De Manhattan con amor…¡Happy Birthday Mr. Allen!
Le saludo con el gusto de siempre, la sonrisa con un poco de crema de cacao (por aquello de los fríos) y la calidez felina hecha bolita a sus pies para que abrigue y reconforte a su ser.
Hoy mi motivo es la celebración a un grande con un pequeño homenaje cariñoso, sincero y que sale del alma; al director, guionista, actor, escritor, músico, poeta y loco; al genio de una vida estridentista que como ninguno otro sabe, huele y vibra al más puro estilo de Nueva York. Al hombre de las eternas gafas cuadradas, delirante pensamiento y frenética vida sexual, el gran Woody Allen.
Qué decir de él sin caer en nefastos y cansinos clichés, en descripciones que lejos de ser inteligentes, agradables y risorias (como a él le gustan) caigan en la vulgar y caduca manera de ensalzar a los llamados “consagrados” de un arte tan maravilloso como lo es el del cine… poco, diría que casi nada. Los adjetivos para hablar de Allen transitan entre laberintos borgianos que al final y tras varias oportunidades de llegar a una salida, terminan por descansar en algún punto en un rojo diván de terapia psicológica en el que se cobra 20 dólares la hora.
Con su mirada peculiar, cínica y burlona, Allen nos ha enseñado a mirar a través de los años y sus distintas entregas, una clara influencia europea a la hora de hacer películas, teatro, música y otros etcéteras caóticos y convulsos. Nadie que lo conoció en sus comienzos, diría que el chico tímido apodado “red” (por ser pelirrojo) se convertiría en una leyenda que ha logrado traspasar fronteras, cautivando a un público exigente con su cine como lo es el europeo, y coqueteando a veces con excelentes resultados al de este lado del charco. Desde sus dudas, pensamientos profanos y demás peculiaridades expuestas en “Todo lo que siempre quiso saber del sexo y nunca se atrevió a preguntar” pasando por los sabores del triunfo en su aclamada “Annie Hall”, los exquisitos claroscuros amorosos imposibles de la imprescindible “Manhattan”; el vértigo y la belleza en una combinación por demás poderosa en “Match Point”; la esquizofrenia llevada a la compasión que lo mismo provoca lágrimas y risas en “Blue Jasmine” hasta llegar a ese amor atemporal, rodeado de figuras geniales que se revelan cual Cenicienta con la complicidad de la media noche en Midnigth in Paris, Woody ha hecho lo que en gana le ha venido.
Espejo, voz y canto de paraísos terrenales como Roma, Barcelona, Venecia o su adorado terruño neoyorquino, este hombre escuálido parece ser el único capaz de burlarse y autoburlarse de sus miedos, triunfos y fracasos interpretados a la perfección por el mejor actor con quien a menudo realiza la perfecta mancuerna para transmitir lo que quiere al espectador, él mismo. Quizá ahí radique la clave de su éxito, de su legado y escuela (que guste o no) sin duda, ha dejado.
79 años de vagar por este mundo no son tarea fácil, mantenerse en el gusto, cumplir con expectativas, amar, ser amado, demandante y demandado; admirado, tener fans con las que se pueda llegar a la intimidad de las sábanas, despreciar a los premios de la Academia, gozar de tocar el clarinete y los acordes de una banda de jazz; disfrutar de la nocturnidad con el ímpetu de un jovencito y seguir con la ávida sed de darlo todo cuando la vida parece llegar a su fin son solo algunas de las razones por las que vale la pena cerrar los ojos, soplar las velas y desearle que todos sus deseos se hagan realidad y nosotros, que estemos ahí para presenciarlos.
¡Feliz cumpleaños Woody!
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