I’m still here: la ubicuidad perpetua del artista

Todo individuo debiera tener como meta conocerse así mismo, sus reacciones, deseos y metas para tener claro lo que  desea lograr en esta vida y de paso, alcanzar el éxito personal. Perderse en el camino es sencillo cuando lo que abunda son ofertas que venden felicidad envasada e ilusiones que se fincan en sueños de la infancia con una carga de inexperiencia y fantasía que no hacen más que nublar el buen juicio y la objetividad. Aprendimos a ser lúdicos.

La vida adulta en el mundo actual supone sentarse y dejar que las oportunidades de ser feliz se paseen ante nosotros como sobre una banda de comida rápida de la que podemos coger lo que nos apetezca cuantas veces lo deseemos y repetir el proceso hasta el hartazgo, la felicidad, o su concepto mercadológico, también cansa. Hacer un alto para reflexionar sobre el sentido que toma nuestra vida minuto a minuto nos está vedado porque muchas veces tememos que el interior de este envase hipster albergue en su interior frágiles capas de soledad y vacío existencial cual matrioshka en cuyo interior se encuentre una versión mucho más diminuta de lo que creemos ser.

A manera de mockumentary, Joaquin Phoenix (Gladiator) se viste de rapper y se tira de cabeza para interpretar la parodia del artista en tono agridulce y revelarse a través de su personaje. A medida que avanza la cinta la premisa original queda de lado para dar paso a un Joaquín que transpira soledad y un comportamiento errático acentuado por una mirada perdida que recuerda al mismo Joaquín en 1993 durante el duro trance que supone para él la muerte de su hermano River Phoenix (My Own Private Idaho) mientras anuncia su decisión de abandonar la pantalla para dedicarse de lleno a su carrera como cantante.

La figura del abandono en este falso documental es una pieza toral durante el trayecto de 2 horas durante el cual Joaquín no sólo busca dejar atrás su carrera como actor, sino que pareciera el mismo actor deseando dejar de ser quien es, es un canto a la liberación en la forma más autodestructiva posible que arrasa con todo lo que encuentra a su paso con la fuerza que da la convicción de estar haciendo lo correcto, aún cuando eso suponga ir contracorriente, y durante su viaje hacia su destino no duda en cuestionar los valores que acotan su tan ansiada libertad.

Joaquín desaliñado, juquetón, neurótico, desequilibrado, popular, meditabundo, autodestriuctvo, creativo, pasivo-agresivo, Joaquín pionero tardío de su propia vida, dueño de su destino abre su documental con una imagen que muestra dos elementos universales, un niño que supone es él -la inocencia- contemplando una cascada -origen de la vida- y cierra con una larga secuencia en la que regresa al sitio en que inicia todo para él, mientras a paso lento, seguro y constante se sumerge en las mismas aguas que atestiguaron su infancia, quizá un deseo intrínseco por recuperar la seguridad que sólo se obtiene -y se destruye- en el seno familiar, clamando por una oportunidad para iniciar de nuevo.

Es esta última secuencia es un gesto de extrema bondad en el que el artista nos invita a reflexionar sobre lo visto en pantalla y, al mismo tiempo, agradece la atención a su obra más personal, sabe que el silencio es cómplice y sabe también que las mejores historias se cuentan sin hablar. Conmovedor y directo, “I’m Still Here” tiene la fuerza suficiente para mover fibras que amenazan con morir bajo esa capa de indiferencia en la que nos cobijamos y engrosamos diariamente con una máscara de frialdad.

Agradecimiento especial a @MisaelAl por su interacción para realizar esta reseña.

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