El Mundo almibarado de John Hughes (2 de 2)
El club de los cinco (1985)
Quien haya visto The breakfast club o El club de los cinco como fue titulada en español, no puede evitar recordarla cada vez que escucha la canción Don’t you forget about me interpretada por Simply Minds.
Un quinteto de estudiantes en apariencia completamente diferentes, son castigados obligados a pasar juntos nueve horas dentro de un salón. La personalidad de cada uno los ha llevado a ser etiquetado por los demás como el rebelde, la chica popular, la frikie, el atleta y el nerd. Poco a poco, ante el tedio que provoca estar sentados frente a una hoja de papel en la que por órdenes del director deben escribir una reflexión sobre sus actos, los jóvenes comienzan a romper el silencio confesando inquietudes personales que al final revelan son más parecidos de lo que pensaban.
Considerada la mejor película de John Hughes, El club de los cinco es una interesante y amena visión de los códigos de comportamiento en la adolescencia. A diferencia de otras Teen movies, aquí se profundiza en la psique de los personajes lo que lleva al espectador a identificarse con cualquiera de ellos. También aborda el tema de las apariencias y la realidad que existe detrás de las mismas. Aquel considerado por los demás como un genio, vive con el miedo de fracasar un día y no soportarlo. La chica popular de actitud despreocupada con una lujosa vida sobrelleva un drama doméstico con unos padres en eterno conflicto. La frikie o chica rara, tiene tendencias suicidas consecuencia de un entorno familiar en el que no es tomada en cuenta. El atleta vive frustrado al saber que todas sus acciones tienen que cumplir con las expectativas de su padre. Y el rebelde, un tipo que por los maltratos sufridos encuentra en la imagen de violento, su mejor forma de defensa.
El reparto está integrado por Molly Ringwald, Anthony Michael Hall, Judd Nelson, Ally Sheedy y Emilio Estevez, miembros del llamado Brat Pack, grupo generacional de actores juveniles al que luego se unirían Demi Moore, Rob Lowe y Andrew McCarthy.
La chica de rosa (1986)
Molly Ringwald por centésima vez protagonizó una comedia de Hughes tan rosa como el título. La historia aborda las aventuras sentimentaloides de Andie Walsh, una estrafalaria chica con un padre alcohólico, la cual se enamora de Blaine, un estudiante guapo, simpático, de buena posición económica y vida resuelta, vamos el príncipe azul con el que toda adolescente sueña. Al tiempo que la susodicha se enfrenta a los prejuicios que los separan al ser ella pobre y él rico, Duckie su mejor amigo, le confiesa su amor lo que complica aún más las cosas cuando ella lo manda directo y sin escalas a la temible friendzone.
El éxito de Molly Ringwald, recayó quizá en el hecho de ser una chica muy simple, la pelirroja actriz no era ni la mitad de linda de sus contemporáneas –Mia Sara, Jennifer Conelly y ni qué decir de la despampanante Kelly LeBrock– lo que conseguía que se identificara sin problema alguno con las espectadoras de la época (lo sé, en gustos se rompen géneros). En el papel de galán, Andrew McCarthy cumple, sin embargo es opacado por un actor que posteriormente sería conocido por protagonizar dramas eróticos de mayor trascendencia como Crash Extraños placeres y La secretaria, entre otras películas fogosas, me refiero a James Spader. Pero si alguien se lleva la cinta a todas luces es el alocado amigo de Andie, el fachoso, extrovertido y alucinante Phil Dale Duckie, nada más y nada menos que Jon Cryer, co-protagonista de Two and a half men.
Cryer, quien por cierto, hasta su reciente reaparición en tv no había hecho en cine nada memorable, salvo- y eso por querer rescatar algo- la comedia Hot Shots al lado de Charlie Sheen, interpreta al amigo que las mujeres idealizan, ese que las escucha, que las hace reír y con el que saben que pueden contar en forma incondicional sin que haya un intercambio amoroso de por medio. Sí señores, Duckie refleja a la perfección aquel tipo al que mil veces le han dicho “Eres lo máximo pero…te quiero como amigo”. Clásica la escena en la tienda de discos (omito decir discoteca por aquello de mis más jóvenes lectores) cuando hace un “inspirado” playback al son de Otis Redding ¡Uf! ¡El atuendo!
Otra película de amor fresón con un final complaciente en el que todos quedan felices y contentos, incluso él que durante la cinta sufrió por no ser correspondido.
Un experto en diversiones (1986)
Bajo la premisa de que “La vida pasa tan rápido que si nos detenemos a ver lo que sucede alrededor podríamos perdérnosla”, Un experto en diversiones narra un día en la vida de Ferris Bueller, preparatoriano que consigue a base de un ingenioso plan o por lo menos a los adolescentes de ese tiempo nos lo parecía, faltar a la escuela (lo que en México llamaríamos irnos de pinta) y pasar un día de ensueño en la ciudad de Chicago.
No conforme con engañar a sus padres haciéndoles creer que tiene un resfriado, Ferris poseedor de un gran poder de persuasión convence a su mejor amigo Cameron para que se una a su travesía a bordo del Ferrari propiedad del padre de éste. Y por supuesto, no podía faltar la presencia femenina en la figura de Sloane la novia de Ferris.
Las aventuras del trío parecen a la luz de los años un panfleto turístico incluyendo una visita al museo ¿Qué clase de joven de high school escaparía del colegio para ir a un sitio cultural? Seguramente el mismo al que se le permitiría subir a un carro alegórico para cantar Twist and shout.
En un universo al que solo le falta derramar miel encontramos como los villanos de la historia – y ni lo son tanto- a la hermana de Ferris, quien celosa de que al tipo todo le saga bien está dispuesta a desenmascararlo y al prefecto de la escuela, sujeto convencido de que algo no anda bien.
Considerada una película de culto por una gran legión de fanáticos sobre todo en los Estados Unidos, la cinta muestra la actitud despreocupada ante la vida, de unos muchachos que solo quieren divertirse antes de que el destino los separe. Sin embargo la idea de diversión que se plantea es tan taimada e inocente que solo evocará la nostalgia de quienes tuvimos la fortuna de ser jóvenes en los ochenta. Para las nuevas generaciones corre el riesgo de ser muy infantil. En todo momento Hughes pone de manifiesto que la libertad no debe estar sujeta al autoritarismo, la primera representada por Ferris, la segunda por los adultos. A fin de cuentas, todo termina de forma muy convencional y el asunto no pasa de ser un mero entretenimiento sin grandes pretensiones.
El reparto tiene en el rol protagónico a Matthew Broderick a quien sobra decir que la cara de niño le ayudaba sobremanera para interpretar el papel de un hombre más joven. En lo personal me parece que su interpretación es un tanto exagerada, pero es aceptable comparada con la de Alan Ruck en el papel de Cameron, el amigo que se la pasa deprimido por la desatención de su padre. Vaya, este es el clásico caso ochentero del personaje adolescente interpretado por un adulto, el señor Ruck ya contaba con treinta años y parece más un idiota en el sentido no peyorativo del término. Mia Sara como la novia del astuto Ferris es un verdadero deleite para la pupila (tenía que decirlo) No se pierdan la escena de la piscina ¡Wow! La chica de diecinueve años no lucía nada mal.
Vale la pena mencionar que hay una pequeña participación casi profética de un Charlie Sheen que apenas despuntaba, interpretando a un drogadicto.
Mejor solo que mal acompañado (1987)
Neil Page, un ejecutivo de publicidad que desea llegar en menos de 48 horas a Chicago para pasar el día de gracias con su familia no imagina que la travesía se convertirá en una odisea llena de imprevistos, más aun cuando se cruce en su camino Del Griffith, un incomodo e insoportable compañero de viaje que lo volverá loco conforme pasan los minutos. Divertida película protagonizada por dos personajes dispares unidos por las circunstancias.
Comedia en la que Hugues une el talento de Steve Martin y el desaparecido John Candy, logrando una gran química entre ambos. Cabe decir que en su estreno no gozó de buenas críticas pero si de la aceptación del público. Se trata de una cinta con muchos momentos afortunados, que se olvida de los conflictos juveniles y retoma la comicidad de road movies como Vacaciones. De hecho, me atrevería a decir que es mil veces mejor que la secuela de la familia Griswold en Europa. Reitero, Martin y Candy forman una gran dupla, cada uno complementa al otro. La mayor gracia del asunto recae en todos los infortunios que debe soportar Page mientras que Griffith insiste ponerle buena cara al mal tiempo. Hughes no da tregua y va hilando un incidente tras otro, hasta llegar a un final que con los acordes de Every time you go away resulta por demás enternecedor o francamente cursi según lo quieran ver.
Mi pobre angelito (1991)
Dirigida por Chris Columbus y escrita por Hughes, la película que podría haber sido traducida sin ningún problema como Solo en casa (¡Qué insistencia de cambiar los títulos!) fue después de Tío Buck al rescate (1989), la incursión al cien por ciento, al género infantil que comenzaría pese al éxito en taquilla, a marcar el descenso de un Hughes que había hecho época contando anécdotas juveniles.
Mi pobre angelito es una cinta considerada tan graciosa como su protagonista Macaulay Culkin, quien para muchos –entre los que me incluyo- tiene el carisma de una piedra. La historia del antipático niño que le hace ver su suerte a unos ladrones, es una oda a la violencia que asemeja las caricaturas más crueles de Tom y Jerry llevadas al mundo real. Con tan solo recordar la escena en que Daniel Stern entra por una ventana sin zapatos y se corta los pies helados con unas esferas ¡Ouch! Basta para sacar de quicio a cualquiera y ponerse del lado de los malos.
Para bien de la productora y decepción de los fanáticos del cine adolescente de John Hughes, la fórmula del niño inocente y tierno que en el fondo es peor que el alma de Judas, se repitió una y otra vez en guiones que iban perdiendo frescura por más variantes que Hughes les hiciera. Fue así que el director y guionista escribió Perdido en Nueva York (1992) segunda entrega de Mi Pobre Angelito y las por demás olvidables Mi pobre diablito y Curly Sue (ambas en 1991).
Así podría seguir destazando otras cintas que ni vale la pena mencionar, así que prefiero quedarme con el recuerdo de aquellas que marcaron los sueños de quienes dejamos de ser niños para convertirnos en jóvenes en el transcurso de los años 80.