Dollhouse: El Reconocimiento a un director desconocido
La mera aparición de esta obra supone una total revelación. Daba por sentado que la nueva película de Shinobu Yaguchi iba a quedarse en su país de origen, destinada a convertirse en una curiosidad exótica que sólo el público japonés disfrutaría. Por eso, 6 años después de su última cinta (la divertida “Dance with Me”, uno de los pocos musicales japoneses), con “Dollhouse” logró lo imposible: ser la primera de sus obras con distribución internacional, y lo mejor es que regresa a los orígenes de un subgénero que lucía desgastado.

Para empezar, por primera vez y desde los inicios de su carrera (cuando experimentaba con el thriller criminal), el director se aventura en otro género fuera de la comedia, siendo Dollhouse su primer acercamiento al terror. Esto se agradece porque sus últimas cintas, aunque buenas, ya denotaban algo de desgaste en su estilo y empezaba a redundar en el desarrollo narrativo de las mismas, así que Dollhouse significa salir de su zona de confort, casi como los personajes de su filmografía.
La historia de Dollhouse puede parecer la típica de cualquier película de terror japonesa, esta vez enfocándose en la familia Suzuki (Yaguchi conserva el gusto por este apellido), que pierde a su hija en un accidente casero, y para sobrellevar el duelo, la madre compra una muñeca similar a la niña, al punto de vestirla igual, ponerle el mismo peinado y tomarse fotos con ella. Años después, con el trauma superado y una nueva hija en sus vidas, todo marcha bien… sólo que hay un problema. ¿Y si el juguete que te ayudó a superar el dolor nunca quiere irse?

En primera instancia, Dollhouse no es más que un J-Horror típico, la narrativa es sencilla y no se complica con desvaríos, utiliza los elementos habituales del subgénero (niños fantasmas, mucho cabello largo, tensión creciente, silencios prolongados) para ahondar en el duelo materno, la necesidad de soltar el dolor y los límites de la locura. Tomando inspiración de Hideo Nakata y Nobuhiko Obayashi, la dirección apuesta por un relato de angustia y melancolía, donde el dolor se entrelaza con los aspectos sobrenaturales, pero conserva algunas dosis de comedia, que más que aligerar el miedo, retroalimenta la atmósfera inquietante que crece en la intimidad, donde cada mirada y silencio reflejan la dificultad de superar la pérdida.
Dollhouse crece con fuerza y tensión, y los combina con un misterio que mantiene la incomodidad del terror psicológico causado por el juguete, añadiendo más capas a medida que el miedo se incorpora en la vida cotidiana. De esta manera, la influencia de obras como “Ringu”, “Ju-on” o “House” está presente, y para un subgénero que lleva años sin entregar una película decente, volver al origen es más que bienvenido. Sin embargo, al ser una película que se apega mucho a la fórmula clásica, si uno ya está familiarizado con estas historias, es fácil adivinar lo que va a suceder y el ritmo comienza a arrastrarse a partir del último tramo por introducir personajes de aparición breve y que apenas cumplen un rol específico.

Por si fuera poco, Dollhouse cae en muchos clichés antiguos como el niño que dibuja cosas espeluznantes (y los padres asumen que está bien) o más modernos como el experto de internet. Hay algunos aspectos cuestionables desde un punto de vista teórico, y aunque el humor funciona y la hace amena, también es un arma de doble filo porque evita que pueda tomarse más en serio.
Cada miembro de la familia Suzuki tiene sus momentos, desde la tristeza y paranoia que experimenta Masami Nagasawa hasta el creciente convencimiento de Koji Seto que todo es real. Pero quien realmente sobresale es la muy joven Aoi Ikamura, muy convincente pese a su corta edad. Mención especial para el diseño de la muñeca embrujada, tan tierno como tétrico por partes iguales.

Dollhouse no aporta nada nuevo y puede no ser del todo satisfactoria para los fans más conocedores de estas historias, pero el resultado final es una experiencia perturbadora, emocional y muy diferente a lo que usualmente se ve actualmente en el género, reforzado por un final bastante incómodo y sorpresivo (en el mejor sentido de la palabra). Además, es la primera película del director que sale de su país de origen, por lo que, sin ser de las mejores, sirve como un buen aliciente para explorar el resto de su filmografía, una que no estará al nivel de los grandes maestros japoneses, pero que es muy divertida y adepta a pasar un buen rato (neta, aprovechen y vean “Swing Girls” y “Wood Job!”).