El Empleo, eterno ball & chain…

En un ejercicio de curiosidad personal me di a la tarea de preguntar entre mis alumnos sobre sus planes a corto y mediano plazo; hay que enfatizar el hecho que la edad de mis pupilos oscila entre lo que las estadísticas de población ubican como mayoría en nuestro país: adultos jóvenes de 26 a 35 años. Para mi sorpresa el sueño más anhelado de tan generosos participantes es iniciar un negocio propio y así lograr su independencia laboral, excelente pensé.

Sin embargo es cuando uno entra en honduras que salta la pregunta ¿es que algún sistema económico del mundo garantiza independencia económica? Lo dudo. Desde muy jóvenes aprendemos que todos formamos parte de una cadena de producción y cuál será nuestro lugar en ella, es decir, en otras palabras, se nos advierte desde la más tierna adolescencia que, sin importar lo que hagamos, cuánto nos esforcemos, o cuántos “contactos” tengamos o “palancas” jalemos estamos condenados a ser parte de una interminable cadena productiva, el grillete viene después, cuando descubrimos las mieles del crédito.

Y es que no importa cuántas alternativas consideremos, ¿free-lance? el más iluso de los sueños considerando que pasamos de tener un jefe a tener decenas de ellos y, si el negocio va bien, cientos. Lo que sólo puede traducirse como una multiplicación de responsabilidades que además deberá ajustarse al carácter y necesidades individuales de cada uno de ellos. ¿Formar parte de una empresa exitosa con la esperanza de ascender y ganar reconocimiento? Quizá sea la alternativa más viable, si no consideramos que aprovecharnos de la mesa que puso otro a menudo representa no sólo que debemos alquilarnos por un promedio de 8 horas diarias (el tiempo de traslado y horas extra son cortesía del empleado).

En todo caso la mayoría de los sistemas económicos están diseñados para que la sociedad funcione como una gran familia (mexicana o no) en la podamos vivir alegres y dependientes unos de otros. Así levantarse a deshoras de la mañana, comer un escueto desayuno, lidiar con el transporte público (seas propietario de un automóvil o no) y ver cómo la vida se escapa inexorable entre idas y venidas por caminos que se resisten a desaparecer, romper su monotonía o siquiera desgastarse mientras dejamos girones de sueños y vida en cada centímetro de asfalto que nos negamos a reconocer como parte de nuestra cotidianidad.

Andamos como zombies deseosos de llegar a un fin de semana más en el que podamos ser una versión más animada, evasiva y mejor de nosotros mismos, un miembro más de hordas con poder adquisitivo que establezca una diferencia entre quien puede y quien quiere, porque “para eso trabajo”, saber que esa carrera por la “vida” termine bien cada viernes, y si no, que siempre el lunes siguiente representará una nueva oportunidad para que, desde esa prisión de lujo en Santa Fe, “Las Lomas”, o Polanco, podamos luchar por una posición en la sociedad o por lo menos sobrevivir decorosamente, obtener los alfileres necesarios para sostener castillos de naipes que hambrientos lobos feroces capitalistas, neoliberales, o el adjetivo que esté en boga, buscan derribar con amenazantes soplidos telefónicos reclamando lo que es “suyo”.

Esta porción de realidad es extraordinariamente retratada en El Empleo, corto animado galardonado con más de 100 premios en todo el mundo que avala su calidad e impacto (el mundo de los “jipiosos” artistas, claro está). Dirigido por el argentino Santiago Grasso este conmovedor “corto” nos recuerda que en los sistemas actuales sin importar los estudios o experiencia con que se cuente,  como decía mi abuela, todos servimos para algo, aunque sea para mal ejemplo.

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