Frankenstein: Un bello monstruo con olor a hot cakes

Así como su Frankenstein, Guillermo del Toro es una criatura amorfa compuesta de varias partes que lo hacen un ser adorable y regenerador. Un interesante caso de estudio incluso en el ramo de las relaciones públicas; por un lado, está su innegable afabilidad, que lo hace una persona que “brilla”, acogedor en presencia y de fácil trato y diálogo; por otro lado, dicho carisma es combinado con esa aura de artista técnico – estético, y es que si en algo se ha distinguido Memo es en su diseño de monstruos y escenarios que con mucha pasión ha llevado desde su sueños, pesadillas y metas a la realidad y gracias a la magia y el oficio del cine; por último, su estado de gracia como un excelente ser humano, empático, caritativo y accesible con todos sus públicos, prensa, actores, productores y demás.

Dicha composición es la que hace a Memo, tal y como a su Frankenstein, un ser tan hermoso como peligroso, y es que la última parte que compone su ser, el dinero, es el recurso con el que puede auspiciar su estética de infalible belleza y con esta esconder historias planas, incoherentes y vacías, como este insufrible remedo de monstruo con habilidades de Deadpool que por verse bello tiene a todos aplaudiéndole como focas… otra vez.

Frankenstein comienza bien, incluso logrando diferenciarse de las otras versiones al explorar el pasado del Doctor Victor y de cómo este, obsesionado con poder vencer a la muerte, va desarrollando sus teorías científicas y médicas alrededor de cómo volver a la vida a un tejido muerto en base a la electricidad y a las mismas conexiones del cuerpo por medio del sistema linfático. Hasta aquí todo bien, incluso con sus libertades “médicas”, el guion presenta buenas bases argumentales para desarrollar a su personaje que narrativamente se encuentra bajo un yugo paternalista y al mismo tiempo afectado por la figura matriarcal que perdió por un “negligencia”.

Sin embargo, el primer problema ya se encuentra presente desde este episodio, un ritmo lento que repara en personajes secundarios superfluos, olvidando desarrollar el trauma de Victor que, a pesar de contar con una excelente actuación de Oscar Isaac, no logra la compenetración necesaria como “antihéroe” debido a la poca pericia directiva de Memo en encausar momentos clímax en una historia que debería sin duda tenerlos. Los montajes son meras transiciones e incluso “el momento” que todos esperan es todo menos que emocionante, viéndose eclipsado por la presencia de personajes que no aportan nada al desarrollo de la trama y/o de Victor (véase el de Christoph Waltz)

¿Ya han reparado que las actuaciones en la mayoría de las películas de Del Toro son mejores que su dirección? Si bien esto también es gracias en parte al gordito, obvia de manera alarmante su falta de talento directivo más allá de sus cuestiones estéticas e histriónicas. Y es por eso por lo que más allá del IMAX, de Isaac y del vestuario de Mia Goth, la primera parte es apenas adecuada en cuanto a su diferenciación argumental contra otras versiones.

Pero el verdadero problema de Frankenstein no es Frankenstein, sino su monstruo, que tampoco es monstruo, sino un ser bello y con el crecimiento de cabello más rápido y perfecto que se haya presenciado en la historia, en una decisión sorpresiva que lleva a este relato de terror e incomprensión social a convertirse en una fábula (si, con lobos y animalitos) de traumas paternalistas y con más elementos de Disney de los que hubiéramos querido (princesas y superhéroes incluidos).

Para comenzar, Memo destruye lo único bueno que había logrado encausar con la historia de Victor Frankenstein, y eso es su lógica interna alrededor de la construcción del “bello monstruo”, el cual al resultar más guapo y atractivo que Steve Buscemi (y que incluso se acerca más a un Henry Cavill), es difícil comprender por qué lo perciben como una “bestia” solo por sus cicatrices faciales y una capa. Totalmente incoherente e incomprensible incluso desde la percepción estética, la regeneración de tejido también es un recurso patético y sin ninguna explicación o razón de ser, más la que permitir a Del Toro una serie de “guionazos” para encausar disparos, heridas y explosiones en repetitivos momentos sensacionalistas donde esta especie de Deadpool también se enfrentara a unos muy falsos lobos de CGI

Muchos podrán justificar esto en la mera decisión de su director por hacer un “ser bello y perfecto”, pero eso no quiere decir que sea la correcta ¿Qué no se supone que el fuerte de Del Toro es el diseño de monstruos? ¿Qué no se supone que hacerlo monstruoso encausa el verdadero mensaje de Shelley sobre la incomprensión, la segregación y el peligro de jugar a ser Dios? Dicho sentido también es aniquilado cuando la criatura resulte aprender más rápido sobre filosofía que Sócrates, haciéndolo un ser de intelecto super dotado que en tiempo récord comprende complejos conceptos emocionales y psicológicos en una mega forzada introspección psicológica que incluyen el perdón, la redención y otras 20 mil nociones y concepciones de la vida haciéndolo no solo el mejor psicoterapeuta del pinche mundo, sino una especie de ser cuasi divino.

Basta recordar las versiones anteriores (incluso la paródica de Young Frankenstein) para dar cuenta que Whale y hasta Branagh lograron un mayor impacto y significado en sus criaturas con el mero momento de su interacción con aquel viejo ciego y el concepto del “amigo”, y es que en el show de Memo donde su criatura resulta convertirse en el ser más brillante, maduro y bello, ni Mel Brooks se atrevió a tanto con su comedia.

Por otro lado, es en la elección de Jacob Elordi donde se comprueba que el “fanático” de Del Toro tiene toda la realidad alterada debido a esa tarea de relaciones públicas. El joven actor lo hace bien e incluso logra transmitir por momentos lo que su director le manda, y aunque cualquiera, repito, cualquiera pudo haber salido con este “Elordi” maquillado, el histrión no tiene la culpa ni de su mal diseño, ni de sus infantiles diálogos, ni de la incoherencia de su guion, ni de ser un Wolverine mal desarrollado.

Si, sobre todo este cuento de princesos de Disney se erige una fotografía y estética asombrosas, así como una banda sonora de ensueño, pero no, eso no es suficiente para considerar algo como “buen cine”, obviando la ignorancia de un “fandom” sin bases que sigue infantilizando a la figura de Guillermo del Toro, que no ha leído y ni siquiera visto las anteriores versiones de Frankenstein, y que piensa que el cine se inventó con su suscripción al Netflix, para justificar una película cuando mucho mediocre, plana, predecible, mal desarrollada, con personajes que no aportan nada al ciclo paternalista que propone, lenta, larga, repetitiva e incluso por momentos hasta aburrida

Y recuerden, nuestro Memo no es un mal cineasta, puede ser mediocre, un inflado, un artesano, oler a hot cakes ¡pero NUNCA un buen director!

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Acerca del autor

El Fett   @El_Fett   cinescopia.com

El más realista y cabrón crítico de cine que pueda existir. Ente sin misericordia que tiene el halago de transmitir a los mortales su sentir y sabiduría en el mejor recinto sobre el séptimo arte. Cinéfilo de corazón y crítico crudo por vocación. Alter ego del Licenciado en mercadotecnia y RRPP Oscar M Rodríguez (FB) Sigueme en twitter @El_Fett


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