El Conde: El Colmillo de Larraín
Pablo Larraín regresa en el 2023 presentado la especialidad de casa: la deconstrucción de personajes históricos. Volviendo al tono de “El Club”, el chileno realiza una denuncia social al explorar uno de los capítulos más dolorosos de la historia y convirtiendo a Augusto Pinochet en un vampiro anciano de 250 años que, después de su ocaso político, espera con ansias la muerte. ¿Larraín ha vuelto a dar en el clavo a través de la sátira o le ha faltado hincar el diente?
Vampiros de sangre y dinero
La analogía del vampiro que plantea Larraín no es una casualidad, pues el hecho de hacer un comparativo entre Pinochet y el famoso monstruo es una doble referencia; la primera, la sangre derramada y absorbida por un gobierno represor y genocida; la segunda, la financiera, pues Augusto fue un vampiro del dinero, que le hincó el diente a cuanto bien material se pudiera.
La base narrativa de Larraín usando estas figuras retoricas son una muestra del ingenio que posee este realizador y que van más allá de la ocurrencia. Podrá ser criticado por no hacer tanto hincapié en el proceso revolucionario, pero para Pablo ese no es el punto focal de su narración, sino las vicisitudes de un gobierno y un movimiento en ruinas cuya máxima figura ya se encuentra cansada (muerta), pero aún afectando (chupando) al pueblo.
Esta ficción nos transporta al nucleó familiar del general Pinochet, desde sus hijos, su esposa, su mayordomo; es ahí donde la analogía del vampiro reaparece, pues todo este círculo buscará de alguna manera extraer lo último que le quede al Conde, desde lo personal hasta lo monetario. Esto es una clara referencia a aquellos que buscan a través de la figura de este dictador construir un capital financiero – político despedazando las ruinas de una casa, pero que en el fondo únicamente son vividores de un legado semi extinto (de cierta manera, todo son chupasangre en esta historia).
Quizás mucha gente podría decir que la caricaturización (o incluso una victimización) de la figura de Augusto termine por descolocar el verdadero impacto negativo desde la óptica histórica que tuvo este personaje, pero nada más lejos de la realidad, pues recordemos que se trata de una sátira y que la cinta nunca baja al personaje de ser un monstruo sediento de sangre, comedor de corazones jóvenes (una analogía directa a las represiones a la represión de Pinochet).
Así, Larraín deconstruye a todos los poderes políticos, sociales, militares, eclesiásticos y hasta con una dedicatorio al intervencionismo extranjero (una práctica que Pinochet ejecutó y que terminó por fregar a muchos países latinoamericanos) exhibiéndolos como una serie de monstruos devoradores de dinero y de sangre que buscarán a toda costa apoderarse de los vestigios de una casa (movimiento) en decadencia, en una competencia por ver quién es el mayor hijo de puta.
Hay que añadir que la credibilidad de esta ficción está solventada por grandes escenas de diálogo, hipnóticas y atrapantes que contribuyen a la profundización de esta fábula política, demostrando el colmillo largo y retorcido de Larraín.
Estilismo clásico a la orden
Aplaudir que no solamente se queda en los terrenos de la sátira convencional, sino que estéticamente se esfuerza para que, a través de la fotografía y el sonido, recrear la atmósfera de una cinta propia del subgénero clásico de vampiros. Esta es la base de la puesta en escena, desde la paleta de colores monocromático, un toque gore, un audio visceral y los clichés del “objeto del deseo” (personificado en el poder eclesiástico), elementos que se convierten en el motor visual y en donde Larraín encuentra el balance entre el absurdo y la comedia.
Sin embargo, el truco no funciona hasta el final. El último acto deja que el mito se coma a la narrativa. Las secuencias y los sucesos del guion comienzan a ser atropellados, y la sátira y el absurdo se apropian de Larraín, el cual no sabe como terminar (de nuevo) su película.
Calificación
Guion: 3.0 – El final atropellado termina por empañar un poco el ingenio de la alegoría entre el terror y la política
Dirección: 3.0 – Larraín demuestra maestría en la estética y en el balance, el tramo final resta puntos a su perfomance.
Actuación: 1.5 – Los actores cumplen con su rol, siendo lo más destacable Alfredo Castro
Extras: 0.5 – Los elementos sonoros y la construcción de la atmosfera le añaden un plus.
Calificación 8.0 – BUENA
A pesar de que no termina por ser tan contundente, una vez más Larraín se termina saliendo con la suya en esta sátira que nos recuerda que fuera de cualquier forma de pensamiento o ideología, el genocidio, saqueo, y la represión no deben ser formas de gobierno. El Conde es un relato de concientización de que esos monstruos y sombras no deberían, ni deben regresar.