Crónicas del TIFF: Casa de Antiguidades
En festivales nacionales, trato de darle prioridad a cualquier película proveniente de América Latina, en particular si son de Brasil. El llamado novo cine brasileiro tiene una de las propuestas más interesantes y brillantes del continente, a la par con la genialidad que está teniendo ahorita el cine mexicano y el cine polaco. Casa de Antiguidades (“Casa de antigüedades” en español, o “Memory House” en inglés) es brillante, de las mejores películas del año y de la que me gustaría habláramos por años.
La Casa de Antiguidades es una cabaña que Cristovam (Antonio Pitanga) encuentra la tarde después de que sus jefes le avisan que le recortarán el salario después de trabajar 30 años con ellos. Cristovam es el único hombre negro que trabaja en una planta de lácteos y carnes al sur de Brasil, y vive rodeado de supremacistas blancos. La cabaña maltrecha está llena de memorias que creía olvidadas, y le recuerdan poco a poco quién es y qué ha vivido. A través de metáforas y folklore, el guion de João Paulo Miranda Maria y Felipe Scholl examina las tensiones raciales y de clase nacionales mientras plantea una idea insidiosa y, francamente, deprimente: muy poco ha cambiado desde la época colonial y desde la era de dictaduras. El tiempo es cíclico y no hay escape.
Con un imaginario visual bello y monstruoso, Casa de Antiguidades es una maravilla imprescindible para comprender el estado de las cosas en la Brasil contemporánea y que ciertos movimientos nefastos son globales. A diferencia de las darlings europeas y gringas, no sé si tendremos la oportunidad de verla en pantalla grande o en streaming pronto, pero si la llegan a ver, no se la pierdan.