Joyas Ocultas de la Animación: No se admiten perros ni italianos
Gracias a Ale Vega y Dastan por hacernos descubrir esta joya.
¿Alguna vez les ha pasado que, al momento de cerrar el año fiscal, llega una oferta que rompe todos los esquemas y se confirma como un éxito rotundo, pero por ser el cierre, no pudo entrar al balance final? Pues eso es justamente lo que acaba de pasar con esta pequeña animación francesa, que no sólo puede considerarse como una de las mejores películas del año, sino que también le puede competir al resto de su categoría. Sin embargo, por cuestiones fuera de su alcance, no pudo competir en la mayoría de las premiaciones (sólo llevándose el Premio del Jurado del Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy y premio de mejor película animada en los Premios de Cine Europeo). Por eso, antes de que caiga en el olvido del tiempo, es momento de ver más a fondo “No se admiten perros ni italianos”.
La historia en sí es un homenaje que el director Alain Ughetto quiso darles a sus abuelos, basando su trama principal en anécdotas que le contó su abuela Cesira (su abuelo Luigi murió cuando era bebé). De esta manera, la cinta se vuelve una exploración al pasado, a interesarse en el árbol familiar y los orígenes del individuo. El director tiene en cuenta este aspecto, y como consecuencia, la vida de sus antepasados también funciona como una recreación de Europa durante la primera mitad del siglo XX. Debido al extenso período de tiempo abarcado (1890-1962), se asiste a una exploración de una vida idílica destrozada por el desempleo, el hambre, la guerra, la enfermedad y la discriminación debido al desplazamiento causado por la inmigración.
Incluso, el estilo de animación escogido a base de miniaturas animadas y objetos comunes tiene una función doble. La primera, que al igual cómo sucedió con “Persépolis”, da lugar a un canto sincero a la familia, a los sueños rotos, la exploración de las diferencias culturales y la dinámica familiar, y entender la amistad como una forma para trascender las barreras sociales y lingüísticas. Asimismo, no oculta su crítica hacia el gobierno que, en el momento que hay una crisis, se aprovecha de la ingenuidad y urgencia de sus habitantes más pobres, que al verse en la necesidad de obtener empleo y ganar dinero, no les queda otro remedio que aceptar los trabajos que nadie quiere hacer.
Por otra parte, la fotografía y la música complementan más la atmósfera y la hacen más reminiscente a la obra de Marjane Satrapi. Además, aunque tiene momentos emotivos muy conmovedores, su constante dosis de humor negro logra un balance entre comedia y drama que complementa el mensaje de sobrevivir a los cambios sociopolíticos que siempre vendrán a futuro. Por lo que uno no se siente culpable de reír cuando a un personaje le cae una roca o una bomba para inmediatamente después sentir tristeza por su deceso.
La segunda función que tiene es a modo de terapia. La interacción de las figuras de arcilla con la utilería como escenario y con las manos del propio creador sirve como una manera de sanar viejas heridas, de conocerse más a uno mismo y aceptar y valorar sus orígenes. Este método de usar la artesanía casera para sanar las heridas es similar a lo que hizo Mark Hogancamp (creador del proyecto “Marwencol” y que posteriormente Robert Zemeckis usaría para filmar una de las peores carnadas de Oscar de la historia), con la diferencia de que el acercamiento más personal realza la inmersión, enriquece las emociones y agrega un toque distintivo que la vuelve más auténtica.
Es corta (dura poco más de una hora), pero recorre con creciente interés las vicisitudes de una familia llena de ternura, amor y cariño, pero no exenta de dolor, tragedia y sufrimiento. Es un recordatorio de la humanidad compartida que yace dentro de todos nosotros, a pesar de nuestras diferencias culturales, y más importante aún, pone a reflexionar sobre la vida que llevaron nuestros abuelos, pues en sus tiempos la pobreza era diferente, no era gente andrajosa pidiendo limosnas, sólo vivían modestamente y contentos.