Joyas Ocultas de la Animación: It’s Such a Beautiful Day
Existen obras que se vuelven clásicos de inmediato, y las reglas que aportaron se convierten en estándares que las demás siguen a futuro. Hay otras que van revalidándose con el tiempo y obtienen un culto que, aunque limita la cantidad de adeptos, también da pauta a una alternativa a la media comercial. Pero también hay obras que quedan olvidadas con el tiempo debido a la poca distribución que tuvieron, causando que su difusión esté limitada al Internet. Uno de estos casos es el de la joya del cine independiente del 2012: “It’s Such a Beautiful Day”. Aunque es poco conocida, quienes la han visto aseguran que es una de esas piezas que no se recomiendan, sino que se ordenan verla, porque es una experiencia arriesgada, peculiar y profundamente conmovedora.
Antes que todo, este es un proyecto personal, ya que Don Hertzfeld dirige, escribe, produce y presta su voz, de modo que estamos hablando de una obra de autor. De bajo presupuesto, cuenta la historia de Bill, un sujeto cualquiera al que le diagnostican una enfermedad no determinada (a juzgar por cómo va desenvolviéndose la trama y las acciones del protagonista, puede suponerse que es demencia o Alzheimer) que afectará sus capacidades cerebrales. Así, mientras el tiempo continúa avanzando, él deberá lidiar con el impacto emocional de sentir cómo sus recuerdos, experiencias y persona van desvaneciéndose, hasta el punto en que no sea capaz de reconocerse a sí mismo.
Como puede notarse, es una historia relativamente sencilla, pero muy emotiva porque señala todas las peculiaridades, las cosas terribles, las maravillas y extrañezas que nos hacen lo que somos. Así como puede interpretarse como uno de los retratos sobre la demencia o el Alzheimer más originales del cine (al igual que “The Father”, el trastorno es presentado desde el punto de vista del paciente, lo que ayuda a una mayor comprensión y empatía hacia la forma en la que el enfermo percibe el mundo), es también una celebración de la vida e incluso de la muerte, porque plasma la inevitabilidad de un camino que todos estamos destinados a recorrer. La diferencia es que lo muestra como un regalo necesario por ser la razón de la existencia, pero también está cargada de un humor negro que permite reírse de la oscuridad, la tristeza, la pérdida de la identidad y la fragilidad de la psique humana.
El estilo minimalista a través del uso de figuras de palitos (una variante un poco más compleja del dibujo básico al que estamos acostumbrados) juega a favor de la historia y el impacto emocional de varias situaciones sin control. En vez de usar inflexiones en la voz o un lenguaje formal, la narración es tan honesta y directa en las descripciones que es imposible no conmoverse por la desesperada situación ante la inminente pérdida de identidad. Esto se ve reforzado por una banda sonora compuesta de música clásica y sonidos de la vida diaria, mezclados y alterados para ser compatibles con la salud mental de Bill, que puede pasar de la dicha pasajera hasta la más profunda confusión. De esta manera, su apariencia aparentemente infantil se vuelve más cruda y depresiva conforme va ilustrando el deterioro de la mente, cómo la percepción del mundo se va diluyendo y no queda otro remedio más que seguir adelante, aunado a un final que le sacará las lágrimas a cualquiera.
A Hertzfeld le basta una hora para crear una de las experiencias más increíbles, significativas e importantes que cualquier persona puede tener con una obra de arte, una experiencia fílmica única que es como la vida: imperfecta, desaliñada, desordenada, fragmentada, a veces ilógica y otras veces irracional, como un montón de cosas que nos pasan y no tenemos el control y que es imprescindible en el mundo de la animación para adultos (probando una vez más que esta rama no es sobre lenguaje vulgar, humor escatológico y mucho sexo, como erróneamente se cree, sino de madurez emocional y psicológica).
Mientras el mundo alaba la estilización y la hibridación del medio con cintas como Spider-verse, esta joya innova y aporta más para la animación en cualquier ámbito, una lección sobre aprender a recibir la muerte con una sonrisa.