estilo y reduciendo su rutina a salir de casa, comprar su café y llegar a la oficina, para luego volver a casa con su madre, quien no ha puesto un pie fuera de su apartamento en años. Tras corregir (y cambiar) el final del último libro de una exitosa saga literaria, Corina deberá hacer todo lo posible para enmendar su error, que bien podría poner en riesgo a toda la empresa, para lo cual tendrá que vencer sus miedos e ir en busca de la escritora, de quien poco se sabe.
La estructura narrativa de Corina es básica, casi a manera de cuento, apoyada en una narración en off y, como esta misma menciona, se trata de un viaje que consiste en ir del punto a al punto b, pero aderezando la narración con todos los riesgos e imprevistos que esto puede representar. ¿Qué la hace sobresaliente? Justamente su aparente simpleza, ya que se apoya en una estructura básica, pero ejecutada de una manera adecuada y llena de recursos: una historia genuinamente enternecedora, que jamás cruza esa sutil línea hacia la manipulación o la lástima; una acertada y maravillosa interpretación de su protagonista, Naian González Norvind, que por momentos llega a recordarnos a una Audrey Tautou en su insigne “Amélie”.
La dirección complementa la trifecta. Úrzula Barba Hopfner co-escribe y debuta en la dirección de largometrajes, proponiendo un ritmo siempre ágil, sostenido por una buena edición y apoyado en una banda sonora fresca, acercada al jazz, que bien podría ser una de las mejores bandas sonoras que hemos tenido en el cine nacional de los últimos años. Su estilo visual es muy bien concebido, atinadamente ubicando la historia en el año 2000, lo cual apoya en la narrativa pero impone retos en la dirección de arte, mismos que son llevados a buen puerto. La fotografía y su paleta de colores por momentos recuerda al estilo de Wes Anderson, sin llegar a querer copiarlo.
En resumen, Corina resulta una película amable y efectiva, que resultará la delicia de los espectadores y los hará salir con una honesta sonrisa y un merecido calor emocional, con una dulzura que jamás excede la perfecta dosis de sólo dos cucharadas de azúcar… mascabado.