La Calle de la Amargura, Ripstein y su lado oscuro

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Cualquiera que tenga antecedentes sobre Arturo Ripstein (Profundo carmesí, El castillo de la pureza, El Coronel no tiene quién le escriba), sabe que a este señor le encanta el drama, es común en él proyectar un México sórdido, de barrios rascuaches y personajes complicados. El destacado alumno de Buñuel es, sin duda, uno de los mejores cineastas que tiene el país. Cualquier actor mexicano ansía trabajar bajo su mando, para la mala suerte de muchos, él tiene sus favoritos, y los sabe llevar muy bien, aunque de arrastrarlos por el fango se trate.

Con “La calle de la amargura” Ripstein regresa a sus orígenes, coincidiendo con sus 50 años de carrera, durante los cuales ha participado, de una u otra manera, en más de 50 películas. El propio Ripstein reseña su película así: “Dos putas añosas, dicho con todo respeto, matan accidentalmente a dos luchadores enanos”. Y con eso tenemos todo; la historia, por muy real que sea, se termina con esta línea. Una historia conocida y no muy añeja, una historia que trascendió no tanto por los hechos, sino por el morbo a su alrededor.

Dos luchadores enanos, los gemelos Alberto y Alejandro Pérez Jiménez, mejor conocidos en el mundo del deporte espectáculo y del pancracio como “La Parkita” y “El Espectrito II” (“La muerte chiquita” y “El Aki-ta” en la cinta) son encontrados muertos en un hotel de paso. Desde los primeros ecos de la nota roja en el año 2009, a todo el mundo ya nos sonaba como una película de ciencia ficción, por desgracia en México a la ciencia ficción le falta mucho para alcanzar a la realidad.

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En el reparto sobresale la actuación de Patricia Reyes Spíndola (Adela) y Nora Velázquez (Dora) como el par de prostitutas. Las palmas se las doy a la Sra. Silvia Pasquel como la mamá de los luchadores y a Doña Leticia Gómez Rivera que hace el papel de una indigente. Todas ellas, con la representación de sus personajes hacen esta película difícil de ver, y mucho más difícil de criticar. También las acompañan: Alejandro Suárez, Arcelia Ramírez, Alberto Estrella y Eligio Meléndez. No voy a dejar de mencionar que le pongo una espantosa X al doblaje que le hicieron a los luchadores, es horrible. Supongo que eran pésimos actuando, pero ese doblaje está para llorar.

Filmada en blanco y negro, y en una locación atrapada en el tiempo, que si no fuera por algunos asomos de modernidad, no sabrías a qué época se refiere. Don Arturo sabe que la realidad se ve mejor sin el disfraz del color y lo único que hace para suavizar la dureza de sus personajes marginales es subirle el tono al negro…y mucho.

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Paz Alicia Garciadiego es mancuerna obligada de Ripstein, es algo así como su guionista personal. Su guion no logra levantar la emoción en la cinta, es un drama sí, tal vez estemos hablando de un “film noir”, pero la cinta carece de toda emoción que no sea lo desagradable que resulta ver a estos personajes a la cara; cosa con lo que la fotografía de Alejandro Cantú tiene mucho que ver. Por cierto, excelente el trabajo de Cantú, pese a la oscuridad me gustó muchísimo, así como los planos secuencia que el director va metiendo en esos espacios que nos sofocan. Pero, y aquí viene el pero, si usted me pregunta ¿qué sentiste al ver esta película? Yo le puedo decir: ¡Nada! Y al caer en cuenta de eso es que comienzo a sentir vergüenza.

La película te puede llevar a quedarte dormido, si es algo de suspenso o emoción lo que espera (no fue mi caso, yo estuve muy atenta todo el tiempo), déjeme decirle que el suspenso no existe en esta calle. Casi puedo asegurar que  los pocos despistados  que no conozcan esta historia, tampoco van a vislumbrar sorpresa alguna.

Lo que impacta de la cinta es la realidad misma, es esa nota roja que se materializa ante nuestros ojos, envuelta en una densa y oscura bruma. Dos prostitutas, matan por accidente a dos luchadores a los que querían dormir con un medicamento de uso oftálmico para robarles su dinero (práctica común entre las sexoservidoras). La película se sostiene por sus personajes, más que por la historia misma, y los personajes impactan no porque sean del bando de los rudos o los técnicos, sino porque todos son víctimas de las circunstancias. Son sobrevivientes de la inmundicia que nos rodea, son esos con los que nos rozamos al pasar, los que nos extienden la mano buscando una moneda, o las que portan diminutas faldas y se recargan en la ventanilla de un auto al pasar cuando cae la noche.

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Si algo hay que reconocer en esta película, es la capacidad de hacernos sentir incómodos, y que me disculpe el Sr. Ripstein si no le doy a su arte el valor que se merece, tal vez no estoy lista para verlo en esta ocasión; más no es por ahí que nace la vergüenza que antes mencionaba, esa vergüenza viene de la indignación que se siente al sabernos conscientes de que toda esa gente es real, está ahí afuera y nosotros optamos por no verla.

Arturo Ripstein nos trae por la oscura calle de la amargura, no para sorprendernos, porque no existe todavía un tipo de imaginación que supere la realidad en que vivimos. El afamado director nos aprieta la tripa y nos encierra en un cuchitril para obligarnos a ver en una sala de cine, lo que nos negamos a ver en la calle. Pero no me haga mucho caso, vaya y juzgue usted mismo.

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