Correr para vivir: ¡Corre, Omero, corre!
Acabamos de venir de un gran año para el cine mexicano, con diversas propuestas que nos hacen pensar que podría recuperar la credibilidad luego de varios años estancado por el abuso de comedias románticas y telenovelas melodramáticas (no van a dejarse de hacer, pero por lo menos se espera una mejora a futuro). Con la ilusión de que esta racha continúe, empiezan a asomarse nuevos proyectos en el horizonte, varios de bajo presupuesto, pero con mucho ingenio detrás de cámaras. Uno de estos es “Correr para Vivir”, que cumple con su propósito: retratar un problema actual que la audiencia pueda identificar.
Por un lado, se aplaude que el director Gerardo Dorantes haya hecho una investigación fidedigna con respecto a la cultura tarahumara. Con tal de mostrarle al resto del mundo y recordarles a los mexicanos que hay más culturas en el país que la mexica y la maya, logra plasmar gran parte de los valores que los distingue, como el dialecto, la agricultura, su capacidad de correr largas distancias y el deporte rarajípari (o carrera de bola), que sirve como metáfora al título de la cinta. La cámara en mano imita el estilo de un documental y permite un acercamiento más próximo a la gente con tal de poderlos conocer mejor, así como plantear la situación alrededor de los conflictos internos y externos de sus protagonistas, logrando una intimidad más empática.
El título adquiere un significado doble que intercala la búsqueda de los sueños personales y el tráfico de drogas causado por el crimen organizado. Para algunos esto puede sentirse como una apología al narco, pero no intenta juzgar ni es moralista con el tema, sólo pone las bases sobre la mesa y deja que cada uno saque sus propias conclusiones, mientras uno quiere salir de ese ambiente peligroso para cumplir una meta, el otro arrastra a los demás al precipicio con él por sus errores que no puede o no quiere corregir. De esta manera, las situaciones en las que se ven involucrados y cómo los afectan a ellos y su familia van aumentando para que la tensión y el suspenso empiecen a tomar el lugar de preferencia, culminando con una persecución final intensa, dinámica y emotiva que conlleva un sentimiento de esperanza.
El reparto está compuesto de actores novatos o sin experiencia, pero una producción pequeña como esta sabe de sus limitaciones y deja que ellos se amolden a lo que quiere el director y lo que pide el guion. Vladimir Rivera y Manuel Cruz Vivas (quien ya participó en “Radical”) cumplen dentro de los requerimientos en los personajes y tienen buena química tanto entre ellos como con el resto del reparto. De seguir por este camino, no sería difícil imaginar verlos en proyectos de mayor difusión y trabajando con directores de mayor renombre, o en el caso del director, animarse a un trabajo más complejo.
Ahora, al ser una película de bajo presupuesto, es obvio que tarde o temprano se le van a ver las costuras, empezando por el desperdicio del reparto secundario, pues más allá de la participación del narco (algo estereotipados a pesar del desempeño de Osvaldo Sánchez) y Eligio Meléndez como el padre, el resto no tiene peso en la trama o son relegados conforme avanza la historia. Por no mencionar que hay algunos momentos faltos de credibilidad (estoy dispuesto a creer que un tarahumara puede correr y ganarle a un auto en movimiento, ¿pero que un estadounidense sepa lo que es un tarahumara, en especial cuando le dice “azteca” al mexica porque no sabe pronunciarlo?) o que puede interpretarse como un panfleto de superación personal.
Tiene sus inconvenientes, pero es innegable que se nota la pasión y el cuidado que le dieron a esta pequeña cinta, que dentro de las limitantes de su presupuesto, es más honesta y directa que otras con temática similar y mayor difusión, ya que ve por la voluntad de liberarse de la criminalidad que afecta el país en aras de buscar un mejor futuro. Un acto donde correr es literal y metafórico, es huir del peligro, pero también una pequeña esperanza de aferrarte a lo que más deseas para sentirte vivo.