EO: Un llamado urgente a construir un mundo sensible

“Ante esa competencia con el cine comercial, el director tiene una especial responsabilidad frente a los espectadores, pues, por los efectos específicos del cine (esa identificación de cine y vida), la más absurda película comercial puede ejercer sobre un público ingenuo y burdo el mismo efecto mágico que el verdadero arte ejerce en un espectador exigente.

La diferencia fundamental, trágica, reside en el hecho de que una película artística despierta en su público emociones y pensamiento, mientras que el cine de masas — con  ese efecto suyo especialmente adormecedor e irresistible— apaga todas las demás reflexiones y sentimientos de su público de forma definitiva e irrecuperable. Aquellas personas que ya no sienten ninguna necesidad de nada bello y espiritual, utilizan el cine como una botella de Coca-Cola.”

-Fragmento de ‘Esculpir el Tiempo, de Andrei Tarkovsky

Temas como el sufrimiento y el maltrato animal se han visto demasiado en la ficción. Quien les escribe esto piensa que es un recurso demasiado fácil para bajar las defensas de la audiencia y dejarles susceptibles para que acepten huecos narrativos, o estén a favor o en contra de algún personaje o situación de la historia sin cuestionarlo. Son un punto débil para la mayoría de las personas, al punto de que literalmente existan páginas como “Does the dog die?”, cuya única función, como su nombre lo dice, es advertir al posible espectador si el animal de la historia morirá para prepararlo y protegerlo ante cualquier evento de emocionalidad intensa en una narrativa de ficción.

Quien escribe esto opina que si esa “manipulación” se usa para una buena causa (concientizar sobre el maltrato animal, la inmoralidad de los mataderos, el daño a los ecosistemas), es aceptable y quizá la manera más pragmática de llegarle a gente demasiado cabeza dura como para ver las consecuencias de su destructivo estilo de vida. Sin embargo, la postura narrativa de una película como EO, que evita deliberadamente cualquier embrutecimiento sentimental que lleve al público a la lágrima fácil y a apagar las reflexiones, me hizo caer en cuenta de lo urgente que resultaba una película como ésta en muchos niveles.

EO sigue la historia de un burrito del mismo nombre, que vive en Polonia y es utilizado por sus cuidadores como un animal de circo. Después de que se aprueba una ley prohibiendo el uso de animales en este tipo de espectáculos, acompañamos a Eo mientras cambia de manos y la vida lo lleva de un lugar a otro, y a través de sus ojos descubrimos qué lugar le depara el mundo para que pueda realizar su destino…

El discurso de la obra se desenvuelve por sí mismo con relativa facilidad en las situaciones que vive el burro, y conforme progresa la historia una enorme nube de pesimismo cubre los cielos como premonición de una tormenta. Sin entrar en detalles ni spoilers, solamente diré que la película es un crudo retrato de lo alejado que está el mundo humano de coexistir armoniosamente con las demás formas de vida con quienes comparte el planeta. La huella de la civilización humana es aplastante en su indiferencia y egoísmo, implacable e inescapable.

Es un discurso que se balancea en una fina línea entre ser un comentario maniqueo que lleva a sentirse moralmente superior a quien lo pregona, o abordar una cuestión filosófica y espiritualmente profunda y angustiante. Afortunadamente en ésta película cae en la última categoría, es un asalto sin tregua a los sentidos, la emoción y la inteligencia por igual, pasamos de la sublime belleza al más cruel de los sufrimientos en un vaivén parecido a los movimientos de una sinfonía.

En su choque con la civilización humana Eo se aturde, le incomodan los arneses, se cansa, se asusta, se desespera, siente melancolía e acumula experiencias e incluso transita emociones bastante oscuras. Todo esto lo vivimos con él en primera persona, y en ningún momento se siente como si la película estuviera intentando “humanizar” o condescender su experiencia, o como si las situaciones que vive estuvieran ahí “a modo” para convencernos de algo. Esto en su conjunto termina dignificando la vida de Eo, sirve como un recordatorio de que la experiencia subjetiva de la vida que tiene un animal es igual de válida, digna y profunda que la de cualquier ser humano.

La película tiene matices profundamente desesperanzadores, y es que por más que haya personas con buenas intenciones en la película, pareciera que cualquier rasgo de presencia humana es hostil y aplastante hacia todo lo que no le es homogéneo. Basta con la ironía de que la situación que desencadena toda la historia es que se aprueba una ley para la protección animal. En ese sentido esta película se siente urgente, no porque incite a una movilización social para solucionar alguna problemática concreta y bien definida, sino porque sus ambiciones artísticas sobrepasan nuestra capacidad de pensar en soluciones, nos incita a reformular a un nivel mucho más profundo cuál ha sido nuestra relación tanto individual como colectiva con el mundo y la vida.

Quizá parezca que quien les escribe está abusando de las hipérboles, pero es que, si la historia del cine es justa, películas como EO trascenderán por recordarnos los alcances que aún tiene el cine como un arte vivo, con formas y estilos aún inexplorados gracias a los avances tecnológicos del cine digital; lo compactas que se han vuelto las cámaras con sensores altamente nítidos, las posibilidades visuales de un dron, los colores que puede lograr la corrección de color digital… Todo eso permite que Eo sea una película tanto íntima como maximalista. Estoy convencido que esta historia no podría contarse en una novela, es sólo a través de las abstracciones de lo puramente audiovisual que se puede abordar una historia así en todas sus latitudes, si quieren algún ejemplo del ‘poder’ en el gesto de encuadrar la cámara ante la realidad, aquí está.

A pesar de todo eso me es difícil afirmar que EO es una película excelsa, o que todos sus momentos logren ofuscar las atenciones de una manera igualmente importante. Y es que a veces las omisiones o elipsis en su narrativa pueden llegar a sentirse demasiado extremas aún para las ambiciones discursivas de la obra. Desde el punto de vista de producción esto se entiende, ya que la apuesta era hacer ésta película sin inducir ningún tipo de estrés o tensión en los animales que participan en ella, eso inevitablemente lleva a hacer ciertas concesiones visuales para no ser tan gráficos, sin embargo ciertas situaciones que no se nos muestran más bien parecieran negarnos una sublimación emocional, y algunas exploraciones audiovisuales parecieran sentirse desconectadas del viaje que como audiencia llegamos a proyectar en nuestro protagonista equino.

Mientras recolectaba mi experiencia me costó identificar un momento claro y definitivo de catarsis, y después de una honda reflexión sólo pude encontrarlo en su secuencia final, la cual al inicio es esperanzadora, pero conforme avanza sugiere un destino oscuro, aterradoramente cotidiano, y desesperanzador. Sin ahondar en detalles, me quedo con la historia de un burro que nunca encontró un lugar donde sentirse amado ni realizar su destino en el mundo que hemos construido. Si así es como se desenvuelve la historia de Eo en un contexto polaco, dentro de un país altamente progresista y con leyes y medidas para la protección animal, en un contexto mexicano una historia así está para llorar, ya lo decían los perritos de aquel famoso mural de Juan O’Goman…

 

Etiquetas:  

Acerca del autor

Cinescopia   @Cinescopia   cinescopia.com

Equipo editorial de Cinescopia.


Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

*

*

*