Cuando acecha la maldad: Terror de culto latinoamericano
Cada vez que volteamos a la cartelera comercial podemos encontrar proyecciones de terror. El público pareciera tener un apetito insaciable por este tipo de historias y, la verdad sea dicha, la calidad de estas suele ser de regular a mala. Pocas son las que genuinamente representan una buena experiencia a nivel narrativo y visual. “Cuando acecha la maldad” es una de estas. No es gratuito que venga avalada por el premio a Mejor Película en el Festival de Sitges.
Los habitantes de un apartado pueblo en las llanuras argentinas, descubren que una persona de su comunidad está “embichada”, lo cual quiere decir que dentro de ella se está gestando un demonio que, en caso de llegar a nacer, azotará a todos en la región. A pesar de tener claro qué se debe y no se debe hacer con esta persona (existen siete reglas y hasta se activan protocolos a nivel municipal), el miedo los llevará a tomar decisiones precipitadas para intentar deshacerse de la maldad que los acecha y que hará hasta lo indecible por subsistir. Lo que sucede a partir de este punto no dejará a ningún espectador inerte.
Lo primero a resaltar es que se trata de un producto latinoamericano, lo cual hace que el hito sea algo nada menor. Lo segundo, es que si bien esta película no inventa el hilo negro ni crea algo que no hayamos visto, sí es lo suficientemente hábil para narrarlo de una manera inteligente, ya que desde el primer instante atrapa tu atención y sentidos, pues desde el sonido del primer disparo y la visión del primer cuerpo desmembrado, uno no puede sino quedar intrigado y terminar absorto en el relato. Y de ahí, el nivel jamás decrece. Lo que sigue es un festín de horror, gore, vísceras y muertes.
El director argentino Demián Rugna, toma como base el folklor, ambientando atinadamente la historia en un apartado pueblo, lejano a cualquier ciudad, con usos y costumbres particulares. Toma prestados elementos de varios clásicos del terror y el gore, pero lo hace de forma que los refresca y nos hace sentir que estamos ante algo completamente original. A pesar de evocar a tantas películas y relatos clásicos, pareciera no estar suscrita a las reglas de ninguno de ellos y logra aprovecharse de lo que solemos llamar “clichés” para jugar con el público y subir cada vez el nivel de terror y tortura, manteniendo en todo momento la tensión y la intriga… y vaya que se agradece el resultado.
Un ejemplo de lo anterior es el recurrir a niños en la narrativa. Muchas películas suelen utilizar este recurso como una forma tramposa de forzar la empatía del público, de hacernos preocupar por el destino y el maltrato de estos. Pero aquí se nos hace sufrir con ellos mientras juega con la idea de que estos pueden ser tan amenazantes como cualquier demonio. “Al mal le gustan los niños y a los niños les gusta la maldad”.
Lo mismo aplica para ideas tan interesantes como establecer como regla que para escapar de estos entes no se puede mencionarlos o llamarlos por sus nombres, no se puede en ninguna circunstancia recurrir a armas de fuego y no se pueden, ni por asomo, utilizar aparatos electrónicos o hacer uso de la luz eléctrica, lo cual, a nivel subconsciente, nos ata como espectadores y nos hace evocar los miedos de la época pandémica. Rugna recurre de manera efectiva a trucos de cámara y de sonido, a una música inquietante y sobre todo, a efectos prácticos y de maquillaje que resultan en una experiencia en verdad escalofriante y en imágenes que permanecen en la psique del espectador.
Para resumir, estamos ante un filme que tiene todo el potencial para convertirse en un clásico de culto. Que lo haga o no, depende de nosotros como público. Elijan sabiamente sus acciones.