La esencia que nos hace amar y ser amados, el perfume.
Mi querido y adorado lector, he de iniciar con la consigna de obtener su perdón y esperando su benevolencia absoluta. Le comentaba en mi última participación en Cinescopia que mis días de desempleo estaban llegando a su fin, y así fue. Y aunque sé que ese no es motivo suficiente para tenerle en el abandono de mis letras, sí le comento que es mi excusa más reciente, válida solo si usted así lo desea.Pero bueno, algo me dice que es usted un creyente de fe ciega, como la que se tiene en esas cosas que nos gustan, que nos dan motivos y razones para vivir más en paz y con menos congojas, aunque en estos tiempos… en estos tiempos parece que ya no puede uno decir nada, pensar nada o manifestarse porque con la magia más cruel, lo desaparecen.
Sea pues usted de nuevo partícipe de esta su minina servidora, sus letras tercas y esa cosita que siempre busca obsequiarle, porque sin el valor de sus ojos, el hilo de voz que recorre cada palabra que tecleo y las imágenes que usted va creando, esta pequeña felina no sería nada.
Pues ahí tiene que los viernes, esos días anhelados por el común de nosotros, me ha dado por buscar películas que ya vi y volver a hacerlo, sobre todo, aquellas que tal vez en mi tierna adolescencia o loca juventud, no tuve a bien entender, disfrutar o reflexionar… creo que tenía unos 16 años cuando en mis torpes manos cayó accidentadamente “El perfume (historia de un asesino)” una historia que me cimbró fuerte y que disfruté leer a más no poder ; imaginando los olores de aquella Francia pestilente del siglo XVIII y tratando de librarme de todo prejuicio que me pudiera cegar ante la maravillosa luz de Jean-Baptiste Grenouille, un personaje que difícilmente se puede olvidar, que marca y deja huella a través de esa esencia desconocida que lo transforma en algo que va mucho más allá de nuestro entendimiento y cuyo olor, una vez que uno se convierte en cómplice de su historia, prevalece impregnado a nuestra existencia.
Luego, por allá del año 2006, Tom Tykwer, decidió llevar esta historia a la pantalla grande y a mí me dieron agruras, porque usted sabe mi querido, que traducir el lenguaje literario al cinematográfico, en la mayoría de los casos, resulta una pérdida de tiempo, dinero y esfuerzo que en pocas y memorables ocasiones se logra con dignidad rebasar o igualar a la pieza original.
Todavía recuerdo que vi el estreno en un antiguo y hermoso cine en la ciudad de Almería, estaba cursando mi intercambio en esa ciudad andaluza y era una noche que invitaba a hacer algo más que salir de copas. Ya habría tiempo.Al terminar la función salí extasiada, me encantó, sentí que alguien había puesto las imágenes de cada palabra de aquel libro que había leído y releído en varias ocasiones, bendije el momento y luego efectivamente, me fui a beber y brindar por mi suerte en aquel lugar.
Luego de aquella, he perdido la cuenta de cuántas veces he vuelto a ver esa cinta que me agudiza el olfato de manera tal, que siempre estornudo de acuerdo a ciertas escenas de la misma… sobre todo cuando de olores fétidos se trata; ¿se imagina usted a qué huele el fétido aliento de Dustin Hoffman interpretando al maestro perfumero Giuseppe Baldini? ¿La maceración? ¿Las cabezas que tenían que usar pelucas para que los piojos no saltaran de un lado a otro? ¿Los ríos? ¿El sudor del sexo y las axilas?… todo eso y más era una obsesión para nuestro querido Jean Baptiste. El creía en los olores, eran su religión, su motivo y sustento para tratar de comprender a qué diablos había venido a dar a este mundo, a qué si no a oler.
¿Qué le puedo decir? En la historia de Patrick Suskind hay tantos universos como aromas, y tantas perspectivas sobre nuestra vil condición humana que elegir solo un momento favorito de los 147 minutos de película, cuesta mucho.
Pero entonces, hace un par de viernes atrás, descubrí que echaban El Perfume cada viernes a la misma hora, y me rendí una y otra vez a sus encantos, y por primera vez, una de las escenas logró trastocarme de tal manera que no encuentro otra para desfogarme que compartiéndola con usted.
Jean Baptiste se obsesionó en encontrar esas 13 esencias de las cuales le habló Giuseppe Baldini que según una antigua leyenda egipcia; se habían identificado solo 12 y se decía que aquel que encontrara la 13 podría regir el amor de la humanidad. Cuando lo consigue, luego de encontrar la manera de preservar la esencia humana de las 13 mujeres de belleza única (por rara, por sublime o por exótica que fuera) pudo obtener el perfume, el hechizo perfecto que podía darle el poder, la gloria y todo lo que él hubiera querido.
Y entonces la plaza de Grasse, lo espera enardecida, queriéndolo ver ser ejecutado por el verdugo; ahí reunidas las autoridades y el más bajo de sus pobladores, claman todos por ver al asesino sufrir hasta su último suspiro. Y entonces… entonces el perfume los emancipa; ante él van cayendo todos cual fichas de dominó que al paso de Jean Baptiste se marchitan cual flores que envían su esencia a su creador en un gesto de reverencia y absoluta entrega.
Así, una vez que la entrada triunfal se da, estando en el centro de la plaza, el olor de este ser poderoso, celestial y bello hasta lo sublime, transforma la ira en amor, en un sentimiento puro, hermoso, divino y como si de una petición se tratara, aquel hombre dios (Jean Baptiste, no olvide su referencia bíblica) presencia ante él la escena que evoca al origen de nuestro días más felices en el paraíso, aquel momento en que los cuerpos se entrelazaron entre sí, que el amor más puro que sus esfuerzos le puedan dejar comprender, se extendió, se expandió y lo cubrió todo, a todos. Ahí, el jerarca de la iglesia fornicando con un damisela, las mujeres las unas con las otras; desatando todos las pasiones, el deseo, el placer, la alegría de saberse amados y poder amar, la cúspide de la exaltación de la belleza. Hombres con hombres, mujeres con hombres, todos contra todos en una bacanal que recuerda en sus imágenes a aquella estampa de El jardín de las delicias de El Bosco.
Pero aquella escena llena de todo ese éxtasis, es la confirmación más triste para nuestro protagonista, pues es ahí, delante de la escena del placer de la vida en donde se da cuenta que con aquel perfume podía regir el amor de la humanidad, tener a sus pies a reyes, príncipes, verdugos y quimeras; podría ser declarado nuevo emperador, hacerse llamar el nuevo mesías, tener a su alcance todo lo que se le ocurriera… podía, pero había algo que aquella pócima de olor indescriptible no le podía dar. El perfume no le podía dar la capacidad de amar ni de ser amado porque ante los ojos de los demás, él Jean Baptiste, no tenía olor, y por lo tanto, no tenía esencia, eso que representa el alma en los humanos.
Ante eso, la decisión fue la mejor, bañarse en todo ese amor, ser devorado por una marabunta y desaparecer.
2 Comments
Veo mi estimada felina que usted y yo tenemos gustos muy parecidos… esta pelicula se estreno cuando yo iba a salir de secundaria, ya antes habia leido el libro en la biblioteca escolar que podriase decir me robe por que estaba en una caja escondida que decia “prohibido mostrar en clase” y como ya he dicho nada mejor que prohibir para tener curiosidad y ahi estaba este relato rotundo y avasallador. Cuando se estreno muchas de mis compañeras hablaron pestes de la pelicula (fueron pensando que era estilo ‘scream’) y cuando yo la vi pude ver que el director habia plasmado toda la esencia de este libro cosa que como bien dice usted es muy dificil. En total yo quede extasiada y muy bien servida solo que un poco molesta por que hasta hoy pienso que es infravalorada a pesar de tener lo que para mi es una buena banda sonora y siendo una pelicula que no te aburre si no que atrapa aun si uno la ve empezada