John Wick 4: El final de la era del “Baba Yaga”
Para bien o para mal, los dobles de acción convertidos en directores han sido los artífices de la nueva ola, corriente o estilo dentro del subgénero de la acción. En específico, Chad Stahelski y su creación, John Wick, fueron los revulsivos de este rubro, al que redefinieron a partir una mínima historia de venganza enmarcada en un extraordinario festín de coreografías, violencia, combate cuerpo a cuerpo y una mitología que tomó todas las referencias del pasado fílmico occidental y oriental, para construir su universo.
Un poco más allá, John Wick fue, es y será, una especie de instituto narrativo para los consecuentes ejercicios de acción, que incluso ya tiene sacando graduados desde su concepción y primera entrega (2014). Parece sencillo, y quizá a nivel de guion no tenga muchos dotes que ofrecer (más que la creación de un universo en base a sus referencias y homenajes culturales), sin embargo, es en su dirección y tono visual donde esta saga ha provisto al subgénero de un emocionante giro de tuerca. Basado en planos secuencias y en coreografías altamente precisas, y que requieren una preparación física ardua por parte de sus protagonistas (de ahí el mérito físico de Keanu Reeves), Stahelski ha logrado quizá el conteo de muertes más extenso en la historia del cine, y que ahora con su capítulo final, ha alcanzado un extremo tan disfrutable, como absurdo e insospechado, al también rendir un auto homenaje “dramático” a su propia creación.
John Wick Chapter 4 narra la odisea final del asesino en la búsqueda por su venganza y las consecuencias mortales suscitadas a partir de esta desde el final de la segunda parte. Stahelski agrega más complejidad a su estructura mundial “asesina”, mostrándonos uno los esbozos del más alto mando (nada pendejo, se guarda los principales villanos para poder expandirse en spin offs o series). El villano en turno funge como un agregado “dramático” que provee de cierta estructura no solo a este capítulo, sino a toda la saga, demostrando de manera muy “educativa” como Wick ha escalado en la cadena de mando hasta llegar a asesinar a las más altas esferas.
Pero he aquí también la gran debilidad de este cierre, pues dramáticamente Stahelski no tiene ¡NADA! Aunque respeta a la audiencia al no quererse poner “serio” y conservar ese halo de absurdez tan disfrutable, el director irónicamente le pone un freno de mano a su relato, no solo llevándolo a casi tres horas de duración (que si se sienten), sino también debilitando al menos en sus dos primeros actos al mayor valor de su saga: el ritmo.
La inclusión de muchos, muchos, muchos nuevos personajes tampoco ayudan, pues incluso se llega a perder la brújula de Wick como el verdadero protagonista (aquí entra el elemento de Donnie Yen, que se roba mucha cámara). Quizá esto responda al obvio envejecimiento de Reeves, que a pesar de mantener una impresionante labor física y la decencia dentro de sus escenas de acción, es notable la baja de velocidad en sus movimientos y habilidades en comparación a sus anteriores capítulos. A pesar de esto, el director se las arregla no solo para que sus nuevos personajes, nuevos y veteranos, ofrezcan una ayuda a Wick, sino también para premiar al público paciente con un acto final donde para los fans de la saga y de la acción en general, cada maldito segundo invertido dentro de esta lenta construcción, haya valido la pena.
Al igual que un videojuego (como se ha construido toda la saga), y como si se tratase de superar niveles con su mundo y villano a vencer, Stahelski lleva a Wick de Nueva York a Japón, del desierto a Berlín, para superar obstáculos con la ayuda de sus nuevos asociados. Nada nuevo aquí, más que disfrutar una y otra vez de cómo aniquilar a decenas y decenas de extras bajo la luz de neón, la lluvia, con espadas, pistolas, cartas, sillas, hachas, chacos, perros, cuchillos, flechas y demás artilugios. Pero todo cambia en París, el gran acto final de la saga y donde para llegar al gran villano, Wick tendrá que pasar por cuatro subniveles.
He aquí cuando Stahelski retoma la naturaleza explosiva, absurda y divertida de sus pasados capítulos. Un festín de muertes, risas, idioteces, golpes, coreografías y planos secuencias donde no hay ningún sentido y ni un segundo detenido, y donde Reeves y su director denotan una pasional conexión hacía con su personaje. La brillantez técnica, directiva y física resaltan sobre todo en la escena de El Arco del Triunfo y el subsecuente nivel, una mansión desocupada donde podremos encontrar un plano secuencia en plano cenital verdaderamente ESPECTACULAR.
¿La espera ha valido la pena? Quizá ¿Causará un efecto nocivo para la salud que alguien vea las cuatro partes seguidas un mismo día? No lo sé, y quizá sea muy riesgos experimentarlo. Pero lo que podemos confirmar, es que John Wick ha llegado a un buen final, con un tono tan nostálgico como explosivo, y enmarcado en un duelo final al estilo western donde incluso su director denota cierta capacidad para imprimir una muy entretenida (aunque muy predecible) tensión.
Al mismo tiempo, podemos augurar que John Wick ya es un clásico dentro de su subgénero y un personaje de la cultura pop, y si bien quizá no veamos de nuevo a Reeves en el personaje, su director y creador se ha encargado con este cierre, de asegurarse una pensión a largo plazo para poder seguir expendiendo su universo dentro de los hoteles Continental.
John Wick Chapter 4 (y en general su saga) es todo lo que Expendables trató de hacer y nunca pudo, un ejercicio de acción desmedida provisto de una excelente dirección, y de un humor efectivo, absurdo y muy incorrecto.