El Niño y la Garza: La herencia de Miyazaki
Si tuviéramos que esculpir un Monte Rushmore de los mejores realizadores en la historia del cine de animación, no cabe duda de que el rostro de Hayao Miyazaki aparecería en este. A sus 82 años, el nipón está consciente de que ya es una leyenda y su regreso, tras 10 años de no sentarse en el banquillo, obedece a que aún tiene mucho que contar y, en palabras de su productor: “No puedo pararle, su trabajo es lo único que lo apasiona”.
En este nuevo renacimiento, “El Niño y la Garza” se convierte en una de sus obras más existencialistas y también en una de sus mejores (no igualando a su obra maestra “El Viaje de Chihiro”, pero acercándose), que incluso sin ser vendida como tal, es su carta de amor al arte, a su propia obra y un llamado a las futuras generaciones de cineastas.
La historia se enfoca en un joven de nombre Mahito que tuvo la desgracia de perder a su madre en un incendio a corta edad. Tras un tiempo de este terrible acontecimiento, su padre se casa con la hermana de su difunta esposa y se mudan a una finca en el campo que parece ser un sitio donde el mundo terrenal se encuentra conectado con el místico.
La trama contiene diferentes capas, siendo la primera la vivencia del duelo expuesta a través de una narrativa tipo “coming-of-age”. No es casualidad que el primer acto sea más contemplativo, apostando por explorar la psique del protagonista y su relación con su tía-madrina. Aprovechando su animación enfocada al detalle, la cinta cuenta más a través de los encuadres que de los diálogos, dándole un rol importante al lenguaje visual. En un movimiento hábil, Miyazaki poco a poco va cambiando el tono, extrapolando a cuentagotas el mundo de la fantasía. El cambio se siente gradual, tanto que para el segundo acto ya estamos sumergidos en este imaginario lleno de “warawaras”.
La segunda capa hace referencia a varios temas de la vida cotidiana: desde las dificultades de la maternidad, las causas de la maldad (exponiendo los claroscuros de algunos personajes) y, quizás el más importante, la vida y la muerte. Estos temas son explorados a través de este universo con un conjunto de alegorías yuxtapuestas, recalcando la importancia de estos dos sucesos y su balance universal.
Esta reflexión permite subir al último escalón: el arte como una puerta para trasladar todas aquellas vicisitudes y dolores de la vida diaria. Es aquí donde adquieren sentido todas estas referencias a las obras previas de Miyazaki, (los más adentrados en su filmografía identificarán una especie de auto inserción). Hayao articula sus discursos existencialistas y homenaje exponiendo sus temores: la continuidad del legado y del trabajo en su campo.
Aunque hay ciertos detalles en la trama que alejan por completo a la película del status de obra maestra, no se puede negar que tiene un grado de autenticidad. Miyazaki, a su estilo y con una ejecución excelsa, habla desde el corazón exponiendo sus preocupaciones y reflexiones, sin pretensiones, ni vanagloriándose, sino desde la naturalidad de lo humano que es preocuparse y hacer preguntas alrededor de la vida, la muerte y del futuro, siendo su cinta más personal.
Añadir que, a pesar de que vivimos en una época donde la animación 3-D impera, Miyazaki sigue fiel a su estilo y apuesta por el formato tradicional. Pero eso no quiere decir que no haya ciertos detalles a destacar, como por ejemplo que se resaltan aún más las líneas de los dibujos para darle un toque más rústico a los escenarios (simulando mejor el realismo antiguo de la época en que se ubica la historia), dando mayor definición a los detalles y envolviendo a los personajes como parte del escenario. Incluso los fondos terminan en muchas ocasiones fusionándose en la paleta con los protagonistas (parecido al estilo de Isao Takahata), siendo vital para dar este toque de que los individuos son influenciados por el ambiente.
Calificación:
Guion: 3.0 – Si bien la historia queda con algunos detalles, la forma en que se plasma las vicisitudes y preocupaciones del autor son dignas de destacar.
Dirección: 3.4 – Animación tradicional resaltando los contornos y el cambio gradual y preciso de tonos son elementos a destacar.
Actuaciones: 1.7 – El trabajo de voces en su idioma natal es decente.
Extras: 0.5 – La banda sonora es de las mejores del año.
Calificación: 8.6 Excelente
Si bien esta no es la última película de Miyazaki (pues de acuerdo a los productores de Ghibli, él se encuentra trabajando en un nuevo proyecto) “El Niño y la Garza” es una carta abierta a las personas que se dedican al séptimo arte para continuar con el legado de un hombre que dignificó a la animación.
No es poca cosa, estamos hablando de un hombre que consiguió un Oso de Oro y que sus películas (incluso esta) siempre están en la conversación de lo mejor del año, no solamente en Película Animada, sino a nivel global. Teniendo siempre dos hándicaps: la visión ridícula y anticuada que el público (y algunos críticos) tiene de que “la animación solo es para niños” y el apetito destructor y acaparador de la industria anglosajona a nivel mediático. Si alguien tiene más derecho a pedir esto, definitivamente es Miyazaki.
La invitación está abierta, y si bien no existirá alguien como Hayao, el deber para aquellos que hacen y hablan de cine es no dejar que el castillo se derrumbe por un par de pericos, protegiendo su esencia y la de la animación. Al final de cuentas quizás ante la coyuntura actual el mundo de las ideas y el arte es el último lugar donde aún estamos a salvo.