El Baile de los 41: La salida del Closet de una sociedad machista
Recuerdo muy bien cuando estaba en la escuela, y la maestra al pasar lista nombraba al compañero que tenía el número 41, la mayoría de la clase se reía ya que este número está grabado en la mente de todo mexicano como un simil a ser homosexual, al igual que la palabra “joto”; tanto el número como la letra está tan arraigada en la psique de la sociedad mexicana para hacer notar a una persona homosexual, desde la burla, el insulto o simplemente para hacer menos a alguien.
Y justo estos dos términos tabú, tanto el número como la palabra, tienen la misma raíz. Fue en septiembre de 1900 cuando el presiente Porfirio Díaz inauguró el Palacio de Lecumberri, un inmueble que funcionaría como una gran penitenciaria, y donde cada bloque o crujía estaba marcada por una letra, y es en la crujía “J” donde las autoridades mandaban a aquellos hombres que cometían “faltas a la moral” o que llevaban un estilo de vida escandaloso, personas homosexuales que no tenían el mínimo reparo en ocultar quiénes eran en realidad y que estaban encerrados ahí sin haber cometido algún delito.
Un año después, el 17 de noviembre de 1901, una redada por parte de la policia, interrumpió un baile que se celebraba dentro de una casa en la calle De la Paz en la colonia Tabacalera en la cuidad de México, para sorpresa de la policía se encontraron con 42 hombres, 22 vestidos de gala con ropa para hombre, y 19 hombres enfundados en corset y grandes vestidos. La mayoría de los presentes eran parte de la alta aristocracia mexicana de inicios del siglo XX, periodistas, hacendados, miembros del gobierno federal y hasta un ahijado de los emperadores Maximiliano y Carlota de México.
Este hecho es el que David Pablos nos enseña en su tercer largometraje. Luego de presentar una poderosa película como lo fue su anterior trabajo con “Las Elegidas”, Pablos con la pluma de la guionista Monika Revilla (Malinche, Alguien tiene que Morir) toman este singular hecho para crear un drama histórico y contenido donde se centra en la figura de Ignacio de la Torre (Alfonso Herrera) al momento de contraer nupcias con la hija ilegítima del presidente Porfirio Díaz (Fernando Becerril), Amada Díaz (Mabel Cadena), y que como regalo de bodas Ignacio es promovido como diputado.
Así la historia nos muestra a esta nueva pareja en la que Amada espera y está deseosa de ser una buena esposa, pero este deseo se ve truncado al enterarse de la otra vida que lleva su esposo. Ignacio por su parte divide su tiempo a la vida política con su aspiración a la gubernatura por el Estado de México, y por las noches frecuentar un club de élite, un lugar donde Ignacio podía ser quien realmente era, un lugar donde las etiquetas quedaban afuera con el portero que los recibía, donde el alcohol y el opio abundaba de mesa en mesa y donde hombres vestían grandes vestidos y maquillaje para diversión de otros, y donde también se practicaban grandes orgías. Y aquí es donde entra el personaje de Emiliano Zurita como Evaristo Rivas, un abogado que empieza a trabajar con Ignacio y con quien terminaría profundamente enamorado.
Esta mirada intimista de este triángulo amoroso a principios del siglo XX en la alta aristocracia mexicana, es lo que Pablos en la dirección y Revilla en el guion nos quieren contar, y esa es una de las grandes fortalezas de la película, si bien no profundiza sobre estos 41 hombres, si deja entrever las personalidades y la doble vida que tienen que llevar para poder ser realmente como son, sin ser reprimidos por la sociedad, y donde este club representaba la libertad que ellos necesitaban. Sin embargo el guion no profundiza demasiado en la relación entre Ignacio y Eva (Evaristo), y solo nos dejan ver esa pasión carnal qué hay entre los dos, las escenas sexuales están retratadas de una forma soberbia sin caer en lo vulgar, incluida la escena de la orgía, fotografiada de forma sutil y que muestra sin tapujos la anatomía masculina. Y es en estas escenas sexuales donde Ignacio se da cuenta que se siente libre al estar con Eva, y por otra parte, una profunda repulsión en la intimidad cuando está con su esposa.
De este triángulo amoroso, Alfonso Herrera entrega una actuación contenida que se construye a través de miradas que lo dicen todo, y me atrevería a decir que es la mejor actuación de su carrera. Emiliano Zurita también hace lo propio pero por desgracia el guion lo deja en un muy segundo plano y no le da oportunidad de jugar más con el papel; pero sin duda la que se lleva la película y el personaje mejor construido es el de Amada Díaz, Mabel Cadena hace suyo el personaje al mostrarnos el retrato de una mujer víctima de la época que le tocó vivir al ser relegada a la soledad de una casa inmensa, y que noche tras noche se desvela esperando a su esposo. Para que al final se convierta en una mujer fuerte y sin temor de hacerle frente a su este.
Una de las mejores secuencias donde desborda una gran actuación es donde ella le implora a su marido (Ignacio) que le dé un hijo mientras los dos forcejan, así ella echa a correr por la casa mientras Ignacio la persigue hasta que los dos paran en seco cuando ella deja caer un gran jarrón al piso, los dos jadeantes después de la corretiza, se dejan caer al suelo, con los trozos del jarrón por toda la habitación, como una clara referencia a su matrimonio que ya está deshecho. La actuación de los dos en esta secuencia es muy potente.
Y así llegamos al famoso baile de los 42 ó 41 como dictó la orden Don Porfirio; una de las mejores secuencias de la película, sobre todo por la cinematografía de Carolina Costa (Las Elegidas), utilizando luz natural y de dos enormes candelabros con la capacidad para 300 y 400 velas especiales que se usaron solo para la escena del baile; la secuencia empieza con un fuera de foco y poco a poco va revelando las extrañas figuras que se mueven al ritmo de un vals, hombres ataviados en sendos vestidos con joyería, bailando y gozando de la noche, y de un plano fijo pasamos a cámara en mano con un close up al rostro de los enamorados Ignacio y Eva mientras la música sigue, mientras tanto en el cuarto continuo vemos a los gendarmes entrar con armas al recinto donde se efectúa el tan distinguido baile.
El gran trabajo de diseño de producción que requiere una película de época cómo está, es impresionante, más aún con el poco presupuesto que se tenia para sacar adelante el proyecto, y Daniela Schneider (Monos, Las Elegidas) sabe hacer muy bien su trabajo, las escenas grabadas en el Palacio de las Vacas y el exterior del Teatro Degollado pasan totalmente desapercibidos para el ojo común, pero que funcionan a la perfección dentro de la historia, agregando fondos digitales para desaparecer edificios de la época moderna.
Al final poco se sabe sobre lo qué pasó después con estos 41 hombres, los de clase alta pudieron “librarla” sin pisar la cárcel gracias a sus familias, los demás fueron humillados al día siguiente haciéndolos barrer las calles de la ciudad todavía con los vestidos puestos y el maquillaje corrido por las lágrimas en sus ojos. De ahí, a unos los mandaron al terrorífico Palacio Negro de Lecumberri a la celda “J”, y el resto los mandaron a Veracruz a realizar trabajos forzosos. Mientras que Ignacio de la Torre, fue exiliado de la ciudad con una carrera política en ruinas.
Y así, 119 años después es que se reconoce la labor de estos 42 hombres, que a pesar de vivir en una época y un contexto muy diferente al que ahora vivimos, fue una dura y gran salida del closet para la sociedad mexicana. Y aún con esos 119 años a cuestas, la comunidad LGBT+ seguimos al pie del cañón luchando por nuestras libertades y la aceptación, que si bien ya se han dado pasos agigantados, aún queda trabajo por hacer.