Death of a Unicorn: Una fábula de conciencia social y gore.
Construir una película que tenga una criatura extraordinaria dentro de sus personajes principales no es sencillo, ya que fácilmente el realizador podría caer en la exageración, la inverosimilitud o la caricaturización. Son escasos los filmes que logran crear a partir de esto una historia que resuene en la audiencia y se quede con ella, como lo hicieron ‘E. T. the Extraterrestrial’ (1982), ‘A Monster Calls’ (2016) o ‘Tuesday’ (2023). Estos ejemplos nos recuerdan que, más allá de erigir un ser que impresione visualmente, éste debe tener también sentido y profundidad. ‘Death of a Unicorn’ es una cinta que busca entrar a esta categoría, propósito no menor al tratarse de una ópera prima.
Death of a Unicorn tiene como protagonistas a Elliot (Paul Rudd) y a su hija Ridley (Jenna Ortega), quienes viajan fuera de la ciudad para visitar la cabaña de Odell (Richard E. Grant), jefe de Elliot, quien vive con su esposa Belinda (Téa Leoni) y su hijo Shepard (Will Poulter). Sus planes se quiebran cuando atropellan en la carretera a un espécimen de gran tamaño, que resulta ser nada más y nada menos que un unicornio. El querer ocultarlo para continuar su camino les traerá un sinfín de problemas, cuando descubran que no era el único de su linaje, y que harán hasta lo imposible por encontrarle.
El director Alex Scharfman desarrolla en ‘Death of a Unicorn’ un relato que se siente como fábula, lo suficientemente actual para que la podamos situar con claridad en el presente. El mayor acierto de ésta es la adecuada manera con la que plasma su moraleja al tiempo que transcurren sus hechos: Los humanos solemos comportarnos miserablemente cuando se trata de obtener beneficios propios, sin razonar los efectos secundarios que desencadenarán nuestras acciones o decisiones. Elliot es una pieza de este rompecabezas, con un Paul Rudd que despliega su usual encanto y nos muestra a un padre bienintencionado, pero débil a la hora de cuestionar los manejos de la empresa a la que pertenece. Sin embargo, los encargados de presentar las aristas negativas son quienes terminan por brillar más en el largometraje: Richard E. Grant pasa de ser un enfermo terminal a un magnate ávido de poder, Téa Leoni se desenvuelve elegancia y desvergüenza, y Will Poulter consigue una efectiva mezcla de socarronería, temor, avaricia e ira. La familia Leopold es el grupo idóneo para que la audiencia observe y rechace conductas que atestiguamos cómo se replican todos los días.
Respecto al unicornio, ‘Death of a Unicorn’ lo confecciona como un ser fantástico, con la facultad de transmitir otras dimensiones a través de su cuerno y curar males con su sangre. Scharfman tiene a bien haber llevado a cabo una exhaustiva investigación acerca de la mitología y el folklore que los envuelve, y coloca los tapices confeccionados en los Países Bajos meridionales como guía para predecir la catástrofe: contrario a muchos cuentos en los que estos entes son adorables y mágicos, aquí son agresivos, imponentes y vengativos. Las lecciones que obtenemos de ellos son tan justas como apropiadas, ya que son las prácticas crueles de las personas los que los han orillado a carecer de piedad. No está de más reconocer la cinematografía de Larry Fong, quien utiliza sombras y algunos escondites con prostéticos de caballos para evitar valerse de CGI en exceso y volverlo entonces una suerte de animación.
Filmada en Hungría y estrenada en el festival de cine South By Southwest, ‘Death of a Unicorn’ no tiene miedo en exponer un subtexto sobre el capitalismo en de su trama, como lo hicieran grandes entregas del estilo de ‘Alien’ o ‘Jurassic Park’. Afortunadamente, tampoco recula a la hora de recurrir al gore, y nos regala un par de escenas sanguinolentas y peculiares, con pizcas de comedia negra que se disfrutan por su ligereza. Este conjunto funciona perfecto como advertencia general: Si hemos elegido ser implacables con los recursos que la naturaleza confiere, ella nos pagará con la misma moneda, de formas que ni siquiera hemos sido capaces de imaginar.