El Evangelio de las Maravillas, las miserias de la fe
Pasada la Semana Santa con los ejercicios de introspección que ello supone quizá sea buena idea entregarnos a otro ejercicio de fe, sin fanatismo, que permita al 80% de la población católica de México darse una mirada desde fuera, sus símbolos, carencias, necesidades y compromisos. Ríos de tinta se han utilizado para tratar de explicar los motivos, abusos, orígenes, funcionamiento y objetivo de las religiones, desde luego, mientras cada una de las 16 religiones conocidas y miles de sectas afirman ser poseedores de la verdad absoluta, es innegable que la necesidad de afiliarse a una religión que satisfaga la necesidad espiritual del grueso hace de los feligreses presa fácil para mercaderes de la fe quienes ven en esta necesidad una oportunidad de oro para capitalizar el sufrimiento, necesidad de afecto o tan solo de aceptación de quien busca paz espiritual.
Desde luego, el origen de casi toda religión podría reconocerse como un esfuerzo honesto creado por visionarios en su origen más empírico como medio para explicar fenómenos naturales, y a medida que éstos van siendo desvelados por la ciencia, para dar cauce a la necesidad humana de un mundo posterior a la muerte. Las distintas iglesias, por otra parte, han demostrado su cara más humana y corrupta al negarse a evolucionar a la par de la sociedad a la que, quieran o no, pertenecen y en su lugar han optado por aislarse en un mundo permeado de vicios seglares pocas veces reconocidos y que son inherentes a la naturaleza humana.
Con su característico lenguaje cinematográfico en 1998 Arturo Ripstein, quizá uno de los directores mexicanos más complejos y poco complacientes, entrega su visión sobre un tema por demás espinoso: el uso de la religión como fuente de poder. La complejidad de los personajes sirve como instrumento para diseccionar los secretos de “La Nueva Jerusalén”, comunidad, espacio y tiempo que sirve como microcosmos, refugio de almas enfermas, rechazados por la sociedad, débiles emocionales, discapacitados de voluntad, abusivos confesos que ven en esta comunidad una oportunidad para salvar sus almas, o justificar su proceder.
Liderados por Mama Dorita (Katy Jurado) y Papá Basilio (Francisco Rabal), los habitantes de la Nueva Jerusalén esperan la venida de su Mesías, quien anunciará el fin del mundo que marca el inicio de su redención. En un ambiente saturado de pecaminosa religiosidad y simbología propia de la religión más conocida del planeta (no la más practicada) Ripstein convierte esta película en el lado B de la iglesia católica: la naturaleza humana de sus santos, la candidez y el fanatismo que apuntala y solapa el abuso psicológico y recíproco de sus miembros.
En “El Evangelio de las Maravillas” todos los feligreses saben lo que buscan y son conscientes que en un ambiente saturado de vulnerabilidad cualquiera puede servir de escalón para cristalizar su objetivo, cualquiera que éste sea.