El Conjuro 4: Últimos Ritos – Ya ni los demonios quieren trabajar

Allá por 2013 cuando James Wan estrenó El Conjuro, sorprendió y el género de terror recuperó la fe de los adeptos a los pasillos oscuros, posesiones y lugares malditos. En esa primera y única entrega de entonces, se combinaba de una manera equilibrada la tensión, ambientación adecuada y hasta elegante y unos buenos sustos memorables que se ganaron, además de algunos fanáticos, un lugar en el género y en la memoria del público.

El Conjuro 2 Expediente Warren: El caso Enfield, también dirigida por James Wan, con un notorio mayor presupuesto y más espectáculo, lograba aún mantener un buen equilibrio.

Pero ya en 2021, cuando llega la tercera: El Conjuro 3 El diablo me obligó, dirigida ahora por Michael Chaves, la fórmula de esta franquicia estaba ya bastante desgastada, con mucho más melodrama que terror y muchos sustos sin sentido. Porque recordemos que a la par de El Conjuro se han estrenado una serie de spin-offs medianamente consistentes con las historias de los Warren, además de varios cortometrajes también relacionados. Ahora con Últimos ritos, que es el noveno largometraje, es demasiado evidente ese desgaste y se nota que estiraron demasiado la liga.

¿Una despedida forzada?

Quizá la mejor manera de describir a El Conjuro 4: Últimos Ritos sería como ese tío borracho que llega a una fiesta a la que nadie lo invitó, se pone necio, contando los mismos chistes de siempre, luego se pone sentimental, llora y simplemente se va. Así aquí, llega esta despedida sin que nadie la pida, intenta asustarnos, pero con los mismos objetos y jumpscares que ya nos enseñó en todas las anteriores, implora conmover con sus autohomenajes a toda la franquicia, pero nada. Esto puede ser un arma de doble filo, para los fans puede resultar hasta nostálgico tanto fan service y quizá la amen solo por cariño a la franquicia, o puede ser también que la detesten por lo mismo, abusa de eso sin ofrecer nada nuevo.

La pareja protagonista—Vera Farmiga y Patrick Wilson, carismáticos como siempre—, los Warren, se encuentran en un retiro temprano, ya no enfrentan demonios, sino que ahora se dedican a ser una típica familia estadounidense en algún tranquilo lugar de Rhode Island. El horror queda en segundo plano en su vida, y hasta esa espantosa colección que tienen en el sótano, parece que se fue de vacaciones. Solo se ven ligeros destellos cuando Lorraine experimenta algunas sensaciones o con algunos flashbacks a su pasado, justo al momento del nacimiento de su hija Judy del cual de hecho vemos una escena al inicio de la película.

Pero pasa casi una hora y El Conjuro 4: Últimos Ritos no se mueve para ningún lado, hasta que el padre Gordon les habla de un caso en Pennsylvania, en el cual ellos se rehúsan a participar ya que no desean sacrificar más tiempo de su idílica dinámica familiar. Más Lorraine que Ed que se muestra indeciso y confundido. Hasta que descubren por medio de Judy, que el caso está más relacionado con ellos de lo que habrían querido.

Aunque la saga siempre presentó a los Warren como una familia que combinaba sus asuntos personales con los fenómenos paranormales, solía funcionar, en gran parte por la química de los actores, la ternura entre Ed y Lorraine mostraba humanidad entre todos esos demonios. En Últimos Ritos, lo que antes era complemento se convierte en lo principal. Lo sobrenatural apenas se asoma entre diálogos cargados de cursilería y romance. Y ni siquiera romance en serio. Y no es que la química entre Farmiga y Wilson ahora sea un problema —de hecho, es lo único que mantiene la película de pie—, pero convertir un exorcismo en una terapia familiar termina por anular la tensión.

Aunque si hay un par de momentos rescatables en El Conjuro 4: Últimos Ritos. Una secuencia con espejos evoca a The Lady from Shanghai y demuestra que todavía hay algo de talento visual detrás de la cámara, pero son excepciones. La mayor parte del metraje transcurre así, unas cuantas escenas más o menos bien logradas, aparentemente ligadas entre sí, que comienzan a generar tensión, unos cuantos jumpscares y… es todo, no llevan a nada.

En comparación con la primera película, El Conjuro 4: Últimos Ritos es un eco lejano. Frente a La Monja II o El Diablo me Obligó, tampoco destaca , pues comparte la misma fatiga de fórmula, aunque se intente disimular con una forzada solemnidad.

Como lo mencionaba párrafos anteriores, para los fieles seguidores de los Warren, El Conjuro 4: Últimos Ritos puede ser un cierre emotivo. Tiene lágrimas, encuentros y despedidas que pudiera cerrar la saga con cierta dignidad. O al mismo tiempo, esos mismos seguidores pueden odiarla justo por lo mismo, es más emotividad que terror y que una historia o caso bien narrado. Pero sobre todo quien busque horror puro, atmósfera sofocante o la chispa original de James Wan saldrá decepcionado y con la sensación de haber asistido a un velorio. Nada más.

Así, El Conjuro 4: Últimos Ritos no es tanto una película de terror como un ritual simbólico. Un último rezo cinematográfico con ausencia de miedo se queda corto de fe y mucha nostalgia y sentimentalismo. Al parecer, ya ni los demonios quieren trabajar.

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Acerca del autor

Clementine   @@lupistruphis  

Escéptica ante todo, pero con una gran curiosidad. Amante del café y del aroma a libros viejos. Nostálgica e idealista sin remedio. Alguna vez de niña me llevaron al cine, y siempre vuelvo a él porque siempre me salva.


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