Giuseppe Tornatore: Baarìa, la edad de la inocencia
La semana pasada (20-26 de febrero de 2012) el reportero de Televisa en Londres, Horacio Rocha Staines publica la fotografía de una escultura que adornará la plaza Trafalgar Square en Londres: “la idea, dicen los artistas, es que el niño sobre el caballito ‘nos haga valorar + las pequeñas cosas en nuestras vidas” cita. Londres es una ciudad caótica como la mayoría de las grandes ciudades en el mundo y, desde luego, sumida en un mar de consumismo que estandariza el gusto su población y da un falso sentido de “cultura propia” (los productos Body Shop, por poner un ejemplo, son exactamente los mismos que se encuentran en México). Por lo que siempre se agradece una escultura con un fin más altruista que sólo adornar una ciudad o rendir homenaje a un héroe nacional.
Foto: Horacio Rocha Staines
Giuseppe Tornatore ha apostado por películas que nos remiten a la universalidad de la infancia, sin importar la nacionalidad, esta etapa de nuestras vidas representa una serie de características y valores que son comunes para todo ser humano: la inocencia, el apego y búsqueda de identidad. El director ha recurrido a niños como hilo conductor de sus historias, quienes representan la no pérdida de capacidad de asombro el día a día y como recordatorio constante de que no importa en dónde estemos actualmente o lo que pretendamos parecer, nuestro origen es la base sólida sobre la cual edificamos lo que somos.
En Malèna, Tornarore nos remite al despertar de la sexualidad, el descubrimiento del amor y el sentido de compasión, en the Star Maker (1995) aborda las devastadoras consecuencias del abuso emocional, el abandono y la soledad. A veces trágicos, pero siempre redentores o redimidos, sus introspectivos personajes oscilan entre un romanticismo casi onírico y un realismo casi fantástico que nos lleva de la mano por un paseo a través de la nostalgia y la reflexión.
Baarìa es la unión de una historia contada a ratos durante su obra, y como un diario, ofrece un viaje a través de la vida misma, la infancia, adolescencia, madurez y vejez de Roman (Fracesco Scianna) un ciudadano ordinario, cuya historia vista de cerca coloca una lupa sobre los detalles diarios que a menudo se nos escapan y que son los que hacen que la vida merezca la pena, no hay desperdicio, cada momento es precioso, todos tenemos algo que contar.
Con elementos técnicos de gran calidad y calidez enmarcados por una bellísima música obra de su compositor de cabecera Ennio Morricone (Malèna, The Legend of 1900) es una cinta fácilmente digerible para el mexicano con innegables raíces latinas, pintorescos y escandalosos personajes incluidos, el sobreprotector amor de madre herencia de la raza hebrea matizado por una religión de origen judecristiano y una sociedad aparentemente aletargada y apática, siempre unida como una piña ante la desgracia, fuente de identidad, placentera loza llevada a cuestas colorida y abnegada.
El epílogo de Tornatore es concluyente, la vida es un sueño, un momento que debe aprovecharse para construir, para construirnos y vincularnos, la vida está hecha para sufrir nuestras derrotas y afrontar nuestras decisiones, pero sobre todo para sonreír y agradecer la oportunidad que se nos brinda de trascender.