Ingrid Cambia de Rumbo y no llega a su destino
Desde la creación y popularización de Facebook alrededor del mundo hemos dado vueltas a la idea de que lo que presentamos en redes sociales no es la vida real. Cientos de fotos perfectamente curadas en el TL no quiere decir que así de perfecta es, todo el tiempo, la vida de otras personas. Las redes sociales no son un espejo ni lo que se comparte ahí debería ser tomada como hecho y realidad. Por otro lado, dichas herramientas de conexión se mueven a través de algoritmos que responden a una economía de likes, donde entre más popular una foto o perfil, mejor para quien posee la cuenta. Asimismo, cómo te presentas en redes y cómo interactúas con otra gente no necesariamente indica que existe una relación, vaya, real.
Estas tres cuestiones ya han sido exploradas, con mayor o menor éxito, en cines y televisión, siendo el episodio ‘Nosedive’ de la temporada 3 de Black Mirror el más representativo. Empero, algo que hace falta en las historias cotidianas en cine y televisión enfocadas en este presente -y que, poco a poco, directores y creadores millennials han sabido explorar- son las maneras en las que nos presentamos en redes sociales y cómo las utilizamos. La cinta Ingrid Goes West (Ingrid cambia de rumbo), del director estadounidense Matt Spicer, pareciera ser una entrada más aterrizada partiendo de la app que, hasta hace 2 años, era la más popular y la que más ha provocado infinidad de problemas mentales y emocionales: Instagram.
Ingrid (Aubrey Plaza) es una joven con severos problemas emocionales. Tras salir de una residencia psiquiátrica, se obsesiona con la influencer californiana Taylor Sloane (Elizabeth Olsen) y decide dejar todo para mudarse a Los Ángeles e infiltrarse, poco a poco, en la vida de Taylor. El guion de Spicer y David Branson Smith nos presenta a una antiheroína cuyo mayor atractivo es, precisamente, lo detestable que es. Para nuestra desgracia, Spicer y Smith no se molestan en darle profundidad a ningún personaje, de tal forma que se convierten en estereotipos de gente que está -o no- en redes sociales, y sus acciones y consecuencias no tienen impacto alguno en la audiencia.
Lo más interesante de la película es la exploración de identidad a través de la relación entre Ingrid y Taylor, así como la manera en la que la primera moldea su personalidad para replicar la imagen y el estilo de vida de la segunda; empero, no pasa de la exposición y no se adentra a profundizar. Las geniales actuaciones de Plaza y Olsen no salvan a la película; empero, tiene un ritmo muy dinámico que mantiene tu atención y te deja deseando mucho más de lo que ofrece.
Ingrid Goes West muerde más de lo que puede masticar, y ya es una cápsula del tiempo del poder (para bien o para mal) que tenían las influencers de Instagram en la vida pre-covidtena y antes de que TikTok se volviera la reina de las redes sociales. Es el equivalente fílmico a quien expone en redes sociales lo horribles que son ciertas influencers con el único propósito de que le aplaudan mientras lamentamos que Vivamos En Una Sociedad donde eso es algo aspiracional. Si la quieren ver, está disponible en Netflix.