“Hombres de Mentes” o “Ewan McGregor: The Real Jedi”
Ok, lo diré como va: La última trilogía de Star Wars “namás” no rifó. Sé que es probablemente una de las declaraciones más famosas en internet en los últimos años dentro del mundo fílmico y no pretendo incitar una guerra de fandoms más al respecto. Pude perdonar las narraciones paralelas a la historia principal, que se sintieron cual relleno. Les paso el desperdicio de personaje (y de actor) con el cambio de una a otra película. Es más, hasta dispenso a los infames Porgs que sólo están ahí para dar ternura y así vender mercancía (lo que llamo ‘el efecto minion’). Pero lo que jamás podré perdonar es la carnicería que le hicieron al gran héroe de la galaxia y de nuestras infancias: Luke Skywalker. Aquel gran Jedi que no tuvo que acabar siquiera su entrenamiento para poder restaurar el balance a la Fuerza y traer una paz temporal a la Galaxia. No lo hizo peleando, lo hizo amando.
A pesar de las advertencias que Obi-Wan y Yoda le hicieron a Luke acerca de lo “peligroso” que eran el afecto a sus amigos y el irracional amor hacia su padre, al final Skywalker demostró que ese amor era incluso más poderoso que el lado luminoso de la fuerza. Fue lo que se necesitó para sacar lo bueno que quedaba en Vader al final de su vida y traer el fin a los Sith. Tras este final esperanzador de la saga original, uno imaginaría encontrarse en las nuevas películas con un Luke muy distinto a las antiguos y cerrados caballeros Jedi, más en armonía y basicamente más ‘pachamamoso’. Pero ¡oh, decepción! En vez de darnos a un Gandalf galáctico, nos dieron a un viejo amargado y sin esperanza que, al ver que el lado oscuro dominaba a su sobrino, pensó que asesinarlo era la mejor forma salvar el universo. El viejo Luke no perdió la paciencia con su padre, el Sith por excelencia, y lo amó incluso sin conocerlo y por ello lo salvó. Por eso, matar a su sobrino es el camino más incongruente en el arco de este personaje. El verdadero Skywalker nunca habría pensado en esa opción.
Me dejó incómodo salir del cine con esa sensación, pensando para mis adentros “¿Dónde quedaron los verdaderos Jedi? El mundo real y la galaxia ficticia los necesita ahora más que nunca.” Mi mente tuvo entonces el vago recuerdo de una pequeña película del 2009 llamada “The Men Who Stare at Goats” (Hombres de Mentes), en la que vi nuevamente al Obi-Wan Kenobi de las precuelas, Ewan McGregor, en otro camino de entrenamiento para ser el verdadero guerrero Jedi. En esta historia, será el involuntario Padawan de George Clooney y del eterno ‘Dude’, Jeff Bridges. Y la galaxia muy muy lejana, será Irak.
Pero antes de ahondar en dicha película, quisiera aclarar a qué me refiero con “el verdadero guerrero Jedi”, por ello hay que revisar muuuy brevemente y por encimita sus bases, así que pediré a los más expertos en el tema no agobiar los comments de ataques por lo que omita mencionar. El Jedi tiene su base principalmente en 2 religiones/filosofías: el Taoismo y el Budismo. Ahora ábramos nuestras mentes. El Taoismo busca principalmente vivir en equilibrio con la naturaleza y el balance de las energías: el yin (la luz negativa) y el yang (la energía luminosa), la eterna dualidad de luz y oscuridad. La eterna tensón entre ambas energías crea la energía de vida llamada ‘chi’, que se encuentra en todas las cosas y en todos los seres. El dominio del flujo del ‘chi’ trae habilidades místicas tales como mover cosas con la mente.
La relación más importante que existe entre el Budismo y el Jedi viene principalmente del desapego. Los Jedis entrenan para deshacerse de los apegos y deseos ya que eventualmente pueden conducir al Lado Oscuro. Finalmente, el binomio de alumno-maestro es similar, ya que tanto en el Budismo como en el Jedi se buscan a los futuros iniciados desde pequeños, en los niños que han mostrado ciertas habilidades y conexiones más fuertes en niveles más altos.
Lo más probable es que me lean preguntándose de qué carajos hablo y si estoy en drogas. Lo mismo le sucedió al personaje de Ewan McGregor: el reportero Bob Wilton. Tras haber sido abandonado por su esposa, Bob va a Irak en plena ocupación por el ejército estadounidense. ¿Su objetivo? Reportar lo que sucede allá y mostrar a su esposa que es un hombre valiente para hacerla volver. Tras no poder ingresar adonde sucede la acción, el destino lo lleva a conocer a Lyn Cassidy (Clooney), un retirado soldado de fuerzas especiales, que, en el camino al frente, le revela haber formado parte de una unidad secreta del ejército encargada de entrenar espías psíquicos o ‘Guerreros Jedi’. Bob encontró la historia de su carrera.
Mediante flashbacks, Cassidy narra la historia de la unidad especial encabezada por el pachamamoso Bill Django (Bridges), quien se adentró en el mundo del New Age y la espiritualidad para formar un batallón que ganaría guerras mediante el amor: el Ejército de la Nueva Tierra, aplicando las enseñanzas de las filosofías que revisamos anteriormente del Taoismo y Budismo, así como muchas otras. Los reclutas eran elegidos por sus habilidades natas y desarrollarían, con el entrenamiento, habilidades como telequinesis, invisibilidad, visión remota y poder atravesar materia sólida. Lyn resulta ser el más hábil de esta unidad, despertando la envidia de su compañero Larry Hooper (Kevin Spacey, el cochinote) quien encarna el lado Oscuro de esta fuerza. Con sus poderes disminuidos, Cassidy parte junto con Bob a una última misión y, de paso, entrenarlo en el camino del Jedi.
La película resulta muy entretenida, a veces llega a recordar ligeramete al estilo de los hermanos Coen. Cuenta con buenas actuaciones, como es de esperarse con un cast así. Jeff Bridges es una versión más Dude del Dude y Clooney vuelve a mostrar su natural lado cómico. Resulta hilarante ver a Ewan McGregor encaminarse cinematográficamente otra vez en el camino a ser un Jedi. Kevin Spacey es un odioso pero efectivo villlano y en una parte lo veremos poner droga en la bebida de un jovenzuelo…el arte imitando a la vida.
¿Por qué hablar de esta olvidada película el día de hoy? Por el mensaje. La última trilogía de Star Wars nos dejó a casi todos un sabor amargo por la manera en que evolucionó y terminó el arco de nuestro héroe. Al final hizo lo correcto, en la mejor escena del filme, pero se sintió que lo hizo más a huevo que de ganas. Por ello regresé a “The Men Who Stare at Goats”, ya que retoma las bases del Jedi y nos muestra que el verdadero guerrero no se da por vencido tan fácilmente, la energía o la Fuerza siempre lo llenará, aunque sienta un desbalance en ella, porque siempre tendrá amor en el corazón hacia todo y hacia todos (para esto, olvídense de la acepción cursi de ‘amor’. En este caso es algo que va mucho más allá). Sobre todo en estos tiempos cada vez más oscuros, necesitamos ver a ese verdadero Jedi.
We need a Jedi!