Indiana Jones and the Dial of Destiny: Mangold rescata una reliquia perdida.
Si usted gusta que le disipe sus miedos de manera inmediata ¡SI! la quinta (y al parecer última) parte de la saga de Indiana Jones es muy superior a la bazofia de “La Calavera de Cristal”, pero también muy inferior a la trilogía original. Sin embargo, en ese lógico limbo, existe un verdadero héroe cazador, un real arqueólogo fílmico que supo extraer de las rocas, de las peleas entre creadores y su actor, de un guion por momentos muy tonto y repetitivo, y de la poca movilidad de su momia interprete, un verdadero tesoro que, al menos en su acto introductorio y en su alargado clímax final, logra rescatar algunos de los mejores momentos de la saga, comprendiendo su esencia y con mucha decencia, despidiendo a uno de los personajes iconos de la cinematografía y la cultura pop.
Así pues, James Mangold sigue sin tener una película mala en su currículo, pero vaya que esta vez lo hicieron sudar.
Indiana Jones y el Dial del Destino comprende la quinta aventura del arqueólogo y tercera en la que se enfrenta a sus enemigos clásicos: los nazis. Ambientada en dos líneas cronológicas, al final de la Segunda Guerra Mundial y durante el apogeo de la Guerra Fría y el ascenso de los burós de la inteligencia americana, el guion respeta todos los elementos de la saga, comenzando por usar un artefacto “mcguffin” para rápidamente re dirigirnos hacía el verdadero protagonista: el dial de Arquímedes, aparato que supone predecir fisuras en el tiempo y en el espacio.
Hay que hacer una parada en su introducción, donde es notable la mejoría de la tecnología “Deep Fake” para rejuvenecer a Ford; un buen agregado de presupuesto que le permite a Mangold encausar una divertida y tensa persecución dentro de un tren (y que recuerda mucho no solo a “The Last Crusade”, sino también a la legendaria cinta de acción bélica “The Train” de John Frankenheimer). Con algunas salidas fáciles y exageradas que de nuevo rompen la lógica y por momentos la misma física, la dirección comienza a rescatar a Indy con un buen dinamismo y trepidantes escenas de acción. Pero el primer y quizá mayor problema de la cinta viene inmediatamente después.
Hay demasiado Indiana Jones en Indiana Jones. Quizá hace 42 años eso era el mejor factor, pero ahora con un protagonista de 80 años es evidente que algo está mal. Es notable el dominio creativo que tiene Harrison Ford sobre su personaje (los rumores de la producción indican que forzó el guion, peleó con Spielberg casi a golpes, y finalmente fue el decisor de escoger a Mangold como director), un actor legendario para el género de la aventura y la acción, pero también conocido por su hermetismo y obstinación. La vejez pesa y no solo a Ford – Indy, sino también a Mangold, el cual no puede hacer más que adaptarse a los lentos movimientos de su héroe e imprimir poca o nula emoción durante los dos primeros actos, en el que presenta y desarrolla a su gran variedad de personajes (si, son muchos, y casi todos innecesarios).
Así mismo, este freno creativo dictado por Ford y que se mantiene durante casi 80 minutos, es solo la punta de un iceberg narrativo que no es más que un “copia y pega” de la saga, con infinidad de referencias visuales, cameos y diálogos repetitivos, e incluso, momentos que no aportan emoción, pero si una inadecuada duración con dos persecuciones (la de Marruecos alcanza buenos picos, de nuevo gracias a la dirección) y hasta dos escenas clásicas de alimañas atacando a los héroes (anguilas e insectos), pero sin ninguna tensión real.
Otra cuestión demasiado triste, es que la banda sonora, a diferencia de las primeras tres películas, aquí luce inexistente, reciclada y también nula en su aporte a la acción. La falta de creatividad e identidad de John Williams hacía con este relato es quizá uno de sus peores aportes no solo a la saga, sino de su carrera (con decirles que es más recordable el score de La Calavera de Cristal) ¿Recuerdan como Williams solito levantaba muchas escenas de Spielberg al estatus de culto? Pues aquí no hay nada de eso ¡NADA!
Hay que resaltar que durante este limbo resaltan algunos guiños que de alguna u otra manera te mantienen con el interés más básico y necesario para llegar hasta el final. El primero, la construcción y desarrollo de su villano, que a pesar de estar auspiciado por una muy poca lógica y absurda presencia de la CIA, logra con sus secuaces ser una verdadera amenaza, con un motivo más interesante que otros nazis que solo quieren “la dominación” mundial – racial. El segundo es la aniquilación “LITERAL” de la anterior cinta, pues el libreto la borra casi de la existencia gracias a cierto conflicto emocional a desarrollar dentro del protagonista.
Pero ¿Habrá algún tesoro después de pasar por estas trampas mortales en este Templo del Dios Ford? Si lo hay. El acto final comienza en la ya clásica secuencia de la búsqueda de alguna tumba y/o de alguna reliquia en una cueva. Mangold rescata aquí toda la esencia de Indiana Jones, imprimiendo por fin un halo de emoción quizá movido por la propia y automática nostalgia, pero en realidad es debido a que el director permite un mayor protagonismo de los compinches y de los villanos, relegando a Ford a los movimientos lógicos de su edad (más algunos recursos que lo dejaran más “quietecito”).
La película a partir de aquí ya no decae, sino todo lo contrario, presentando un clímax que de alguna manera encuentra cierta lógica científica dentro de su halo sobrenatural, equilibrio que aquí si se hace presente, asemejándose más con las tres primeras películas. Es hora de disfrutar, dejarse llevar por lo que verán y aceptar que estarán incluso ante uno de los momentos más emocionantes y entrañables de la saga, que quizá sea poco en duración, o muy sufrido, dado lo que tuvimos que recorrer para llegar a este, pero al fin y al cabo es una recompensa y carta de amor de parte de Mangold hacía Indiana (y también hacía Harrison Ford).
En cuestión de los nuevos personajes y/o compinches, no hay nada que resaltar a excepción del villano de Mads Mikkelsen, que, aunque siempre encasillado, no decepciona con su rol de nazi arqueólogo científico doctor, todo racista y sabiondo. La presencia de Phoebe Waller-Bridge es apenas correcta, un personaje olvidable pero que cumple con su labor en el guion (a diferencia de la insoportable repetición del niño compinche de medio oriente, o el casi cameo del Gato con Botas… perdón, de Antonio Banderas). Si, también hay un par de personajes que vuelven, y aunque su inclusión es más nostálgica que funcional, representan algunos de los mejores momentos en cuanto a diálogos de la cinta.
En cuestiones técnicas, resaltan algunos de sus efectos especiales, convenientemente dirigidos mayormente a su primer acto en el tren y al clímax; por su parte, la fotografía corre a cargo de Phedon Papamichael, fotógrafo de cabecera de Mangold (y de Alexander Payne), acostumbrado a usar una buena paleta de colores para definir los entornos sociales, y que aquí destaca, sobre todo, y de nuevo, al principio y final del film.
En conclusión, Indiana Jones y el Dial del Destino es una película que apenas rebasa la mediocridad para instalarse como una disfrutable aventura y despedida para Indiana Jones. Quizá Ford secuestró el guion, la producción y la mitad de la dirección, pero Mangold encontró un tesoro en su principio y su final, sabiendo como buen entre fílmico comercial, que lo más importante en una cinta de esta índole, es la primera y la última impresión.
Para los fans del arqueólogo, creo que les gustará más de lo que deberían, pero nos lo tenemos merecido después de aquella horrenda Calavera.