El Conde de Montecristo: Con sabor a clásico

Había una vez, antes de que Hollywood se llenara de producciones basura de superhéroes o secuelas y reboots inútiles, una época en la que los estudios realizaban producciones épicas sin escatimar en presupuestos. No existían las pantallas verdes y casi todos los efectos especiales u ornamentos eran más orgánicos. En ese entonces, los mitos de épocas pasadas se buscaban condensar en un filme con el objetivo de despertar un poco de cultura en el público: el séptimo arte como una vía práctica para introducirse al mundo literario.

Recientemente, dos guionistas, Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière, entendieron el cine desde esa perspectiva: como entretenimiento, pero también como una herramienta formativa y cultural. Con esta visión, trajeron “Los Tres Mosqueteros”, a la fecha dos cintas de acción que, si bien no destacaban en su guion, cumplían su objetivo de entretener y hacer más amena y digerible la historia de Alexandre Dumas, logrando ser, al menos, decente.

Repitiendo este ejercicio, Delaporte y Patellière han vuelto ahora con otra gran obra de Dumas: El Conde de Montecristo.

Hasta el momento, sin contar telenovelas, han existido cuatro versiones de El Conde de Montecristo, y ni hablar de la cantidad de historias inspiradas en la obra de Dumas (desde Oldboy hasta Sweeney Todd). Con este contexto, muchos se preguntarán: ¿cuál es la necesidad de contar por enésima vez la misma historia?

La cuestión es que, al revisar las versiones anteriores de El Conde de Montecristo, muchas estaban ancladas en un estilo más teatral y su estética se asemejaba en gran parte a la de una serie de televisión. Delaporte y Patellière, conscientes de que los recursos habían sido poco aprovechados, han construido una versión más épica, evocando el Hollywood clásico, ese que no temía invertir en recursos visuales para contar historias de tres horas, haciendo valer la llamada “magia del cine” para hacer más creíble la ficción y, sobre todo, entretener.

Lo más destacable de esta versión de El Conde de Montecristo es su impecable apartado técnico-visual. La película convierte cada encuadre en una pieza exquisita, digna de una galería. El nivel de cuidado en cada aspecto de la producción (vestuario, escenografía) es fundamental para que el público acepte la fantasía que contrasta con la tendencia actual de abusar del CGI.

En el aspecto narrativo, El Conde de Montecristo puede resultar polémica, principalmente porque se ha tomado más libertades que las adaptaciones anteriores. Además, la estructura condensa y simplifica cada capítulo del libro de manera clara, con el objetivo de hacerla más accesible; por tal razón a este Conde se le ha dado, desde su introducción, una perspectiva de clase, sugiriendo que su desgracia es más consecuencia de su posición social desfavorecida, mientras que los tres villanos principales representan poderes políticos y fácticos. Este enfoque moderno transforma al Conde en una especie de antihéroe (muy al estilo de un cómic) que, en nombre de los oprimidos, busca vengarse de los estratos altos que lo hundieron.

Este cambio no traiciona la esencia original de la obra “El Conde de Montecristo”, pues en el último acto, la transformación de Edmond en un ser melancólico y amargado evita la glorificación de la venganza, alineándose con el mensaje: “La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”.

A pesar de la agilidad, no todo funciona en El Conde de Montecristo. Algunas relaciones entre personajes (como la de Haydée y el hijo de Mercedes) se sienten forzadas, y la simplificación del guion provoca que ciertos momentos o transiciones parezcan abruptos, especialmente durante los time skips. Esta película hereda la tendencia de Hollywood de intentar dar un tono épico a toda situación, incluso cuando no lo necesita, descuidando a veces la coherencia narrativa, un problema común al reducir obras literarias extensas. Sin embargo, su larga duración ayuda a abarcar lo más posible de la historia.

Otro aspecto que hace brillar esta versión de El Conde de Montecristo es el terreno actoral. Las actuaciones destacan por su capacidad de resaltar las emociones de los personajes, con un énfasis en los diálogos que evoca un estilo más teatral. Esto aporta credibilidad a los personajes, dotándolos de encanto y un perfil emotivo. En algunos momentos podría recordar a una telenovela, pero las actuaciones, la dirección cuidadosa y el estilo de aventura bien ejecutado logran que funcione.

Calificación

Dirección: 3.2

Actuaciones: 1.8

Guion: 2.8

Extras: 0

Calificación total: 8.3

A pesar de su historia simplificada y algunos detalles cuestionables, El Conde de Montecristo es un ejemplo de estilo sobre sustancia. La combinación del dramatismo teatral francés con una narrativa a la “vieja escuela” del cine clásico hacen que esta adaptación resulte en una propuesta atractiva, cuya mayor proeza es condensar un libro extenso en una aventura épica para todo el público. Preferible un millón de veces más Condes de Montecristo a hombre de capa, payasos esquizofrénicos o anti- heroes mal hablados.

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Acerca del autor

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Actuario/Economista, Amante del Cine, Devoto de Dios, Intuitivo, Curioso, Rockero de corazón, Fanático de los Libros y del deporte de las tacleadas, quesero, colchonero, diablo rojo. "Las estadísticas son la forma en que las matemáticas cuentan las historias" "El arte es una ciencia y el trabajo del critico al igual que el del investigador es exponer sus axiomas y teoremas al mundo" "Estar de acuerdo, en no estar en desacuerdo es saludable"


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