Editorial: El Documental, cuando la realidad supera a la ficción
Queridos amigos de Cinescopia, en contexto del inicio del Festival de Cine Ambulante en su edición 2024, no podemos negar que nos encanta ver historias de ficción en nuestras pantallas, y que gran parte de nuestros primeros pasos en el cine probablemente se dieron gracias a una franquicia del cine fantástico. Desde el sonido de un sable de luz, pasando por la Tierra Media, hasta una varita mágica, todos estos elementos nos transportaron hacia un lugar fantástico y nos hicieron distraernos de nuestra realidad por un buen rato. Sin embargo, de vez en cuando es necesario romper el techo de cristal y explorar distintos tipos de cine para sacarnos de nuestra zona de confort, confrontarnos a nosotros mismos, al mundo que nos rodea y, por supuesto, encontrarnos con nuestra propia humanidad.
Es ahí, en ese terreno del cara a cara, donde las limitaciones de la ficción entran y el género pionero, que dio lugar a la concepción del séptimo arte, surge: el documental. Pero ¿por qué es casi obligatorio explorar de vez en cuando este tipo de filmes?
Entre la realidad y la ficción
Es importante dejar claro la diferencia entre realidad y ficción. Como Spielberg mostró en “The Fabelmans”, a través de la ficción, el director y guionista tenían control completo de los hechos y sucesos, lo que suponía una herramienta para contar una historia. En este sentido, el realizador es amo y dueño del universo y sus personajes.
Por otro lado, para el espectador, esta ficción representa un escape de su realidad e incluso cuando la cinta toca temas controversiales e incómodos, el filtro de la invención que coloca el séptimo arte funciona como mecanismo de protección para confortar al público. Puede ser grotesco, perturbador, pero cierta parte de su cerebro lo calma diciendo que no es real.
Por el contrario, el documental rompe ese filtro confrontando al espectador, pues lo que muestra no trae esa capa de ficción; es una abstracción sin la intervención de un factor externo y un control o manipulación de los sucesos. Y aunque a través de la edición puede existir un mecanismo de control sobre lo que se va a mostrar, la ocurrencia de los eventos está fuera de la jurisdicción, bajándose de un complejo de dios a un humano; un cronista que con su cámara hilvana una narrativa que nos muestra un pequeño pedazo de este mundo y de este universo.
No está mal de vez en cuando utilizar la fantasía y la magia del cine para escapar de manera romántica de la cotidianidad, pero estar constantemente enajenado a la ficción puede incluso llegar a construir una burbuja que nos aleje de lo tangible, y como dice la chaviza: “Tener la perspectiva de la realidad alterada”. No es nuestra culpa, pues mucho del contenido audiovisual que consumimos está destinado a prefabricar inventivas omitivas de lo que verdaderamente sucede. Tomen nota de que cada vez estamos saturados de más información; quizás de vez en cuando, observar un documental sea un buen ejercicio, especialmente en un mundo donde la introducción de la IA en la creación de fotogramas hará cada vez más difícil la distinción entre lo real y lo ficticio.
La realidad supera a la ficción.
Otro punto a favor del documental es la falta de limitaciones que se buscan muchas veces en la ficción al intentar imponer un estilo o querer contar una perspectiva del conflicto e intentar amoldarla a la visión del creador. En este intento de adaptación, si el realizador no es cuidadoso, puede terminar entorpeciendo el discurso, creando perspectivas frívolas, vacías, maniqueas e incompletas.
Es ahí donde el documental puede servir como un método más objetivo y ahorrarse estas vicisitudes a su creador. Y, claro está, que siempre será mejor conocer la sustantividad de los individuos y los hechos.
Que no les extrañe en ese sentido que muchas veces los documentales basados en cierto personaje público o con una temática parecida superen a las películas; ejemplos sobran, pero recientemente lo hemos visto con “Civil War”, que se ve superado por el documental “20 Days In Mariupol” en cuanto al tema del periodismo bélico, o qué tal el documental de Amy Winehouse, ganador del Oscar, “Amy”, que es superior a la adaptación espantosa en ficción que acaban de hacer, o qué me dicen de las cintas de Ted Bundy, el documental de Netflix que fue más perturbador que la cinta protagonizada por Zac Efron.
En conclusión, no demeritamos para nada todo lo que no sea documental, y exploremos un poco más este gran formato, no solamente como un proceso de aprendizaje de nuestro entorno, sino como una forma de encontrarnos con nuestra propia condición humana.
Y tampoco está mal de vez en cuando una dosis de ficción; de todos modos, los antiguos sabios decían que el hombre completo tenía que aprender a encontrar el balance entre lo tangible y la fantasía, aprender a abrazar al niño que fuimos sin dejar de ser el adulto que siempre quisimos ser. Quizás por eso el cine nació como documental, pero en el camino encontró la ficción como balance.